Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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En el Día del Padre, dos relatos de sufrimiento y un amor infinito

Las historias son reales, pero los nombres están cambiados. Ambos lo pidieron para preservar a sus hijos.
En el Día del Padre, dos relatos de sufrimiento y un amor infinito. La ciudad. La Nueva. Bahía Blanca

Maximiliano Allica

mallica@lanueva.com

Jorge conoció a su hija Agustina cuando él tenía 42 y ella, 18. Fue hace cuatro años, en la Terminal de Omnibus San Francisco de Asís. La vio bajar del micro y sintió que se le movía el continente. Se abrazaron como nunca. Obviamente, como nunca antes. Pero también como nunca después.

“Hacía mucho frío, estaba muy nervioso. ¡Iba a conocer a mi hija! No lo podía creer”, dice.

En realidad, Jorge ya conocía a Agustina. Pero no la había vuelto a ver desde que la bebé tenía 8 meses.

“Nos peleábamos mucho con la madre y un día se fue a vivir a Olivos con su mamá, que tenía muy buena posición económica. Yo estaba acá sin un mango, hicieron lo imposible para alejarme. Me cerraron todos los caminos, también judiciales. Tenían muy buenos abogados. De hecho, en un momento les perdí el rastro”.

El rastro se recuperó hace 11 años, cuando Agustina tenía 11. Ese día Jorge faltó al trabajo por una gripe terrible. “Era más o menos esta época”. Justo él que se jacta de ser un soldado del laburo.

Sonó el teléfono fijo, era la mamá de su hija. Agustina venía insistiendo con que lo quería contactar. Vivían lejos. El primer canal de comunicación fue Messenger.

“Fue increíble, aunque para nada fácil. A veces discutíamos mucho, como dos nenes. Y nunca se daba para intentar viajar y vernos. A ella no la dejaban y yo no me animaba. Si te tengo que ser sincero, me daba la sensación de que cada vez que existía la posibilidad, ella ponía cierta distancia”.

A los 16 Agustina, que se había mudado con la madre a Santa Fe, quiso venir pero no la dejaron. Desde el día que cumplió 18 pasó a ser su decisión.

“Me llamó y me dijo que quería estudiar Administración de Empresas en Bahía. Le pregunté si no estaba esa carrera allá y me dijo que sí. Pero quería vivir conmigo”.

El abrazo en la Terminal fue emocionante, pero el principio de la relación fue difícil. Sangre de la misma sangre aunque casi sin relación previa. Encima, Jorge tenía una novia apenas dos años mayor que su hija.

“¿Sabés qué nos ayudó mucho? Los Simpsons. Fue como un nexo, nos gustaba a todos. Y usábamos mucho ese lenguaje para entendernos”.

Jorge hizo cosas que jamás imaginó. “Por ahí venía la piba y me pintaba las uñas para probar un esmalte. Había momentos en que jugábamos como si fuera una nena de 3 años”.

A Agustina no le fue muy bien en la Universidad del Sur. Pero empezó a trabajar en una casa de empanadas y vivió acá dos años. El problema fue cuando empezó a extrañar demasiado a su hermanita de 4 y a sus amigos de casi toda la vida. Quería volver a Santa Fe.

“Estuvo allá un tiempo y ahora se fue a Buenos Aires. Tiene 22 años. Este Día del Padre no nos vamos a ver, aunque estoy tratando de organizar algo para las vacaciones de invierno”.

Jorge agradece a la vida haber recuperado la relación. Pero no olvida el dolor. Cita una película documental, Borrando a papá, que trata sobre la obstrucción de los vínculos entre padres e hijos, situaciones en las cuales se busca presentar al padre como un sujeto peligroso y prescindible de la crianza.

“No se dan cuenta del daño que les hacen a los chicos. Me parece que en casos así, si un psicólogo determina que el padre no es peligroso, deberían siempre permitir que esté en contacto con el hijo, por peor relación que tengan los padres”.

Padre e hija nunca más se volvieron a abrazar con la intensidad de esa primera vez en la Terminal.

“Imaginate que nos criamos separados. Ella como hija y yo, como padre. No era fácil. Pero seguimos teniendo excelente relación. Lo más importante de mi vida, desde que la conocí, es cuando me dice Te Amo”.

“Lo más doloroso es sentir que tenés que elegir entre tus hijos”

Angel se enamoró durante un viaje a Córdoba y, a los 6 meses, convenció a su pareja de vivir en Bahía Blanca. Los primeros tiempos fueron impecables, pero poco después empezaron los problemas. No pasaba prácticamente un día sin discusiones.

También hubo oasis de felicidad. El nacimiento de Guillermina los iluminó. Aunque cada tanto volvían los recelos y la percepción de que la relación no podía durar.

En medio del temporal, llegó otro embarazo. Intentaron sostener el matrimonio, pero peleaban mucho. Un día, Angel la echó.

“Fue el peor error de mi vida. Guille tenía 5 años y Gabriel, apenas 1. Se los llevó a Córdoba. Yo no sabía cómo manejarme, no quería que me alejara de ellos, pero era la madre y yo fui el estúpido que le dijo que no la quería más en mi casa”, cuenta.

Empezó a viajar cada 15 días para ver a los chicos. Con su ex discutió un año y medio las cifras que tenía que pasar por alimentos. Al final llegaron a un acuerdo.

“Pero a los dos meses me dijo que no le alcanzaba y volvimos a las peleas. Era terrible discutir por la plata con los chicos de por medio. Hasta que se confirmó una enfermedad de Gabriel, que necesita un seguimiento intensivo. Y ahí llegamos a otro acuerdo”.

Angel se trajo a Gabriel a vivir con él. Tenía 3 años. “Mi ex me propuso que me trajera a la nena, pero yo sentía que el chiquito me necesitaba más. Lo más doloroso del mundo es sentir que tenés que elegir entre tus hijos”.

Eso fue hace 6 años, en agosto. En diciembre de ese año tenía que buscar a la mayor para pasar el verano y escuchó la frase que lo demolió.

“Me dijo: 'Papá, ¿por qué a él sí y a mí no?'. Tenía 7 años. Me partió el alma. Le expliqué lo de la enfermedad del hermano, creo que entendió”.

Da un consejo: recurrir a la ayuda profesional. Casi todo el proceso lo transitó yendo a una psicóloga. Le ordenaba los pensamientos, lo hacía decidir sin furia. “Seguramente habría cometido muchos menos errores si hubiera comenzado antes”, dice.

Cuando la más grande cumplió 8, estaba en edad de decidir con quién vivir. Le propuso venir a Bahía con su hermano. Pero contestó que no. “Me mató, no lo esperaba”.

Otra vez la psicóloga lo calmó. “Mi ex después me pidió plata para un departamento y finalmente aceptó hablar con Guillermina para que entendiera todo el contexto. Hoy vivo con los dos, tienen 13 y 9, me dieron la tenencia definitiva”.

La relación de ambos con la madre no es fácil, aunque se ven con periodicidad.

“Algo que aprendí bastante rápido es a no hablarles mal de la mamá. Los problemas de grandes no tienen que ver con los chicos. Demasiado sufrieron. Ojalá algún día puedan recuperar una mayor cotidianeidad con ella”.