Bahía Blanca | Viernes, 03 de mayo

Bahía Blanca | Viernes, 03 de mayo

Bahía Blanca | Viernes, 03 de mayo

Choques de otros tiempos: daños, perjuicios y todos para la foto

La ciudad comenzaba a tener un movimiento importante y una delicada convivencia de usuarios de la vía pública.

La década del 30 fue parte de un importante cambio en la fisonomía urbana local, con un crecimiento del parque automotor, la permanencia de carros con tracción a sangre --lo populares “mateos”--, más los recorridos del tranvía eléctrico. Sumando ciclistas y hasta jinetes, todo se fue complicando con una gran anarquía, por la falta de normativas sobre la materia y de un amplio control policial. Faltaban todavía 23 años para habilitar el primer semáforo y de a poco se colocaban garitas en las esquinas céntricas para facilitar la labor de los policías devenidos en agentes de tránsito.

Variedad de usuarios.

Las siguientes crónicas dan cuenta de algunos accidentes ocurridos en 1938, hechos que rápidamente ganaban espacio en los diarios y que reunían una buena cantidad de curiosos y de policías que, gentilmente y con gusto, aceptaban ser parte de la fotografía de ocasión.

Miriñaque en acordeón

12 de Diciembre de 1938, 17.30, Lamadrid casi esquina Yrigoyen (calle que todavía se llamaba Buenos Aires). Un estruendo sacude la tranquilidad de la tarde y los paseantes se dirigen con presteza al lugar. El coche Nº 8 de la Línea 1 del tranvía eléctrico no alcanzó a frenar ante el inesperado cruce del automóvil particular chapa patente 067, conducido por Serafín Rodríguez, de General Conesa, localidad de Río Negro.

Como consecuencia del impacto, quedó dañado el paragolpes del tranvía, conocido como “miriñaque salvavidas”, que cumplía con la delicada tarea de evitar que cualquier persona cayera bajo las vías. Para eso, el motorman –así se nombraba al conductor—accionaba una palanca y la parrilla bajaba al nivel de piso para evitar que eso ocurriera.

No hubo heridos en este suceso y rápidamente llegó personal de la comisaría primera que, a falta de cámara de fotos, procedió a realizar un cuidadoso croquis sobre como quedaron los dos vehículos “a fin de deslindar responsabilidades”.

Mateo invertido

Faltaba media hora para que terminara el 20 de noviembre de 1938 cuando en la transitada esquina de Belgrano y Chiclana se produjo lo que este diario calificó como “un espectacular choque”. Del mismo participaron el automóvil particular patente 364.219, marca Moon, y el “coche de plaza” –un mateo—número 46, conducido por Miguel Carreño, en el cual viajaban una señora y dos jóvenes.

El golpe derivó en el vuelco del carro, lo que le provocó importantes daños. Los pasajeros lograron salir de la difícil situación por sus propios medios, “desapareciendo rápidamente del lugar”. Los conductores no sufrieron más heridas que las de “un respetable susto”.

Víctimas del vértigo

Diciembre de 1938. Cerca de la una de la mañana un fuerte ruido alarmó a los vecinos de Zelarrayán y 19 de Mayo. “Una vez más el vértigo de la velocidad ha causado víctimas en un choque de automóviles”, señaló la crónica, aunque en realidad no hubo un saldo trágico.

Los protagonistas fueron el automóvil particular conducido por Héctor Fernández y el de alquiler a cargo de Bautista Sabal. Por el golpe, ambos vehículos realizaron “una caprichosa maniobra” hasta quedar sobre la vereda, “en distintos rumbos”. A 200 metros del lugar charlaban los jóvenes Marcelino San José, Emilio Testa, Antonio Cenario y Juan Sieber, quienes rápidamente acudieron a auxiliar a los heridos, en un gesto que, publicó este diario, “ha sido ponderado elogiosamente”.

Fernández tenía fractura de rótula y Sabal lesiones en el torax y cortes en el cuero cabelludo. Primero llegó la ambulancia que los trasladó al hospital Municipal u un tiempo después lo hizo personal de la comisaría segunda, que procedió a realizar el sumario correspondiente con la debida autorización del juez del crimen.

Amigos siempre

Noviembre de 1938. Pleno centro. Avenida Colón y Estomba. Poco después del mediodía un auto particular y un ómnibus se vieron las caras y terminaron a los golpes. En rigor fue más un roce que un choque y sin mayores consecuencias. Si bien ambos vehículos presentaban desperfectos, la cosa no pasó a mayores, “habiendo llegado a un acuerdo amigables sus conductores”. Se desconoce si se exigía en la ´poca tener los propietarios seguro obligatorio.

 Un perfil (final)

El año 1938 fue particular para el movimiento local ya que en noviembre dejó de circular el tranvía eléctrico, luego de que el Concejo Deliberante aprobara su cancelación. Si bien en accidentes e infracciones intervenía la policía, la municipalidad entendió que no podía permanecer ajeno al tema y sumó un inspector de tránsito propio. Su nombre era Simón Androver, que rápidamente se hizo popular y al que todos conocían como “Pinocho”.

Simón Adrover, "Pinocho", el único inspector municipal.

Androver se movía en una coqueta moto Indican equipada con sidecar y estaba siempre atento para sancionar, talonario de boletas en mano, a los infractores. “Primero les llamaba la atención, a la segunda los multba. Para mí era sencillo porque no había más de mil autos en la ciudad y yo conocía a cada dueño, modelo y patente”, contó en una entrevista ya retirado de la actividad.

No se tienen precisiones si en esta época a quienes cumplían esta tarea ya se los mencionaba como “zorros grises”. Un detalle que no hace a la historia.