Bahía Blanca | Lunes, 20 de mayo

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Leif: la historia que nunca contó

"Quiero contarle --me dijo el hombre-- quién fue esa señorita que le cambió la vida". ¿Por qué Leif jamás había revelado ese secreto?

Esto que cuento por primera vez ocurrió un par de años atrás, a la salida del edificio donde funciona LU2 Radio Bahía Blanca, luego de compartir una hora de charla al aire en "Bienvenidos". Con Lorenzo Natali conversamos de todo y apareció Leif Larsen, pescador y soñador, ícono de Monte Hermoso. Comenté que en su vida hubo un clic, un momento donde la desprolijidad le fue ganando terreno a la elegancia y prestancia de aquel guardavidas de la vertical con una sola mano que desveló a señoritas locales y visitantes. 

Me despedí  de Lorenzo y al llegar a la puerta de salida de la radio por la calle Rodríguez, un señor de mediana estatura me esperaba. Se presentó, era de Villa Mitre y había escuchado el relato del clic de Leif provocado por un amor no correspondido. 

"Quiero contarle -me dijo- quién fue esa señorita que le cambió la vida a Leif".

Uno es periodista, siempre busca datos, información  y si alguien se los acerca no hay mucho que pensar. Decidí escuchar su relato, era preciso, me dio el nombre de  la dama de las ocho décadas, el teléfono y lugar donde reside, a menos de 400 kilómetros de Monte Hermoso. Lo anoté, le agradecí que se hubiera tomado la molestia de ir hasta la radio, nos despedimos y emprendí el regreso a Sauce.

En el camino me daba vuelta por la cabeza cada precisión de aquel amor no correspondido. Imaginaba viajar a Mar del Plata, entrevistarla, que revelara aspectos desconocidos de Leif.

En ese instante reflexioné y pensé por qué Leif nunca me había contado nada de aquel episodio que marcó su vida.

Y si no lo contó --me pregunté--, si fue parte de su intimidad, ¿quién era yo para que muchos años después de su muerte develara aquellos misterios que siempre encierran amores no correspondidos?

Recuerdo que al pasar por el puente de las Oscuras, cruzando el río Sauce Grande tomé la decisión de olvidarme lo que había escuchado y anotado. Hice un bollito con el papel de los datos de la dama y lo arrojé por la ventanilla para que la corriente del río lo llevara a la desembocadura en el Atlántico.

No recuerdo que me haya sucedido algo semejante en la profesión, pero estoy seguro que hice lo correcto, porque ninguna historia, por buena y extraordinaria que parezca, justifica  vulnerar  la intimidad de una persona ausente.

Eso si, me hubiera gustado que Leif la contara.

No la contó, no pudo ser.

La página quedó en blanco.

Así será.