Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Monsanto y el campo

por Carlos Llambías

Voy a intentar definir los términos de esta discusión. El primer término del encabezamiento es una empresa multinacional norteamericana de gran envergadura, dedicada a la fabricación en distintos países de productos químicos de todo orden para el agro y a su vez tiene una división muy importante dedicada al estudio y aplicación de la genética vegetal, principalmente de la soja y a la creación de variedades con resistencia a determinados agroquímicos, caso del herbicida glifosato fabricado por Monsanto y también a la introducción de genes que a ciertas variedades le dan resistencia al ataque de insectos, por ejemplo lepidópteros y enfermedades. Así han llegado a la creación de la variedad de soja “intacta”. Destinan un cuantioso presupuesto en investigación y desarrollo, en estrecha colaboración con universidades americanas y de otros países.

Es indudable el éxito de esta compañía, porque han conseguido variedades de soja y también de maíz con resultados espectaculares en cuanto a rendimiento y calidad.

Por cierto que el capital invertido en investigación es muy grande. Lo que la empresa, también radicada en Argentina, quiere un retorno aparentemente permanente por los derechos de fabricación (royalties), aparte del precio de la semilla. Visto muy brevemente el problema desde el punto de vista del gran capital, veamos la reacción del usuario, que es el segundo término del encabezamiento, de esta extraordinaria tecnología, que es el productor argentino. Mencionaré que existe una ley nacional de semillas que protege al obtentor, pero no voy a profundizar en este tema. Nuestro productor, acostumbrado desde siempre a la compra de variedades “abiertas”, no híbridas, por ejemplo de trigo en categorías “originales” o de primera multiplicación a veces por fuera del criadero, a otro productor, es renuente a pagarle a los señores Monsanto valores exorbitantes por las “mejoras” en la semilla. Para cerrar mejor el panorama del uso de la tecnología por parte del productor argentino, es un hecho conocido y aceptado que nuestro hombre de campo aplica rápidamente los resultados de la investigación local y extranjera cuando vé que le convienen, teniendo siempre especial cuidado con el suelo y el equilibrio biológico. Me refiero a la rotación de cultivos, alternando los de verano con los de invierno, evitando en lo posible el monocultivo.

Tratemos de razonar de la siguiente manera. El productor compra para su trabajo una camioneta “0 km”. Si puede, no importando la forma de pago, si contado o en cuotas, al fabricante japonés, alemán o americano, el precio total incluye cientos o miles de inventos patentados que permiten el correcto funcionamiento del vehículo. Lo usa digamos que por cinco años y nadie le pregunta nada. Durante ese lapso de tiempo el fabricante no me pide que le siga pagando ningún extra, salvo por los repuestos que el desgaste me origina.

Así como tengo libertad para elegir marca, modelo y precio del vehículo, también la tengo para elegir cultivo, variedad, capacidades y precio. Lo que nunca voy a ser es “hijo” de Monsanto, como tampoco soy “hijo” de Toyota. Si la empresa exige el pago de royalties por el uso sucesivo de su semilla, como productor tengo derechos finales, luego de efectuado un primer y único pago. En otras palabras, ya pagué de una vez y para siempre por la semilla y las “mejoras” genéticas incluidas, aunque esas mejoras se trasladen a generaciones sucesivas.

Es probable que al cabo de un tiempo (años), vuelva a comprar otra partida de la misma o de otra variedad. Si mi planteo no es del agrado de Monsanto, puede cambiar de rubro, puede irse del país, o no querer venderme su semilla. El productor no puede irse del país, a lo sumo puede cambiar de rubro.

Además creo percibir como si fuera la punta de un iceberg, aún cuando me puedo equivocar, un acto más del imperialismo americano, que indudablemente quiere imponerse al eslabón más débil de la cadena, que es el productor. Esta afirmación no tiene nada de nuevo ni de original, ya que la historia de América Latina registra cantidad de hechos de dominación cultural y de fuerza, por parte de la potencia americana.

En la escala que se siembra soja y maíz en nuestro país, aceptar tal cual las exigencias de Monsanto, implica renunciar a los derechos soberanos de la Argentina.