Bahía Blanca | Martes, 07 de mayo

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Real de Catorce: un pueblo más allá del túnel Ogarrio

En el siglo XVIII, nativos y forasteros explotaron ricas vetas de plata en el norte de México. Ahora el viejo enclave es refugio de artistas y llegan los viajeros curiosos.
Real de Catorce: un pueblo más allá del túnel Ogarrio. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Por Corina Canale / corinacanale@yahoo.com.ar

La entrada a este antiguo pueblo minero, una mañana de viento tibio, me recordó una frase del poeta y dramaturgo anglo-estadounidense T.S. Eliot. Aquella que dice “A veces el viaje importa más que la llegada”.

Estábamos en la entrada exterior del pétreo Túnel Ogarrio, que los mineros abrieron en 1901 para conectar al pueblo de Real de Catorce con el mundo y sacar por allí el valioso mineral.

En el otro extremo del túnel está el pueblo de piedra, entre las montañas que alguna vez desbordaron de plata.

Montañas que fueron las grandes dadoras de ilusiones y riqueza y un imán para los aventureros.

Jonas, hijo y nieto de mineros, es quien coordina el ir y venir de las combis por los 2,5 kilómetros que nos llevan hasta el pueblo escondido.

Un túnel de paredes rugosas que se defiende de la oscuridad con lamparitas que irradian una luz mortecina.

El corto viaje en esa penumbra es una experiencia alucinante; el viajero sabe que atraviesa el corazón de la montaña. Un sitio frío, húmedo y de olores penetrantes.

Un siglo antes ya había allí un peligroso paso al que llamaban el socavón de Dolores, por la mina de Dolores Trompeta, una de las 120 que explotaban las vetas.

Mucho después, los Condes de Maza, dueños de la mina Santa Ana, decidieron construir el túnel y confiaron su trazado a Vicente Irizar, quien lo llamó Ogarrio, como su pueblo natal de España.

Real de Catorce es una población de San Luis Potosí que nació como pueblo minero y vivió dos siglos de prosperidad. Con Zacatecas y Guanajuato fue una de las más importantes ciudades plateras del país.

El Túnel Ogarrio no es la única entrada, pero sí la más segura, y la aventura que los viajeros recordarán de este pueblo que, a principios del siglo XX, vio cómo se agotaba la plata y comenzaban la declinación y el éxodo.

Al salir del túnel, el Real de Catorce aparece abrazado por las montañas de la sierra catorcena. Para llegar a él hay que caminar o alquilar mulas por pocas monedas. Los 3 mil metros de altura ya se sienten.

Un viejo cartel despintado, que dice “al pueblo fantasma”, nos desvía hacia las ruinas de la mina Concepción, donde aún están las máquinas, la capilla, los galpones y las casas de los trabajadores.

Un guía de Los Caballerangos cuenta que el pueblo renació en los ’90 con la mística de los huicholes, aborígenes que viven en las tierras sagradas del Wirikuta, el desierto donde crece el peyote que alucina.

El que contó su experiencia con este cactus fue el escritor peruano Carlos Castaneda, un estudioso de las plantas alucinógenas, quien conoció el peyote por un indio yaqui, Don Juan de Matus, protagonista de uno de sus libros.

Lo cierto es que la mística de los huicholes, y la necesidad de la gente de escapar de las grandes urbes, atrajeron a artistas, yoguis y chefs, y a muchas familias que reciclaron casonas abandonadas.

El movimiento artístico se instaló en el Centro Cultural, donde en 1863 funcionaba la Casa de la Moneda que acuñaba los reales catorceños, y el edificio de la Tesorería Real es ahora el Mesón de la Abundancia, un hotel que esconde laberintos, sótanos y catacumbas.

El Real de Catorce tuvo un acueducto, obra de los ingleses, un Teatro Opera, una Plaza de Toros y un predio de arena para las riñas de gallo, donde ahora se realizan foros. Pero la gran aventura es el viaje por el Túnel Ogarrio.