Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

¿Se cumplieron las expectativas a final del siglo veinte?

Si bien varias de las aspiraciones que se tejieron a lo largo de décadas no llegaron a concretarse en hechos, otras sí lo hicieron. Hoy el crédito sigue abierto.

Norman Fernández / Especial para “La Nueva.”

El 26 de abril de 1884, el diario La Prensa, de Buenos Aires, saludaba con un elogioso editorial la llegada del ferrocarril a Bahía Blanca, venturoso episodio que, a juicio de muchos observadores, constituyó la segunda fundación de la ciudad.

   Recordaba el editorialista un comentario anterior del mismo matutino, en el cual se afirmaba que "bastaba mirar la posición de ese puerto --el mejor del Atlántico argentino-- para ver en él al Liverpool de este país".

   En aquella tiempos, se vislumbraba ya el futuro que el destino le deparaba a Bahía Blanca: convertirse en uno de los puertos esenciales para el comercio exterior argentino. Atributo que hoy conserva con orgullo, respaldado por los hechos y por las estadísticas.

   Pero, años más tarde, las aspiraciones cobraban nueva dimensión. Bahía debía ser la capital de una nueva provincia. Enrique Julio lo proclamaba desde el diario cuyo primer ejemplar salió el 1 de agosto de 1898.

   Y, desde el mismo Senado de la Nación, lo respaldaba Carlos Pellegrini, con una propuesta que aprobó la Cámara Alta, pero que nunca pudo superar la instancia de los diputados.

   Tanto Pellegrini como La Prensa consideraban que no había sido feliz la decisión de instalar la capital bonaerense a menos de 60 kilómetros de Buenos Aires. Y concordaban en que el lugar apropiado era Bahía Blanca. 

   Aquel editorial lo describía así: "La Plata será La Plata del trópico sacada de su prisma y sustentada con el calor costoso del invernáculo. Bahía Blanca será el majestuoso árbol tropical creciendo orgullosamente y con amplitud bajo el sol ardiente de su propio clima".

   Por aquellos mismos años, Estanislao Zeballos se deshacía en elogios para nuestra ciudad, al señalar que "será un vasto centro de comercio y de riqueza" y se arriesgaba a compararla con pujantes centros urbanos de los Estados Unidos, para concluir que "en un día no demasiado lejano será la capital de una nueva provincia.

   Bahía fue creciendo al impulso de su propio esfuerzo, a veces acompañado por el respaldo de los máximos poderes gubernamentales, pero también a menudo soslayado por la burocracia de las administraciones centrales.

   El potencial de su puerto, vía de salida de los productos de una rica y cada vez más extensa zona agrícola, constituyó el basamento esencial para el crecimiento de la ciudad, que si bien no pudo alcanzar el sitial de capital de la provincia, al menos pudo exhibir el de bastión de la Patagonia, a modo de ratificación de los postulados del ingeniero Domingo Pronsato.

   A medida que el puerto seguía creciendo y diversificando sus actividades, le llegó un vecino interesado en otorgarle a Bahía Blanca el sólido perfil industrial del cual carecía: las fábricas que se fueron levantando a la vera del estuario, dejando atrás la melancólica historia del cangrejal.

   En la segunda mitad de la década del 60, cuando Dow Chemical hizo su primer anuncio acerca del interés por radicarse en nuestras tierras, comenzó a escribirse una página diferente en el historial bahiense: la de los polígonos industriales que modificaron el tradicional paisaje portuario.

   Diversas iniciativas renovaron, de tanto en tanto, aquella idea finisecular de la nueva provincia. Como alternativa, hasta se barajó la variante de crear regiones dentro de la provincia, con Bahía como una de sus cabeceras administrativas. Pero, sin duda, la férrea e indomable burocracia platense es, por ahora, imposible de abatir.

   Durante varios años, en época reciente, la nuestra fue una ciudad que sufrió un innegable proceso de estancamiento. Ahora, al impulso de diversas obras fundamentalmente propiciadas desde la Nación y desde la Provincia, empieza a vislumbrarse un desarrollo que vendría a compensar aquel lamentable período de inacción e indiferencia.

   La ampliación de rutas nacionales y provinciales, la instalación de varios parques eólicos en sus alrededores y en distritos vecinos, la perspectivas de otorgar beneficios a partir de la futura explotación intensiva de los yacimientos no convencionales de Vaca Muerta, con un puerto capaz de jugar un papel preponderante en el ambicioso desafío neuquino, entre otros, son resortes que impulsarán un futuro más promisorio y ajustado a los tiempos modernos. Es lo que se espera.

   La ciudad, claro está, no se construye solamente con obras materiales. Están las otras, las que surgen del intelecto, del esfuerzo físico, de la capacidad individual. En fin, valores que nos permiten enorgullecernos de decir, cada vez que es necesario, que de estas calles salieron César Milstein, Eduardo Mallea, Carlos Di Sarli, Jorge Luis Garcia Venturini, Julio Maiztegui, Xavier Inchausti, Manu Ginóbili, Pepe Sánchez, Guillermo Martínez y muchos más que supieron y saben llevar el nombre de Bahía Blanca por el país y por el mundo.

   Una Bahía que todavía tiene mucho para dar y para crecer. Sus expectativas y posibilidades no siempre pudieron materializarse. Pero el crédito está abierto, indudablemente. Y la memoria del coronel Ramón Estomba, de su cofundadores y de los otros hombres y mujeres que fueron haciendo crecer la modesta Fortaleza Protectora Argentina nos recuerda que estamos a solo una década del bicentenario. Aprovechemos estos diez años para volcar ideas que permitan que el singular acontecimiento tenga la relevancia que merece.