La confesión
"Además de formar nuevos dirigentes, es necesaria la entereza moral y el compromiso con la creación de nuevas realidades." Escribe Ernesto Tolcachier.
Entre los grandes interrogantes de este año pasado y su continuidad, recuerdo la significación de la vida en estos momentos de incertidumbre, y nuestras acciones para dotar de sentido su existencia espiritual y física. La levedad del ser parece hacer hincapié en su corta temporalidad y su aguante, dadas las angustias a sobrellevar. Al respecto, mis reflexiones apuntan a encontrar causas y efectos en los ciclos vividos, y las consecuencias que sobrellevamos.
Algunas inevitables, pandemia, otras evitables, errores groseros en la conducción política del país. En el presente, en toda su tremenda magnitud, sus consecuencias fluyen sin solución de continuidad, agravadas por su temporalidad y su incumplimiento en etapas pasadas.
Creo que, además de plantear la formación de nuevos dirigentes, es necesario entereza moral y compromiso con la creación de nuevas realidades. El país está quebrado y enfermo. La crisis requiere todas las energías disponibles, que son pocas, y las escasas voluntades de mejorar chocan con espacios que se expresan motivados por la ambición personal, defensas corporativas y dogmatismos ideológicos.
Nací un 11 de setiembre de 1932, en pleno golpe de estado militar del general Uriburu, sucedido luego por el General Agustín P. Justo. Viví etapas de una sociedad muy violenta, donde radicales y conservadores se disputaban el poder en mi ciudad natal, La Paz de la provincia de Entre Ríos. La escuela fue muy exigente, con una actitud de fidelidad extrema hacia los símbolos patrios y los valores del tradicionalismo.
Durante mi paso por las etapas secundarias y universitarias y mis años futuros, logré entender algunos conceptos que fueron modelando mi idiosincrasia. Y traté de transmitirlos a través de estas notas a mis queridos lectores. Al efecto, mi paso por la Universidad Nacional del Sur en las carreras de grado en Química en 1957 y 1958 y luego de Abogacía donde me gradué en el 2006, me permitió ampliar mi nivel de conocimientos, sobre todo de todo en materia institucional y específicamente sobre las leyes y principios. Eso hizo que tuviera un especial amor por la defensa de la democracia, y por los principios tan férreamente defendidos por Dworkin.
Así, traté por todos mis medios, artículos periodísticos y notas periodísticas, de sostener sus postulados básicos, entre ellos la libertad. Pero la libertad es solo una parte de la historia y la mitad de la verdad. La libertad no es más que el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad. De hecho, la libertad corre el riesgo de generar una nueva arbitrariedad, a no ser que se viva con responsabilidad.
En algunos momentos pensé en el vacío existencial, y medité que ese vacío se manifiesta enmascarado en la voluntad de poder, cuya expresión más primitiva es la de ganar dinero.
Así, mis inquietudes se fueron planteando en el sentido concreto de la vida, en momentos determinados por su especificad. Así, mi confesión sobre el aspecto transitorio de nuestra existencia es que su significado está presente en nuestra responsabilidad. Entre las alternativas presentes, elegimos cuál de ellas debemos realizar.
Y aquí mi responsabilidad de haber escrito estas notas. Y con orgullo y goce disfruto la riqueza a lo largo de la vida que he vivido plenamente. Para ello yo cuento, además de la vida, realidades de mi pasado, mi trabajo hecho y amado.