Bahía Blanca | Sabado, 18 de mayo

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En el Día del Trabajo, tres historias de bahienses que marcan rumbos

Emilio Perrone, Susana Sánchez y Carlos Luna superaron obstáculos e hicieron de sus trabajos “un culto”.

El filósofo y economista Karl Marx ya lo anunció en el siglo XIX: “el trabajo dignifica al hombre”. Una frase que no puede tener más vigencia.

Con el paso del tiempo, el trabajo se ha convertido en el principal factor de inclusión social. Ciertamente, el trabajo dignifica al ser humano porque lo ayuda en la formación del carácter, en saber cuánto cuestan algunas cosas y el sacrificio necesario para conseguirlas.

De ello dan testimonio Emilio Perrone, Susana Sánchez y Carlos Luna, tres bahienses que superaron obstáculos e hicieron del trabajo “un culto”.

La enfermera más conocida

“La enfermería es una pasión que requiere disciplina, empatía y liderazgo. Desde mi lugar de trabajo trato de dar todo cada día y de seguir aprendiendo mientras ejerzo esta hermosa profesión que me dio la vida”.

Susana Sánchez inició sus estudios de Tecnicatura Auxiliar en Enfermería en la Cruz Roja en 2007 y dos años después pudo acceder, con muy buenas notas, a una profesión que le resultó atrapante.

“El impulso para estudiar la carrera fue gracias a mi madre, habida cuenta que mi abuela fue, en San Juan, una de las primeras enfermeras de nuestra familia. No pude ingresar a la Escuela Municipal en su momento porque ya superaba los 30 años, pero sí me aceptaron en la Cruz Roja”, señaló Susana, quien ejerce como Jefa Supervisora del Departamento de Enfermería del Hospital Español.

“Mientras estudiaba me di cuenta que era un mundo maravilloso, me enamoré de todo lo relacionado con enfermería. Me fue profesionalizando con el título de Enfermería Profesional en la Universidad Isalud, que se dicta en el gremio de ATSA, y también cursos en la Universidad Nacional del Sur”, amplió.

“Todo el esfuerzo se lo debo a mi familia, me contuvieron y me ayudaron a poder sostenerme con múltiples funciones entre el estudio, el trabajo y el hogar”, remarcó.

--¿Cómo se dio ese llamado del Hospital Español para iniciar tu carrera profesional?

--No lo podía creer. Fueron tres entrevistas hasta ingresar y desde ese momento no paré. Crecí profesionalmente y como persona; aprendí nuevas formas e incorporé herramientas que me ayudaron a ser cada día un poco mejor. Se aprende a convivir con el dolor de otras personas, uno intenta ayudar en todo momento. Tuve que aprender a manejar mis emociones. El Hospital me dio la posibilidad de poder desarrollarme en todas las áreas, de comprobar en qué sector me sentía más cómoda.

--En tu caso, ¿pudiste exponer esas vivencias como ejemplo para quienes recién se inician en la profesión?

--Permanentemente les digo a las chicas que recién comienzan que vayan puliendo su perfil y encuentren el lugar donde más cómodas se sientan para dar lo mejor. No es lo mismo atender a un bebé, donde hay que observar los gestos para saber qué le pasa, que atender a una persona mayor que sabe que está en sus últimos momentos y necesita de otros cuidados.

--La pandemia fue un quiebre.

--Hice el trabajo de triage en los casos de urgencia, además de reuniones y conferencias de trabajo respecto de este tema cuando recién se inició, porque el Hospital Español fue el primero en ponerlo en marcha para poder determinar fehacientemente cuando un paciente necesita de una atención inmediata.

“Fue clave en el período de pandemia, nos marcó a todos. He perdido a gente muy allegada, golpes de la vida que te van haciendo fuerte en experiencias límites donde se ayuda a los demás y uno también crece como persona”, sintetizó.

--¿El trabajo grupal y el compañerismo suelen ser determinantes para esta profesión?

--Es lo primordial. Podemos tener diferencias de criterios u opiniones, pero el trabajo en equipo y la armonía para atender a un paciente tiene que ser ideal. No sólo, al tomar una guardia, se pregunta por el paciente, sino que también nos preguntamos cómo estamos nosotros, cuál es el estado de ánimo.

“Si no estamos bien no podemos entregar el cien por ciento de uno para poder resolver lo que nos vaya surgiendo en el momento. Siempre hay que trabajar en un clima de armonía y de paz con todos los profesionales del Hospital”, aseguró.

--¿Quién está a cargo del Departamento de Enfermería?

--Nuestra jefa de enfermería es la licenciada Amanda Arrieta, quien nos acompaña a los supervisores y a todo el resto del plantel de enfermeros. Es como una gran mamá que está atenta a las dificultades que surgen y a las virtudes de cada profesional.

“Si cada uno hace el trabajo como corresponde el lugar donde estamos brilla. A Amanda la acompañamos con mis compañeras jefas supervisoras que son Claudia Escuadras, Sandra Saldías, Mariel Wolfran y Ruth Levin, entre otras. Todas las jefas de cada servicio son sumamente importantes en sus decisiones, porque en el Hospital debemos ser unos 500 empleados”, aseguró.

“En enfermería cada servicio tiene un staff que divide por turnos. Tenemos áreas cerradas y otras abiertas, con distinta modalidad de horarios, ya sea en quirófano, esterilización, neonatología, pediatría, maternidad, clínica médica, rehabilitación, cardiología, clínica y área quirúrgica, emergentología, etc..”, afirmó.

--¿Qué mensaje le darías a todos aquellos que con vocación ejercen su profesión sin medir horarios o feriados?

--No conozco otra cultura que es la del trabajo. Mis padres me enseñaron que para ganar mi sostén, sea mucho o poco, es trabajando. El trabajo es dignificante, te hace sentir bien, te obliga a superarte. En estos momentos críticos tener trabajo es muy bueno; se debe trabajar con fuerza y con alegría, agradecer cada momento y pedir para que otras personas puedan también tener.

El más antiguo de la Muni

Ingresó al municipio como cadete en 1976, proveniente del Hogar de Adolescentes, con apenas 17 años. Hoy, a pocos meses de acogerse a la jubilación, se desempeña como Jefe de Despacho en el área de Niñez, Adolescencia y Familia, dependiente de la secretaria de Políticas Sociales.

Es la historia de superación constante de Carlos Alberto Luna, el trabajador más antiguo de la comuna, lo que lo llevó a firmar el acta de asunción del actual intendente Federico Susbielles.

“Entré en la gestión de Víctor Puente. Tenía 17 años. En esos tiempos yo estaba en el Hogar de Adolescentes y Alberto Sáez, el director de ese instituto, hizo las gestiones para que me dieran la posibilidad de trabajar. Ingresé como cadete en la secretaría de Gobierno, que estaba a cargo del hijo del intendente, Eduardo Puente”.

Lleva 45 años en funciones, porque a poco de entrar salió sorteado para hacer el servicio militar (primero en Puerto Belgrano y posteriormente en Ushuaia).

“Cuando volví de la colimba (sic), rendí para administrativo y aprobé. Estuve un tiempo en ese mismo área y después pasé por las oficinas de IOMA, del Programa Alimentario Nacional (PAN) y de Jubilaciones. Y finalmente recalé en Minoridad, como se llamaba en aquella época. Era lo que más me atraía”.

Allí hizo carrera. Tras rendir concurso en la gestión de Cristian Breitenstein, asumió como Jefe de Despacho en el actual área de Niñez, Adolescencia y Familia, dependiente de la secretaria de Políticas Sociales.

“Me encargo, básicamente, de varias tareas administrativas. Trato temas que me tocan de cerca, porque yo estuve en un Hogar de Adolescentes y sé lo que es. Es una problemática con la que tratamos diariamente, pero a mi me gusta mucho. Son temas muy sensibles, al que hay que darle respuestas rápido”.

Con un grupo de casi 10 personas a cargo, se considera buen jefe, basado en la relación que sigue manteniendo con quienes fueron sus compañeros.

“Soy de los que piensan que el jefe tiene que hacer más que el resto, para dar el ejemplo”.

Para adaptarse a las nuevas condiciones de trabajo, realizó varios cursos de capacitación.

“Imagináte que nosotros redactábamos las resoluciones en 7 hojas distintas, con papel de calcar, en una máquina de escribir. Se sellaban todas las hojas, una por una. Eran otros tiempos. El avance de la tecnología fue tremendo. Yo hice varios cursos de computación para ponerme a tono. Fue un desafío grande”.

Con el tiempo también cambiaron las relaciones en el ámbito laboral.

“Veo que los jóvenes no permanecen mucho tiempo en los trabajos. Antes, nosotros entrábamos en un lugar y ahí nos quedábamos para hacer carrera. Ahora buscan otras cosas o analizan otras opciones, como mejores salarios, menos cargas horarias. No digo que esté mal, pero me llama la atención”.

“Y también es cierto que el municipio se amplió muchísimo. Cuando yo entré, todo funcionaba en el Palacio Municipal. Y poco después se sumó el ex edificio del Banco Provincia. Ahora hay muchas dependencias afuera. Y eso lleva a que las relaciones no sean tan cercanas. Antes nos conocíamos todos, porque nos cruzábamos permanentemente”.

En julio, tras mucho meditarlo, le pondrá fin a su carrera.

“Estoy disfrutando estos últimos meses. Me podría haber jubilado a los 60, pero decidí seguir un poco más. Hoy, a los 63, me dí cuenta que hay que dar un paso al costado y disfrutar de otras cosas. Ya capacité a la persona que va a quedar en mi lugar, porque mi idea es dejar todo funcionando. Después cada uno le da su impronta”.

Aparte del trabajo en la municipalidad, Carlos también realiza filmaciones en eventos sociales.

“Seguramente me enfocaré un poco más en eso, para ocupar el tiempo. No me imagino quedándome todo el día en mi casa sin hacer nada”.

Y también para disfrutar de su familia, integrada por su señora María Zulma Chacón, sus tres hijos (Jésica, María Esther y Mauro) y sus 7 nietos.

“Quizás aproveche para viajar un poco más. Ya conocimos varios lugares con el gremio, por ejemplo fuimos a Brasil y a las Cataratas”. 

Emilio, el de la Coope

Siente un profundo sentido de pertenencia por su trabajo. En su calendario no figuran francos ni feriados, si hay que estar al pie del cañón su predisposición es total.

Así transcurren ya 45 años de labores ininterrumpidas de Emilio Perrone como empleado de la Cooperativa Obrera. Dice estar orgulloso del empleo que tiene y que volvería hacer lo mismo si pudiera volver el tiempo atrás.

“Soy feliz en la Coope. Tengo amigos y compañeros de lujo, jamás tuve un problema con alguien”, afirma Emilio, quien hoy está a cargo del correo interno en las 30 sucursales que tiene la Cooperativa Obrera en la ciudad.

Su turno arranca a las 8 y se extiende hasta pasadas las 18.

“Me pueden ver desde muy temprano en cada uno de los depósitos. Llevo documentación de la casa central, de calle Paraguay, y retiro lo que me dan desde cada sucursal”, remarcó.

Emilio es nacido y criado en Tres Picos, localidad cercana a la ciudad de Tornquist.

“Cuando me tomaron de la Coope sabía internamente que ese iba a ser mi lugar en el mundo. Te cumplen, te tratan bien, no te falta nada y si necesitás una mano te van a ayudar. ¿Qué más puedo pedir?”, afirmó Emilio.

Su primer trabajo fue abastecer góndolas.

“Nosotros decimos gondolero, jajaja. Trabajaba en la sucursal N° 5 y luego me trasladaron al depósito. Luego de dos años pasé al depósito general de 25 de Mayo y Luiggi, cuando el galpón era de chapa y el piso de tierra. Ahí estuve 4 años, para luego entrar de lleno en el reparto de mercadería en horario nocturno”, contó.

Emilio recuerda con mucho cariño lo sucedido a mediados de la década del ’80, cuando viajaba –una vez al mes- a la localidad de Darwin, en el Valle Medio, para abastecer a la Cooperativa que funcionaba en las instalaciones del ferrocarril.

“Tardábamos una eternidad (risas). Viajábamos tres en un Ford 700 viejo al que le habían cambiado el motor y tenía otra transmisión a la original. El velocímetro marcaba 100, pero no íbamos a más de 60”, recordó.

“Lo bueno es que el camioncito siempre se la bancó, nunca nos dejó a pie, a pesar de los 8 mil kilos de peso que llevaba en la caja. Trasladábamos mercadería (comestible), forraje y cubiertas. También, en la estación, se vendía kerosene. Me tocaba manejar y también ayudaba a descargar”, subrayó.

“Todo se hacía a mano; ahora están los autoelevadores, ya nadie se esfuerza”, puntualizó.

Con el tiempo, la buena conducta le brindó la posibilidad de realizar el correo interno.

“Al principio viajaba hasta Puna Alta y tenía a cargo los teléfonos públicos de la Coope; me tocaba retirar las fichas y, por la noche, separar las monedas de corta y larga distancia, preparar bolsitas de a cien monedas y al día siguiente rendir y cobrar”, contó.

“Aparte del correo interno tradicional ahora se sumó Coope Plus, Nueva Car, Cultura... Todo el papelerío que sale por el depósito, caja u oficina pasa por mis manos. Es una responsabilidad que asumo con mucho orgullo”, relató.

“Nunca falté al trabajo, salvo en pandemia que no me dejaron asistir por una cuestión de edad”, manifestó.

Emilio tiene 66 años y está casado con Florencia Marinao. Además es padre de Matías y Liliana, y abuelo de Juanita, Amparo y Bruno.

“Cuando deje, que no falta mucho, voy a volver a mi pueblo. Me tira mucho la tranquilidad, el ruido de los pájaros. Creo que trabajé con gran responsabilidad y honestidad. Pero soy un agradecido por lo que me brindó mi empresa y les digo a los jóvenes que no hay nada más lindo que sentirse respaldado y valorado en el trabajo”, finalizó.