Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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La isla de Chiloé, en las solitarias aguas del Pacífico chileno

Es la segunda más grande de Sudamérica, después de Tierra del Fuego. Alejada y a la deriva de todo, su gente tiene cultura propia y autosuficiente. Corina Canale / corinacanale@yahoo.com.ar
La isla de Chiloé, en las solitarias aguas del Pacífico chileno. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Cuando el escritor inglés Bruce Chatwin pisó el suelo negro de esta isla, mientras arreciaba una oscura y repentina tormenta, por primera vez se preguntó: "¿Qué hago yo aquí?".

Años después, tras su temprana muerte, ese sería el título de su libro póstumo.

En él recopila los apuntes de aquel largo viaje por el fin del mundo.

Los españoles que llegaron en 1567 a Chiloé, la isla grande del archipiélago, encontraron que dos pueblos se la disputaban: los primitivos chonos y los mapuches que venían del norte y se quedaron con el poder supremo.

Los mapuches la llamaron Chilhue, "lugar de las gaviotas", en su lengua, vocablo que luego derivó en Chiloé por obra de la costumbre.

Y como los conquistadores y los salvadores de almas trabajaban juntos, también llegaron los jesuitas que, entre 1612 y 1767, construyeron allí 79 iglesias, ºsabiamente ensambladas enmadera, el material que los nativos usaban porque no contaban con metales.

En los museos de Ancud, en la isla, y el de Puerto Montt, en el continente, se exhiben candados, anclas, telares y trineos de madera y, también, otros objetos del diario vivir.

Las casas antiguas están cubiertas de tejuelas de madera de arce y las nuevas, de hojalata corrugada y en todas las ventanas asoman cortinas de encaje.

Están pintadas de celeste pastel, naranja furioso y amarillo limón.

"Le pusimos vida al invierno crudo", dice un leñador, quien bebe y disfruta de la sidra en un muelle destartalado al que llegan los sonidos de una guitarra.

Los isleños conviven con la naturaleza verde y húmeda del archipiélago y entre el aroma suave del bambú y el intenso de las fucsias.

La costa oceánica tiene altos y abruptos acantilados y del otro lado, entre la isla y el continente, están los islotes del Mar Interior, que se parece más a un lago de aguas calmadas.

También son de colores los botes que descansan en las bahías, protagonistas de la leyenda del Caleuche, el bote fantasma que los chonos, aguerridos lobos marinos, creían que era el que los iba a rescatar si se perdían en el mar.

A él se encomiendan los pescadores al comenzar la faena diaria, en la media luz rosada de la madrugada.

La isla de los chilotes también cuenta la historia de poderosas serpientes, como la que alumbró a La Pincoya, la sirena que protege la vida marina.

O la del Trauco, el duende cojo que seduce a las mujeres solteras.

Cucao, la puerta de entrada al Parque Nacional Chiloé, está en el extremo oeste del lago homónimo.

Su pequeña población cría vacas y ovejas, arrienda caballos, vende trabajos de lana y conchas y son amables con el viajero.

Sus extensas playas de arena blanca deslumbraron al inquieto explorador Charles Darwin.

Es allí donde, en la última semana de febrero, se celebra la Fiesta de la Luna.

Mientras tanto, Castro, en el centro isleño, se destaca por sus casas sobre palafitos de madera.

Su gente vive de la pesca y la exploración maderera y los sitios más visitados son la Feria Artesanal, la Feria Campesina y la Iglesia de San Francisco, una de las cuatro que son Patrimonio de la Humanidad.

Las otras están en Rilán, Nercón y Chelín.

Chiloé es destino preferido de los chilenos y sobre el que parece haber una suerte de pacto de silencio que la protege del turismo masivo.

Pero los pactos pueden romperse y bien vale la pena visitar la solitaria isla.

Es difícil que alguien se pregunte, como Chatwin, "¿Qué hago yo aquí?"...

Imperdible: el santuario de fauna marina

En 2003 el biólogo marino Rodrigo Hucke-Gaete descubrió, desde el golfo Corcovado hacia el sur, el asentamiento de ballenas azules más grande del hemisferio, en el que estos gigantes y la ballena jorobada encontraron comida y un buen lugar para cuidar sus crías.

El objetivo es posicionarlo como atractivo turístico, al igual que la pingüinera de Piñihuil, cercana a Ancud, habitada por pingüinos de Humboldt y Magallanes.

No se conoce otro lugar donde ambas especies aniden y se reproduzcan juntas.

Ancud fue puerto y fuerte de los españoles y desde donde se consolidó el comercio con el resto del país, que a fines del siglo XX, durante el auge maderero, acogió a colonos alemanes.