Aquellos dorados

David Roldán

droldan@lanueva.com

Lejos estamos, nosotros, los que vivimos cerca del Atlántico, de la cordillera.

Algo así como unos 900 kilómetros, si entramos afinar un poco el lápiz.

Lo cual, obvio es, no quita que a esta altura del año, podamos tomarnos una semanita para disfrutar de la innumerable seguidilla de paisajes que existen en aquellas latitudes.

Más allá de la pausa reparadora, cuando nos acercamos al mes número 6, un viaje a San Martín de los Andes nos da la posibilidad de observar postales que no se habrán de dar en ningún otro momento del año.

Porque a diferencia del blanco predominante del invierno o de los colores transparentes y tan diversos de la primavera y el verano, el otoño descarga todas las combinaciones posibles de dorados.

Que se pueden encontrar en las adyacencias de las rutas serpenteantes en los laterales del Collón Curá o bien después, traspuesto el amplio valle de La Rinconada.

De verdad que asombra poder descubrir cómo cada especie le otorga su pincelada a la imagen, contrastando, en muchos sectores con el verde intenso que no quieren perder otras, las de hojas perennes a las que nosotros generalizamos como "pinos".

Y esos mismos dorados, también se trepan a los cerros, de la misma manera que lo hicieron, alguna vez, las semillas diseminadas por los vientos fríos de la región.

Junín de los Andes da una bienvenida al valle y unos kilómetros más allá, San Martín de los Andes corona lo espectacular de aquella precordillera.