Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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La economía llega con el motor fundido

La economía tuvo un 2015 mejor que lo esperado, algo que reconoció hasta el propio FMI. Los pronósticos de un año recesivo no se cumplieron y el resultado terminó siendo un empate con sabor a victoria. No hubo caída de la actividad, tampoco una reactivación plena. Pero además hay un contrastse con la situación de Brasil, que en la última medición cae a un ritmo de 4,5% interanual.

Pero lograr que la economía llegue en condiciones razonables no resultó gratuito ni mucho menos. El Central llega con reservas exhaustas. Los cálculos realistas señalan que los dólares realmente disponibles alcanzan con mucha suerte hasta fin de año. La caída de la inflación se logró a base de haber “planchado” el tipo de cambio. Hoy prácticamente todos coinciden que al dólar oficial habrá que subirlo entre 30% y 50% como mínimo para empezar a salir del atraso cambiario.

El “descongelamiento tarifario” se vuelve inexorable luego de casi 15 años. Y en parte vinculado a los subsidios que se destinan a los servicios públicos, el gasto público llegó a niveles récord, generando un déficit fiscal que está entre los más grandes de la historia: superaría el 6% del PBI a nivel del Tesoro nacional y se acerca al 10% cuando se computan las pérdidas del BCRA.

Para enfrentar ese agujero de las cuentas públicas, el Tesoro actuó en dos frentes: emitió deuda por el equivalente a más de u$s 10.000 millones en el año, pero al mismo tiempo terminará recibiendo más de $ 200.000 millones del Central. Por eso, la emisión monetaria crece a un ritmo del 35% anual, 10 puntos por encima de la inflación. El “frente externo” es otro de los problemas: sin acercamiento a los holdouts, la Argentina se mantuvo prácticamente sin posibilidad de acceder al financiamiento de los mercados internacionales.

El comercio exterior es otra de las variables totalmente degradadas. Las exportaciones cayeron 17% este año y acumulan un derrumbe del 40% en los últimos cuatro años. El superávit comercial está al borde de la desaparición y se mantiene a duras penas por el freno a las importaciones.

Lo que encontrará el nuevo Gobierno es doblemente desafiante: tiene “campos minados” por todos lados, como le gusta decir a la oposición, pero al mismo tiempo la gente no se enteró que hay una crisis. El asalariado no la siente en el bolsillo y el comerciante tampoco en su nivel de ventas.

¿Cómo justificar medidas drásticas cuando, en apariencia, resultan innecesarias? El nuevo presidente deberá ingeniárselas para explicar que el motor de la economía en realidad está fundido. No alcanza con repararlo; probablemente a esta altura deba ser reemplazado por otro.