Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Agitar fantasmas para repechar la cuesta

Hay dos posturas que estarían marcando claramente el clima que se vive de cara al balotaje, en tanto refleja sin dudas las chances de los dos candidatos en pugna de convertirse en el sucesor de Cristina Fernández. Mientras Daniel Scioli está obligado a hacer toda clase de malabares para buscar votos fuera del kirchnerismo duro, lo que lo lleva a copiar los proyectos de Sergio Massa sin ruborizarse, aunque los criticó hasta poco antes del 25 de octubre, Mauricio Macri se toma un fin de semana largo y juega al golf con su esposa en Tandil. No es menor el dato: es una foto que marca las urgencias de uno y las comodidades del otro. A fin de cuentas la primera impresión del ciudadano tras las elecciones del domingo pasado es bien elocuente: para tres de cada cinco consultados sobre el resultado de ese día, la respuesta fue que “ganó Macri”, cuando en verdad el alcalde porteño perdió por dos puntos y medio contra el gobernador bonaerense.

Por allí habría que empezar a entender las volteretas a veces indecorosas del candidato del Frente para la Victoria. Como su estrategia de apelar al “voto miedo” y agitar fantasmas del pasado que se abatirían sobre los argentinos si el 22 de noviembre llegase a ganar su rival. Y, por su lado, la posición adoptada por el macrismo, que podría ampliarse a todo el frente Cambiemos, reconocida por el mismo Macri. No modificarán sustancialmente su discurso ni su estrategia. Lo que hicieron hasta ahora les permitió aquel “triunfo” que visualiza la mirada del ciudadano de a pie. “No es hacer la plancha, es persistir en lo que nos permitió llegar al balotaje”, se atajan en el comando de Pro para evitar peligrosas tendencias a bajar la guardia cuando nada está cerrado y el combate sigue teniendo a dos rivales con chances sobre el ring.

En todo caso en el macrismo hay una comprensión muy puntual de lo que ocurre desde el pasado domingo. Dirán que Cristina y Scioli se han convertido en sus mejores jefes de campaña, con algún aporte renovado del inefable Aníbal Fernández. Cuando revisan la kilométrica cadena oficial de la presidenta del jueves, o repasan el nuevo credo de su rival, convienen en un latiguillo: “´La gente no es tonta”. Y si no, apelan, revisar una vez más la paliza de María Eugenia Vidal a Aníbal en Buenos Aires. Por eso esgrimen la idea de que no hay mucho para cambiar, aunque suene contradictorio. Con esa estrategia se ganaron el pase al balotaje. En todo caso lo que se trabaja es la búsqueda de los votos de aquellos ciudadanos que optaron por Massa, Rodríguez Saá o Stolbizer. “Estamos hablando con todos”, sintetizan.

Habría que convenir en lo siguiente: con ese mismo discurso desgastado, alertando sobre supuestas pérdidas si no ganan ellos, como la AUH, YPF, Aerolíneas, AYSA; con retorica setentista que huele a naftalina y apelaciones “a lo que falta hacer”, como si los Kirchner recién hubiesen llegado al poder, escasamente pudieron salvar dramáticamente la ropa el 25. Han resuelto tropezar otra vez con la misma piedra. Acusar cada mañana a Macri de “pegarle a los chicos y los abuelos” (Aníbal dixit). Nada nuevo bajo el sol. Si hay que enterrarse, que sea tapados por el modelo.

En los campamentos de Scioli hubo esta semana una rara mezcla de perplejidad por el resultado del domingo, desesperación por tener que repechar una cuesta como si hubiese perdido la elección cuando en verdad la ganó, esfuerzos homéricos por no patear todo al diablo y romper con Cristina como aconsejaba la mitad de los asesores, y un cierre a toda esperanza luego del cambio de discurso del exmotonauta. Complejidades propias de un resultado absolutamente inesperado, que los obliga ahora a ir por lo que les falta: el voto independiente y el voto massista al que están obligados a creer como “finalmente peronista” antes que antikirchnerista rabioso.

Scioli sabe que ahora está por las suyas. Tras resolver no romper como le aconsejaban, o le reclamaban de viva voz como el caso del metalúrgico Antonio Caló, que finalmente celebró la voltereta del candidato, dicen que acordó con Cristina. Ella no lo nombra porque su candidato es el modelo, al que defenderá y controlará que no haya desviaciones aún después de dejar la Casa Rosada, sea quien sea su sucesor. Scioli, sumiso digno de mejor causa, aceptó la escena.

Solo por ese carril se entiende que haya sostenido que la presidenta le dio “un respaldo claro y contundente” durante el discurso en la Casa Rosada donde lo ignoró olímpicamente y sin ninguna inocencia. En todo caso, hará un nudo con las críticas internas encabezadas por La Cámpora y Carta Abierta, o los exabruptos de Hebe de Bonafini, y saldrá en lo que le resta de campaña a buscar aquel voto que le fue esquivo.

Pequeña gran contradicción: no pocos observadores advierten que esa sumisión que exacerba no es el mejor modo de presentarse ante ciudadanos que le han dado la espalda. ¿No fue por esa actitud sumisa que “perdió” las elecciones del pasado domingo? Pero así es Scioli y ya nadie lo va a cambiar. En todo caso si pensó en algún momento en pegar el volantazo, allí estuvo Carlos Zannini en el VIP del aeropuerto de Tucumán para amenazarlo con bajase de la candidatura a vice y provocarle un terremoto de impredecibles consecuencias si osaba traicionar a la doctora.

Tendrá que luchar, por si fuese poco, con la sensación de que las apelaciones a su sufrida vida anterior, lo que en tándem con Cristina y sus propias pérdidas buscarían a la vez instalar el “voto lástima”, no alcanzaron para ganar en primera vuelta. Tiene que pelear además con la pátina de invulnerabilidad con la que la sociedad ávida de un cambio y harta de 12 años de autoritarismo y corrupción parece proteger a Macri.

La moneda igual sigue en el aire.