Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El día que un coronel de la Nación retó a duelo a un estudiante bahiense

Fue el último suceso de ese tipo de la historia local, cuando un militar se sintió ofendido por una opinión de Angel Vilanova vertida en un diario. 

Castellanos Solá en el centro, el día que asumió la jefatura comunal, septiembre de 1955

Por Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   El 20 de octubre de 1956 dos fuertes golpes en la puerta despertaron Ángel “el Colorado” Vilanova de su siesta en la pieza de la pensión que la familia Jacob le alquilaba en Soler y Belgrano de nuestra ciudad. 

   El Colorado no podía creer lo que tenía antes sus ojos: dos militares de gestos adustos, severos y pulcros venían a traerle, en calidad de padrinos, la notificación del coronel Luis Roberto Cornu retándolo a duelo. 

   Uno de esos padrinos era (nada menos) el capitán de Corbeta Guillermo Castellanos Solá, el hombre que encabezó la denominada Revolución Libertadora de septiembre de 1955 en nuestra ciudad, el mismo que había dejado unos meses antes la jefatura comunal. 

   Fue el comienzo de una historia de ribetes tragicómicos, que sacó a Vilanova del anonimato y delineó el último reto a duelo de la historia local.

La casona de Belgrano y Soler donde ocurrieron los hechos. Foto de su demolición, década del 70

Los hechos

   "El Colorado aceptó el duelo. Pero a condición de que las armas y el lugar fueran los elegidos por él: sería a escobazos y en la plaza Rivadavia”. Este es uno de los varios comentarios que fueron adornando esta historia, que tiene mucho de verdad y poco de leyenda. 

A sus 88 años, Vilanova está radicado en Buenos Aires.

   El Colorado había cumplido 24 años el día antes de que Castellanos Solá y el coronel Luis Ulibarrie Costa se apersonaran en la pensión para exigirle una retractación o disculpas a su ahijado, coronel Luis Roberto Cornu, “o en su defecto una reparación por las armas”. 

   ¿Qué había pasado? A Vilanova lo habían entrevistado unos días antes en el diario El Atlántico, como presidente que era de la Federación de Estudiantes del Sur y estudiante de Letras de la Universidad Nacional del Sur. 

   En la nota había manifestado su preocupación por la educación, poniendo énfasis en lo que consideraba “una desigual distribución del ingreso, comparando el destinado a la educación con el que recibían las Fuerzas Armadas”. 

   “Mis expresiones hirieron la sensibilidad militar y un coronel (Cornu) se sintió agraviado en su honor. Por eso envió sus padrinos a mi pensión. Fue un momento de desconcierto y también de temor”. 

   Quien evoca aquella circunstancia es el propio Vilanova, quien a sus 88 años, radicado en Buenos Aires,  todavía recibe comentarios sobre aquel episodio “cívico-militar”, como suele referirlo.

   Aquella tarde de 1956, Vilanova atendió a los militares con la lógica inquietud que puede tener a quien le exigen “una recomposición en el plano de las armas”. 

La Plaza Rivadavia era el lugar elegido para el duelo.

   En ese momento atinó a contestar que desconocía cualquier Código de Honor que lo obligara a aceptar semejante reto y mucho menos como resultado de una opinión personal que poco y nada tenía de injurioso. 

   “Aceptar una resolución con las armas era algo completamente desatinado, un acto de violencia e incluso un delito. Por otra parte resultaba una situación absolutamente absurda, con características casi de comedia: dos militares retando a duelo a un estudiante", señala Ángel.

   Ante su negativa a expresar una disculpa por sus dichos y menos aún aceptar el duelo, Castellanos e Iribarne se retiraron del lugar, sin decir una palabra más. 

   Al día siguiente publicaron una solicitada en El Atlántico, desacreditando" la honorabilidad” de Vilanova. 

   “A ese primer escrito siguieron un par de solicitadas mías y otras tantas de los padrinos. Era casi una comedia”, repasa el Colorado, quien sigue sintiendo satisfacción y orgullo por el intercambio de ideas que generó el hecho y el contrapunto entre quienes gobernaban el país y un estudiante que planteaba tener más presupuesto educativo. 

Primer round

   El 21 de octubre de 1956, Castellanos Solá y Ulibarrie Costa hicieron público lo ocurrido, cuando ya era la comidilla de la ciudad. 

   La publicación daba cuenta de la visita a la pensión estudiantil y el pedido a Vilanova de “una retractación de los términos vertidos en la referida entrevista o, en su defecto, una reparación por las armas”.

   No teniendo una respuesta y desacreditando la postura de Vilanova de desconocer un supuesto Código de Honor, los padrinos dieron por concluido “el incidente”, y felicitaban al coronel Cornu “por haber dejado a salvo su buen nombre y honor” y, de manera indirecta, sugerían la falta de honorabilidad de Vilanova.

   Cuando parecía que hasta ahí llegaba la singular historia, Vilanova publicó su respuesta, en la necesidad, escribió, “que la sociedad tenga los elementos suficientes para juzgar lo ocurrido”. 

   Reiteró en ese escrito su desconocimiento al Código de Honor, en el sentido de no asignarle autoridad alguna de su pretendida vigencia, “bajo el actual régimen republicano”.

   “Mi honor cívico no lo puede determinar un código desconocido para los civiles y extraño a las sociedades cultas. Mi código está determinado por una conducta cívica que no supo hasta hoy de renunciamientos ni concesiones. Repugna a mis sentimientos democráticos, de la ciudadanía y del honor cívico, aceptar la cuestión que se me plantea”, escribió. 

   Esa era su manera de agitar el guante.

   Invitó, además, al ofendido coronel Cornu a que, “de acuerdo al régimen democrático”,  recurra a los mismos medios utilizados por él para expresar las razones por las que se considera ofendido.

   “Sorpréndeme enormemente que miembros de una institución sostenida por el pueblo para defender la Constitución y las leyes me inciten a desconocerlas, intimándome a dirimir una cuestión de ideas por medio de la fuerza. Repugna a mi conciencia proceder de acuerdo a un código desconocido, superado por toda sociedad culta”, finalizó.

Un código sanmartiniano

   Las respuestas a su escrito no se hicieron esperar, mediante dos nuevas solicitadas, una firmada por Ulibarrie Costa y otra por Castellanos Solá.

   Ulibarrie reconoció que el Código de Honor no tenía vigencia jurídica, aunque explicó que se trataba de “una ley positiva y obligatoria para los militares”, inspirada en la “tradición sanmartiniana” y “universalmente aceptada por quienes hacen del honor el supremo patrimonio de la personalidad”.

   “Si el señor Vilanova dice que el duelo es un delito, es preciso puntualizar que la visita de los padrinos no es una invitación a la lucha sino una demanda de retractación, siendo el duelo la eventualidad última”, explicó.

   Castellanos, por su lado, comenzó destacando su papel como parte “de la gran falange de ciudadanos que lucharon para restaurar el régimen republicano con todas las libertades que el mismo trae aparejadas, libertades consustanciadas con el honor, la riqueza más grande que puede poseer un militar”.

   Mencionó a José San Martín como el primero en redactar un reglamento de honor que garantizaba a los militares “no confundirse con los malvados y perezosos”.

   "Mi trayectoria privada y pública son el mejor documento que ofrezco como prueba irrefutable de que he defendido  la Constitución, por la cual considero infunda y carente de realidad la acusación encubierta de Vilanova de propender a la violencia y violar las leyes de la república”.

   En una estocada que pretendía ser final, Castellanos sugiere que si haber destacado la honorabilidad de Cornu “agravia indirectamente” a Vilanova, ello será debido “a algún resquemor de conciencia por haber ofendido a los oficiales”.

   "Lo conmino a Vilanova a presentarse a la justicia en el plazo perentorio de 24 horas, caso contrario lo acusará para así desenmascarar a quien me calumnia irresponsablemente". 

   “Como universitario que estudia con los impuestos y contribuciones que pago, debería dar muestra de aprovechar mejor lo que como ciudadano le otorgó por ley y no ser un insolente irresponsable”.

Envalentonado

   Vilanova estaba ahora en un campo propicio: el de intercambiar ideas sin sentirse intimidado por la fuerza. Por eso, hizo una segunda publicación, para defenderse, según explicó, “de un acto insultante y del tono impropio de una persona de la edad y de la jerarquía que ostenta” (por Castellanos Solá).

   Negó al Código de Honor “valor para regir la conducta de un civil” y marcó “una contradicción” en los dichos de Castellanos, al definirse “restaurador del régimen republicano y de todas sus libertades” cuando el Código de Honor que aseguraba defender había sido aprobado en 1953 por pares que más tarde fueron calificados por las Fuerzas Armadas como “indignos de vestir el uniforme militar” (por los generales Juan Perón, José María Sosa Molina y Franklin Lucero). 

   Tampoco considera relevante que haya sido el general José de San Martín el primero en establecer un Código de Honor. 

   “Con todo el respeto que siento por San Martín, su palabra no es verdadera fe y es lo que un hombre pensó antes de 1850. Hoy es 25 de octubre de 1956”. 

   Vilanova apuntó, además, "que se ha corrido el eje de la discusión, que es realizar un cotejo entre los exagerados presupuestos y retribuciones militares frente a los asignados para la educación”. 

   Y dejó en claro que el Código Civil pena con prisión a quienes participen en un duelo y citó al jurista italiano Giulio Crivellari, quien definía esa acción como “un resabio de instituciones bárbaras”, que no resuelve nada y que “importa un privilegio de clase”. 

   “Si el honor de un hombre están supeditados a su habilidad en el manejo de las armas y no de las ideas, me declaro, con cívico orgullo, profundamente ignorante”, remató Vilanova.

   Por último, le agradeció a Castellanos que pague los impuestos para que él pueda estudiar y le sugirió “agradezca a mis padres que pagan los suyos para pagar sus sueldos”. 

   “No volveré a distraer la atención de nadie por esto. Los verdaderos problemas nacionales son otros y mí tiempo lo necesito para estudiar, no para contestar sus insultos”.

   Esta solicitada fue el último eslabón de esta cadena.

   No hubo ya respuestas de los militares y el hecho tampoco llegó a la justicia. El incidente había terminado.

La fama

   Haber sido retado a duelo por un coronel, haber sido visitado por los padrinos en su pensión de calle Belgrano, haber respondido a cada injuria, hizo del Colorado todo un personaje. 

   “El hecho tuvo repercusión en mi vida personal, después de la sorpresa inicial resultó en una "fama" inesperada ya que en la ciudad se comentó mucho el asunto y tuve ocasión de constatarlo durante mis recorridos habituales”, apunta hoy Vilanova.

   Prueba de la trascendencia del hecho es que Vilanova fue recibido por el escritor Ezequiel Martínez Estrada en su chalet de avenida Alem y Salta. 

   El autor de Radiografía de la Pampa estaba muy relacionado con los estudiantes y lo atrajo tanto lo ocurrido que le confesó a Vilanova que escribiría un cuento al que iba a titular “El coronel Mandrógora reta a duelo a un estudiante”. 

   “Creo que no lo escribió nunca, pero la historia lo atrapó”, explica Vilanova.

   Vilanova se recibió de profesor de Letras en 1959, comenzando una carrera docente en el Departamento Humanidades de la UNS, en materias como Algebra, Griego, Historia del arte y Literatura europea. 

   En 1975 fue parte de los muchos cesanteados por el rector interventor Remus Tetu, tras lo cual se instaló en Venezuela, donde se jubiló como docente de la Universidad Los Andes.

   Regresó al país hace poco tiempo, como consecuencia de la crisis que atraviesa ese país.

   Estuvo en nuestra ciudad en 1993, como expositor del I congreso internacional sobre la vida de Ezequiel Martínez Estrada. 

   Visitó entonces la vivienda de la avenida Alem, donde 40 años antes había estado como el entusiasta estudiante retado a duelo por un coronel de la Nación.