Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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La recta final, entre las necesidades y los sueños

Daniel Scioli y Mauricio Macri, aunque el esforzado Sergio Massa no pierde las esperanzas, se mueven con distintos recursos y estrategias en busca de lo mismo a dos semanas de las elecciones presidenciales: capturar el voto no propio, es decir aquel llamado independiente o indeciso, que según la mayoría de los consultores decide en la última semana e incluso camino al cuarto oscuro. También llamado "voto útil", que no significa otra cosa que votar a uno, aunque haya que taparse la nariz, para evitar que gane el otro.

El ejemplo más claro refiere a los ciudadanos que sin quererlo votarían por el intendente porteño para evitar que gane el gobernador bonaerense, a quien consideran una versión a estas alturas ni siquiera atenuada del cristinismo autoritario y expulsivo de estos años. El propio Scioli, por convicción o bajo amenaza, ofrece a diario argumentos para los que cada vez menos suponen que vendría a adecentar la política.

Algunos análisis sostienen que Margarita Stolbizer podría ser la gran beneficiada de esa práctica ciudadana, aunque no servirá más que para alimentarle el ego a la correcta candidata de Progresistas. Vale prestarle atención a otros observadores que advierten sobre el rol del voto en blanco: la prueba del desencanto más absoluto del ciudadano, pero que de superar los números históricos podría convertirse en el salvavidas que Scioli busca y por ahora no encuentra. Ese voto a nadie siempre beneficia al que va primero, es bueno recordarlo.

Ese panorama se advierte con claridad a poco que se consulte en los campamentos de los tres candidatos, en especial de los dos con más chances. El escenario de incertidumbre respecto del resultado del próximo domingo 25 no ha variado. Primero porque se revela con datos en la mano que los problemas sufridos por los candidatos en los últimos dos meses, vía denuncias, torpezas o simples carpetazos, no alteraron el ritmo.

Los confidentes dirán que Scioli ha mejorado en la medida en que plantea a través de sus alfiles algunos cambios de rumbo, en especial en el sensible tema económico. En el macrismo sostendrán que su jefe ya quebró la barrera de los 30 puntos desde que se lanzó la campaña televisiva. Y en los cuarteles de Massa insistirán en que el tigrense es el más agresivo de todos a la hora de hablarle al electorado, y que ese gesto lo acerca al milagro de ser uno de los dos protagonistas de la segunda vuelta del 22 de noviembre.

La realidad dice en cambio que al candidato del oficialismo le cuesta arrimarse al 40%, que Macri no ha logrado salir del porcentaje en el que estaba luego de las PASO, y que Massa en verdad ha capturado un par de puntos, pero que queda muy lejos de superar al alcalde y hacerse de la segunda plaza, aceptado por todos ellos que la primera ya tiene dueño.

Habrá que desechar por supuesto el trasnochado pronóstico de un inefable encuestador a sueldo de la Casa Rosada que asegura que Scioli gana en primera vuelta con el 45% de los votos y que Cristina dejará el poder con una aceptación popular del 70%. Conclusión: el escenario de balotaje no ha variado y se mantiene como el pronóstico más firme.

Hay detalles que conviene remarcar. Por un lado, las dificultades que tendría Scioli para captar el voto independiente. Dado por sentado que el caudal que hoy atesora es todo lo que tiene. Sean suyos los votos o de Cristina. En sus campamentos hay sentimientos duales. Por un lado reflejan los movimientos subterráneos de sus principales consejeros económicos sobre la necesidad de acordar con los fondos buitre, mención que le valió una guerra de todo el cristinismo con la doctora a la cabeza.

Pero Scioli es Scioli, y siempre se queda a mitad de camino. No es capaz de responder por sí o por no si en caso de ser presidente terminará con el abusivo uso de la cadena nacional. Cuando en privado reconoce que esa práctica de Cristina es piantavotos y lo aleja de aquella captura tan crucial.

Macri está necesitado de sumarle a lo propio el voto peronista. Por eso tantea en Córdoba con De la Sota y se reúne o manda emisarios a hablar con Adolfo Rodríguez Saá. El puntano escucha ofertas. Tal vez el símbolo un tanto estrambótico de esa salida de pesca haya sido esta semana la inauguración del monumento a Juan Perón abrazado con Hugo Moyano, el “Momo” Venegas y Eduardo Duhalde. Difícil que prenda en el electorado esa sobreactuación que puede tener un doble filo: la “peronización” del ingeniero no resulta creíble por su propia figura y su pasado, y por el perfil ideológico de la fuerza que representa. Pero en campaña y con la necesidad poniéndole cara de hereje todo intento es válido.

En medio de ese berenjenal, Massa puede presumir lo que los otros no: ha solidificado su alianza con De la Sota, no ha perdido votos pese a los nuevos casos de “garrocheros” como Mónica López o la Tigresa Acuña, y si se quiere esgrime como mayor argumento la figura de Roberto Lavagna, el verdadero padre de la resurrección tras la debacle económica de 2001. Presume que eso y el empuje final de sus propuestas pueden obrar el milagro de estar en el segundo turno de noviembre. Los alienta un dato, que no necesariamente debería anidar en el votante indeciso como ellos sueñan: la coincidencia de que Macri perdería en segunda vuelta con Scioli, pero sería derrotado si ese combate es peronistas contra peronistas. Son sueños, nada más que eso.

Scioli, otra vez, debería preocuparse de su frente interno. Y preguntar, por si no lo sabe, lo que se cuchichea en Olivos. Allí se dice que desde el 10 de diciembre se termina el presidencialismo a ultranza y que se viene un gobierno “más parlamentario”, con control de La Cámpora, de la doctora y de su delegado en el Ejecutivo, el enigmático “Chino” Zannini.