Bahía Blanca | Jueves, 02 de mayo

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La esquina del sol brillante (In situ)

Cuando no es agresivo y se hace de manera adecuada, el denominado arte urbano suele ser un aporte valioso en la ciudad. En este caso, una simple frase escrita en latín en una esquina del barrio Universitario permite repasar una historia.

Muchos sitios de la ciudad ofrecen atractivos paredones que funcionan como pizarras. A veces mamarracheados por graffitis, en ocasiones decorados con murales, frases atractivas o reflexiones valiosas.

Es el caso del ubicado en la esquina de Nicaragua y Humberto Primo, un muro de tono rosa, una esquina rosada como el título de aquel famoso cuento. Allí alguien eligió dejar su mensaje y para hacerlo eligió el latín, “la lengua de los dioses y los hombres”, según la definió Virgilio, “la de la sabiduría y la verdad”, como la pensó Cicerón.

Historia curiosa la del latín, que comenzó a hablarse en Italia 600 años antes de Cristo y llegó a ser la lengua usada en el mayor Imperio jamás construido, el romano. Sin embargo, hoy es una lengua muerta, que dejó de ser hablada en forma natural como lengua materna. Sirvió sin embargo como base de las denominadas lenguas romances, por caso el español, el francés y el italiano.

Jorge Luis Borges admiraba el carácter “solemne y digno” de este idioma. Solía citar un verso del poeta Robert Browning: “Marble´s language, Latin pure, discreet” (“El latín, ese idioma de mármol puro, sobrio”), para reforzar su idea de que ciertas frases latinas parecen haber sido escritas para ser talladas en el mármol. Una relación estrecha entre ambos elementos.  

Volvemos al paredón rosado, lejos de Virgilio, en pleno barrio Universitario. No es de mármol, es muro ladrillero y revoque. Allí, aerosol mediante, alguién escribió una frase en latín: “Fulsere quondam candidi tibi solers”, la cual admite traducciones con distintas variantes. La más común o aceptada es la que dice: “Brillaron para ti en otros tiempos soles radiantes”.

El verso es parte del poema “Amores”, del romano Cátulo, quien lo escribió en el siglo I a.C., como una expresión de amor y deseo hacia su amada, resaltando su belleza y el brillo que ella emanaba.

Una de las curiosidades que suele ofrecer la ciudad, que demasiadas veces nadie ve, que pocos leen. Por el apuro, por el ritmo de vida, por el celular, por desinterés, por el momento.

Esta vez nos permite hablar del latín, el idioma del mármol, el que los romanos usaban en sus relojes de sol, con frases referidas a la fugacidad del tiempo y de la vida. Acaso pocas tan conmovedoras como la tallada en el reloj de la iglesia del país vasco Urrugne: “Omnes vulnerant, ultiman necat”. Todas hieren, la última mata.

Dos esquinas más, entre el amor y la impunidad

Son muchos los espacios ocupados por mensajes y leyendas. Aquí dejamos dos ejemplos de entre muchos. Uno dedicado a los abuelos, al amor de los abuelos. El otro referido a distintos casos ocurridos en la ciudad y que resisten a un final sin justicia: