Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Las huellas que dejan los pies de Francisco

Por la vida. Cinco de sus 94 años los pasó en el ejército italiano. De 1941 a 1943 luchó en el frente ruso y luego, en Francia. Al final, sobrevivió en el cementerio de su pueblo, al calor de las cruces.
Fotos: Emmanuel Briane-La Nueva.

Por Ricardo Aure.

¡Ah, la “güerra”!

De esa guerra que, entre 1939 y 1945, se llevó entre 55 y 60 millones de vidas, habla Francisco José Iacaruso mientras sus pies, abrigados en unas pantuflas azules, se mueven firmes por un segundo piso de la primera cuadra de calle Pueyrredón.

De esa guerra que junto a la puerta del living está testimoniada en la Cruz al Mérito que el 19 de septiembre de 1980 le confirió el gobierno italiano, reconociéndole el servicio a una patria que perdió unas 550.000 vidas.

--¡Ah, la “güerra”! --repite Francisco con sus ojos cerrados y una tonada que después de 64 años en la Argentina no ha perdido su tanada.

--Me salvé. Má qué sé yo cómo. Era “caporal maggiori squadra”... y vi morir muy de cerca a muchos de mis compañeros. Y los vi despedazados por las bombas. El destino. Sí, no me debía tocar. Creo que por eso puedo contarlo.

Necochea: 1950.

--Señor Francisco Iacarauso, ¿acepta como esposa a la señorita María Porcaro?

El final, o uno de los finales, feliz de esta historia llegó el 15 de abril de 1950 junto al océano Atlántico. En la iglesia de Necochea, Francisco y María se prometieron amor para el resto de sus días, los que compartirían muy lejos de Rosello, el pueblito italiano de montaña donde se habían conocido.

En esa época, la generosa Argentina les ofreció todo lo que no podía darle una Italia devastada. El trabajaba como mecánico y ella cuidaba del hogar. Dos años después tuvieron a su primera hija: María Antonia.

En 1962, la historia cambió de paisaje. El mar le dejó lugar al valle rionegrino porque Francisco y sus hermanos Antonio, Rómulo, Remo y Félix abrieron en Ingeniero Huergo un gran taller para la reparación de autos, camiones y motos.

Se asomaban los '70 cuando Francisco, María y sus hijas --ya había nacido Ana-- llegaron a Bahía Blanca donde nacería Ivanna. Primero vivieron en la calle Salta, cerca de la avenida Alem; después en Gorriti casi Vieytes.

Francisco, que empezó a lucirse en los torneos del Tiro Federal y del Club de Cazadores, retomó su oficio de mecánico hasta que aceptó una propuesta de la empresa Techint para trabajar, por tres años, en la instalación de un gasoducto en Perú. En los '80, la compañía Bechtel lo empleó para el mantenimiento de maquinarias en el desierto del Sahara, entre Libia y Nigeria. Al cabo de seis años reunió el dinero para comprar el departamento que ocupa hoy, donde una medalla y algunas fotos en blanco y negro lo convocan a revivir sus tiempos de “güerra”.

Rosello: 1941.

Una carta. Otro llamado del ejército.

La Italia de Benito Mussolini necesitaba cada vez más jóvenes para intentar concretar sus sueños expansionistas.

La “mamma” Caravitta tiene que aceptar que otro hijo se le vaya a la guerra. Antonio, el mayor, ya estaba incorporado al Noveno Regimiento Alpino desde 1940. A Francisco, por ser sostén de familia numerosa, se le había concedido un año más, pero en pocos días debía incorporarse al Regimiento 176º de Infantería.

Rosello, el pueblito de montaña de la provincia de Chieti que lo había visto nacer el 19 de marzo de 1920 y soñar con ser el arquero de Inter, también lo vio partir.

El dolor de la mamá, de los hermanos, de los vecinos y el de una niñita vestida de marinero que agitaba sus manos.

--Tuve una infancia linda hasta que murió papá, Felícero, por culpa de una infección en la garganta y que el doctor creyó que eran paperas. De repente cambió todo. Eramos siete hermanos, el más chiquito tenía cuatro meses, y había que sobrevivir. Dejé la escuela en cuarto grado, primero seguí con el reparto de material para oficina que tenía papá, y después aprendí algo de mecánica pero enseguida vino la “güerra”.

El ejército, las caras extrañas de una ciudad grande como Bologna, un corto tiempo de adiestramiento, y un tren.

Matar y morir, una rutina

El 22 de junio de 1941, la Alemania de Adolf Hitler se lanzó contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La campaña, conocida como Operación Barbarroja, contó con el apoyo de Mussolini, quien ordenó el envío de tres divisiones. Las tropas italianas ya participaban de acciones bélicas en Yugoslavia, Grecia y principalmente en el norte africano.

Con vehículos inadecuados para una extensa campaña militar, y mucho menos para afrontar inviernos de ocho meses con temperaturas que podían superar los 40 grados bajo cero, 60.000 italianos pisaron tierra soviética en agosto de 1941. Entre octubre y noviembre lucharon junto a los alemanes en la ciudad ucraniana de Donetsk, y luego en la región de Odesa. Para el verano, los soldados italianos eran unos 220.000.

Francisco había llegado después de 15 días en tren. Los combates, algunos cuerpo a cuerpo, fueron cada vez más seguidos e intensos.

--Al comienzo tuve miedo, pero me acostumbré. Matar y morir era una rutina. Una noche me invadió un susto tremendo. Esa vez, mi misión era cuidar a un grupo que se encargaba de poner minas. De pronto, a unos 30 metros, escuché a los rusos y me sentí muy indefenso.

La contraofensiva soviética acentuó los dramas: bombardeos constantes, días sin comer, frío, confusión... muerte.

--"Capo, capo, vienen los rusos”, me gritó un guardia. Y agarramos la ametralladora y tiramos en la oscuridad. Esos rusos venían a rendirse, pero eso lo supimos después. Otra noche, los aviones alemanes calcularon mal y atacaron nuestro campamento. Voló todo. Vi los cuerpos de mis compañeros hechos pedazos. 'Que sea lo que Dios quiera', me dije una y otra vez, tirado bajo un baúl de herramientas. Y me volví a salvar milagrosamente.

Desde noviembre de 1942 las tropas italianas quedaron dispuestas a lo largo de la orilla sur del río Don, a unos 270 kilómetros al noroeste de la ciudad de Stalingrado. En un frente de 500 kilómetros de largo, defendieron el flanco norte del Sexto Ejército Alemán, junto con efectivos llegados desde Hungría y Rumania. En diciembre, el ejército soviético lanzó un devastador ataque contra unos 130.000 soldados italianos, de los que murieron 20.000 y 64.000 quedaron prisioneros

--Mis pies... ¿qué pasó con mis pies?

Una noche, en la enfermería, a Francisco le diagnosticaron congelamiento de segundo grado. Ascendido a sargento, grado que nunca le fue oficializado, primero fue a Austria y luego retornó a Italia con el frente por detrás y la incertidumbre de sus piernas por delante.

Escape y reencuentros

Asistido durante tres meses en un hospital militar cercano a Bologna, Francisco salvó sus pies y tuvo permiso para regresar por unos días a Rosello, pero enseguida fue llamado desde Milán. La guerra para él siguió en Niza, Francia, como parte de una patrulla de motociclistas.

--Cuando Mussolini cayó prisionero empezó un lío donde no se entendía nada. Los alemanes, que eran nuestros aliados, de repente se volvieron enemigos. Nos mandaron a defender Turín, que iba a ser ocupada, pero nos rendimos ante la tremenda superioridad alemana. Pude, con un ayudante, meterme en una casilla ferroviaria, donde sacamos los uniformes. Un capitán italiano nos alentó a escaparnos. Mezclados entre unos obreros pudimos subirnos a un tren transformado en una masa humana.

Escondido en un baño llegó a Milán, donde su ayudante se encontró con su novia. Francisco, en otro tren, se fue a Bologna, también envuelta en el caos. Y otra vez los pies. Caminó kilómetros entre las tropas germanas y los bombas. De a poco se acercó a su pueblo. Varias veces fue interceptado, pero para su “salvoconducto” sirvieron unas pocas palabras: “Yo luché junto a ustedes en Rusia”.

Finalmente, la vuelta a Rosello. Francisco se ocultó en un monte cercano y Lucía, una de sus hermanas, con el pretexto de que iba a trabajar al campo, cada tanto le acercaba comida. Los combates más duros entre las tropas aliadas y las nazis sucedían cerca de allí, como la batalla de Monteccasino, que entre enero y mayo de 1944 dejó unos 64.000 muertos.

--Antes de retirarse, Rosello fue minado. Sólo se salvaron la iglesia y tres casas. Yo vi las explosiones desde el monte. La gente se reunió en el cementerio, donde me reencontré con mi madre y mis hermanos. Nos refugiamos en el panteón familiar que papá había terminado un día antes de su muerte. Sobrevivimos entre los nichos y al calor del fuego que hacíamos con las cruces de madera.

El pueblo, que primero fue tomado por los ingleses, empezó otro calvario, el de la miseria, de las violaciones y de la confirmación de que muchos de sus hombres habían muerto en el frente. En ese escenario la familia Iacaruso, que también había recuperado a Antonio, comenzó la lenta reconstrucción de su casa que, al derrumbarse un andamio, le costó la vida a otro hermano, Mario.

Francisco, que trabajaba en lo que fuera, estaba a punto de casarse con Concettina, una joven del pueblo, cuando se cruzó con María Porcaro. La niña que lo había despedido vestida de marinero era la señorita más linda de Rosello. Y se enamoró tan perdidamente que canceló su boda pero María, consciente de que en algún momento iba a emigrar, lo rechazó.

Francisco no se rindió.

Antonino, el papá de María, y un hermano estaban en Necochea. En 1948 ella con Antonina, su madre, se embarcaron en Génova, pero antes aceptó ser la novia de Francisco. Unos 20 días más tarde, en el “Mendoza”, llegaron a Buenos Aires.

--Yo estaba desesperado por venirme a la Argentina. Como pude junté el dinero para un pasaje en segunda clase y cuando fui a comprarlo en la agencia me dijeron que sólo quedaba uno de primera. Ya no aguantaba más. No sé cómo hice para pagar la diferencia que me pidieron en dólares.

El 24 de diciembre de 1949, también desde Génova, Francisco se subió al “Paolo Toscanelli”, buque que, según el sitio Busca Personas, entre 1948 y 1957 trajo 15.702 emigrantes.

El 11 de enero de 1950, aquellos pies congelados en el frente ruso pisaban la sofocante Buenos Aires, y un día después las cálidas arenas de Necochea.

Dos pueblos

Entre Rosello y Castiglione Messer Marino

Regresos. Francisco volvió tres veces a Italia. Con María, en 2001, estuvo dos meses en Rosello. El pueblo, parte de la Comunidad de Montaña Medio Sangro, hoy tiene unos 255 habitantes. Antes de la Segunda Guerra llegó a los 1.900.

Fangio. Tras la guerra, por meses, Francisco juntó metales en Rosello, los que llevaba caminando hasta Castiglione Messer Marino, donde se los vendía a un herrero que los convertía en tachuelas para zapatos. De ese pueblito de los Abruzo eran los abuelos de Juan Manuel Fangio, el argentino que entre 1951 y 1958 ganó cinco campeonatos mundiales de automovilismo.

Destinos

Argentina, tierra de reencuentros

Los hermanos. Salvo Mario, quien murió en Rosello, los demás hermanos de Francisco vinieron a la Argentina. Lucía, la que le llevaba la comida al monte, vive en Salta. Antonio, el que combatió en Grecia, falleció en Mar del Plata; Rómulo y Remo, en Río Negro, y Félix, en Bahía Blanca.

Mussolini y Perón. “Yo no fui un fascista, pero cuando apareció Mussolini hubo mucho entusiasmo. Todo cambió a medida que fue pasando el tiempo y terminó ahorcado. En la Argentina, con Perón pasaron cosas parecidas”.

Por el mundo. Ya sea por razones profesionales como personales, Francisco conoció varios países, por caso Argelia, México, para el casamiento de uno de sus seis nietos, o Estados Unidos, donde en 1990, durante la visita a unos familiares de María, se reencontró con Concettina, aquella novia de la posguerra que había formado su familia en Pensilvania.

La nueva patria. “Nos trató bien, pero luchamos. Hay que saber sembrar para cosechar. Hemos sido felices aquí y lo seguimos siendo. Sin olvidar a nuestra tierra natal, ésta es nuestra patria”.