Lo que antes era ciencia ficción ya es realidad.
Hoy, padres pueden elegir rasgos genéticos de sus hijos: desde evitar enfermedades hasta seleccionar color de ojos o capacidad cognitiva.
La biotecnología abre una nueva era: la del bebé diseñado.
Las pruebas genéticas nacieron para detectar mutaciones graves. Pero su versión avanzada, la PGT-P, ahora analiza miles de genes para predecir rasgos físicos o intelectuales. Por solo 600 dólares, el ADN de un embrión puede “optimizarse”.
Empresas como Orchid, Nucleus Genomics y Genomic Prediction lideran el negocio.
Prometen hijos más sanos, fuertes o inteligentes, a cambio de hasta 50.000 dólares.
Financiadas por figuras como Vitalik Buterin o Brian Armstrong, venden el sueño del control genético… o su ilusión.
La ciencia es clara: los genes no determinan quiénes somos. Educación, entorno y azar pesan tanto como el ADN. Aun así, estas empresas siguen comercializando promesas con base científica limitada. Incluso ellas lo admiten: “El ADN no es destino.”
El deseo de perfección genética revive un viejo fantasma. Filósofos hablan de “eugenesia positiva”, pero los bioeticistas advierten: podría crear una brecha biológica entre ricos y pobres.
¿Una nueva forma de desigualdad genética?
La tecnología avanza más rápido que la ética.
Hoy se puede elegir, pero nadie regula qué ni por qué hacerlo. La gran pregunta no es si podemos diseñar la vida, sino por qué querríamos hacerlo.