Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Sueños, fuego y traiciones: la historia del castillo de Villa Ventana

Construido hace más de 30 años, alrededor suyo se han tejido cientos de versiones respecto de por qué está abandonado.

Fotos: Rodrigo García - La Nueva.

Hernán Guercio / hguercio@lanueva.com.ar

   Las torres altas y las almenas de ladrillo visto, con sus pequeños ventanucos oscuros, llenan cualquier par de ojos que se pose en ellas. La entrada, prohibida: los inmensos portones de rejas negras se alzan entre dos torretas imponentes y el cartel de “No pasar – Propiedad privada” sacude las incipientes intenciones de aventura de cualquier incauto.
   Pero el sabor por lo prohibido reaparece cuando se observa que, detrás de una de esas torres, el enrejado está lo suficientemente abierto como para que pasen una o dos personas. Esa pequeña abertura es la entrada a una historia semioculta entre las sierras de Ventania, que habla de amigos, traiciones, falsos gurúes, sueños truncos y lazos familiares.
   El Castillo de Villa Ventana, el Castillo de los Moncada, el Castillo Abandonado: todos los nombres hacen referencia a las dos construcciones cuasimedievales que comenzaron a levantarse a principios de la década de 1980, que quedaron deshabitadas a mediados de los '90 y que, desde entonces, han sido víctimas de saqueos, entradas furtivas, destrozos e historias perdidas, supuestos, enigmas y hasta vinculaciones con el narcotráfico colombiano.

   El hoy perdido sueño de la niñez de Abel Moncada empezó a tomar forma allá por el año 1972, cuando el por entonces empresario bahiense compró un pequeño lote en Villa Ventana, que contaba con una simple casita casi sobre la esquina de Cruz del Sur y Martín Pescador. Gracias a un buen pasar económico, la familia pudo ir adquiriendo sucesivamente algunos terrenos ubicados detrás del original -en dirección hacia la actual calle Curamalal- hasta que en 1984 pudo comenzar a levantar el primero de sus castillos: el chalet familiar.
   Esa casa, en principio usada durante los fines de semana y las vacaciones, contaba con un gran salón en la planta baja y una escalera circular de madera que bordeaba una de las torres y se dirigía hacia el primer piso.
   Allí había tres habitaciones con baño privado -una para el matrimonio, y otras dos para sus hijas-, además de una circular acústica e insonorizada especialmente para escuchar música. Sobre esta última había (hay) una almena que hace las veces de mirador, a la que se accede por una escalera rebatible. Detrás de ella se alza una segunda torre coronada con un techo de chapa en punta; y en el lado opuesto aparece una tercera torre con almena, que se comunica con la casa a través de los ventanales de las habitaciones.
   La construcción terminó en el año 1988, pero Moncada ya tenía su nuevo proyecto: una segunda construcción, similar a la primera, donde funcionaría un hotel; y después, esperaba, la seguiría un restaurante de lujo. “Es la reserva para cuando sea viejo”, solía decir. Pero ese futuro nunca llegaría.

   Desconocedor de los reveses que vendrían, al hotel lo soñó y lo hizo a lo grande: en 1990 empezó a levantar una planta baja con un gran comedor y dos galerías, y un segundo y tercer piso con unas 15 habitaciones con baño privado. No había planos oficiales; todo se iba haciendo y deshaciendo en base a sus ideas. Como en el chalet, las paredes se levantaron de ladrillo visto y hasta se dejó espacio para un ascensor.
   De todo aquello, hoy solamente queda la estructura edilicia y las tuberías de electricidad asomando desde los pisos: las aberturas, equipamiento sanitario o cualquier cosa que pudo ser robada, ya no está. Los grafitis, pintadas y desechos de aves pueblan las paredes y los pisos de ambas construcciones. El olvido y la dejadez son los únicos reyes del lugar.
   Más allá de los rumores que rodearon al Castillo de Villa Ventana en los últimos años, lo cierto es que el hotel nunca se concluyó por la falta de los permisos administrativos de la comuna de Tornquist. Pero en ese momento la familia contaba con el dinero para terminarlo y, a pesar de todo, se siguió adelante con la construcción.
   Hasta que todo el sueño se vino abajo como un castillo, pero de naipes.

 “Si se hubiera ido a la quiebra, hoy no estaríamos lamentando todo lo que ocurrió después”, aseguró Perla Medico.

   Cuando quedaban unos cuatro meses para terminar el hotel, en 1992 el fuego barrió con las esperanzas de aquel chico que soñaba con tener su propio castillo. Un incendio arrasó con Bahía Electrónica, el comercio que Moncada tenía en Brown 1.100 de Bahía Blanca. El dinero del seguro no se utilizó: era necesario presentar quiebra y Moncada se negó a hacerlo; prefería afrontar las pérdidas por sí mismo.
   “Si se hubiera ido a la quiebra, hoy no estaríamos lamentando todo lo que ocurrió después”, reconoce a La Nueva. su viuda, Perla Medico.
   Lentamente, el dinero comenzó a escasear de los bolsillos y los bancos fueron quedándose —y rematando— los bienes de la familia. En 1994 los Moncada decidieron mudarse desde Bahía Blanca al chalet de Villa Ventana y allí, Abel creó una sociedad anónima con acciones al portador a nombre de tres amigos suyos. Según Perla, en ella se incluyeron casi todos los terrenos que ocupa el castillo. La intención era clara: resguardar los bienes que quedaban para que no siguieran siendo rematados por el banco. Para la ley, Moncada ya no era dueño de esas tierras.


Perla Medico de Moncada

    Por esos días también había hecho su entrada un tercer hombre desde Capital Federal, que rápidamente fue tomando voz y voto en la sociedad y en la familia, convirtiéndose en un consultor obligado al momento de tomar decisiones difíciles.
   “Hacíamos lo que él decía. Aparecía un día y desaparecía un tiempo. Venía siempre con noticias desde Buenos Aires, diciéndonos lo que iba a pasar porque aseguraba tener información confiable. Era un estafador; ahora nos damos cuenta. Estaba en todo esto junto a quienes estaban en la sociedad anónima en todo esto”, dice Perla.
   Eran tiempos difíciles, “las cosas iban mal” y obligatoriamente en la planta baja del chalet comenzó a funcionar una casa de té. La familia vivía en el primer piso y atendía el comercio. Abel cultivaba plantas exóticas y de gran belleza en el invernadero instalado donde años atrás había estado la casa original del terreno, donde llegó a tener orquídeas; se encerraba en la sala acústica para escuchar algunos de los 2 mil discos de música que llegó a poseer y que hoy Perla guarda celosamente, y se reunía con sus tres amigos para determinar los pasos a seguir en la sociedad.

   En esos días pasó de fumar sus tres paquetes diarios de Marlboro a no fumar ninguno, aunque para ese entonces el cáncer y la depresión ya hacían mella en su salud. A partir de 2010, los últimos dos años de su vida los debería vivir conectado a un tubo de oxígeno, casi postrado.
   Pero Moncada no fallecería en su castillo. En 1996 sus amigos recomendaron que la familia se fuera de allí y alquilara una casa “porque no podía ser que estuviéramos en quiebra y viviéramos en ese lugar”. Y así fue: juntaron sus cosas y consiguieron una pequeña vivienda en el barrio San Bernardo, en Sierra de la Ventana.
   De ahí todo fue en cuesta abajo; o cuesta arriba, según la parte del vaso lleno o vacío que se quiera mirar. Íntegramente dedicada a la gastronomía, la familia recién pudo sacar la cabeza de debajo del agua cuando “después de mucho patalear” recibieron el dinero correspondiente al valor de seis lotes –de 21- que también habían puesto a nombre de uno de sus consejeros, y con eso empezaron a construir su actual casa en el barrio Golf de Sierra de la Ventana. Misteriosamente, los inseparables amigos hacía años que habían desaparecido de la vida de los Moncada; uno de ellos directamente no les atendía el teléfono.

   Ya corría la mitad de la primera década del siglo, y el castillo abandonado era parte de la historia nueva de Villa Ventana y uno de sus mayores misterios. Ya casi no quedaba nada que pudiera robarse o romperse en su interior o exterior: la gente podía entrar y llevarse lo que quisiera; debido a la falta de mantenimiento, los techos y sus tejas comenzaban a deteriorarse; las deudas municipales se acumulaban, y no aparecía nadie a quien convencer de comprarlo.
   Abel no había vuelto a Villa Ventana y su salud desapareció casi por completo. El respirador tipo puff que antes usaba para ayudarse a respirar se había convertido en un tubo de oxígeno al que estaba constantemente conectado, y sobrevivía acostado a apenas 20 kilómetros del castillo que había levantado. La casa del barrio Golf todavía no había podido concluirse y su familia seguía alquilando un techo donde vivir.
   Esperó y esperó. El 19 de julio de 2012 acordó de palabra la venta del único terreno del castillo que había quedado fuera del alcance de la sociedad anónima. Con ese dinero se podría –y se pudo- terminar de construir el techo que legaría a su mujer y sus hijas.

   “Esa tarde nos quedamos un largo rato charlando sobre las obras que se podrían hacer. A la madrugada siguiente, cerca de las 4 de la mañana, antes de irme a trabajar, lo encontré sentado en el piso del living con la cabeza apoyada en una silla. Me estaba esperando para morir”, recuerda Perla.
   Ese 20 de julio, justamente el Día del Amigo, el corazón de Abel Moncada dijo basta. Horas atrás había asegurado el porvenir para su familia, que se mudaría a su actual casa en enero del año siguiente.
   Como pocos, había logrado uno de los sueños de niño: tener su propio castillo, un lugar donde –finalmente- reinó poco, donde fue festejado, aconsejado y traicionado por sus amigos, y al que fue obligado a abandonar prácticamente derrotado. Los años subsiguientes los sufrió casi en silencio, enterándose como cualquier desconocido invadía lo que había sido su territorio y saqueaba lo que iba quedando de su época de bonanza, sin un papel legal en sus manos que le permitiera hacer el más mínimo reclamo.

   Hoy, su familia elige olvidar lo ocurrido y los reclamos. “Ese lugar ya se llevó a mi padre; no quiero que haga lo mismo con mi madre”, dice una de sus hijas. Para Perla, ese sitio “es un elefante blanco” y ya no sirve seguir dando vueltas sobre el tema.
   “Queremos empezar de nuevo. Lo pasado pisado; ya pasó. ¿Para qué vamos a seguir revolviendo todo esto?”, asegura.
   Mientras tanto, a una corta distancia de allí y resguardado únicamente por un caballo que pasta en su interior, el Castillo de Villa Ventana, el Castillo de los Moncada, el Castillo Abandonado, espera por alguien que reclame sus derechos sobre él y vuelva a darle vida.