Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Ante un nuevo programa de Argentina con el Fondo Monetario: ¿otra vez sopa?

La historia muestra que los arreglos con el organismo no suelen terminar bien para nuestro país.

Archivo La Nueva.

Francisco Rinaldi / frinaldi@lanueva.com

    “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, escribió el poeta Juan Antonio Machado en sus versos e inmortalizó el cantante Joan Manuel Serrat. Y a la hora de analizar los posibles efectos del nuevo programa que el Gobierno consensuó con el Fondo, la evidencia es abrumadora: durante los años en que nuestro país tuvo una mayor cantidad de planes acordados con el organismo multilateral, los efectos negativos sobre el crecimiento, el empleo y la inflación se agudizaron.

    Más allá de que el arreglo puede ser “un mal menor” frente a un default con el organismo, lo cierto es que, según el economista Carlos Melconián, "al Fondo no lo quiere nadie y siempre que te metés bajo su paraguas no tenés mucho para ganar".

    Y en el caso argentino, la falta de cariño está más que justificada: un trabajo de la académica Noemí Brenta, quien dedicó buena parte de su carrera a estudiar las relaciones del FMI con los países miembros, concluyó que durante el período de mayor cantidad de arreglos firmados (1982-2001, con 194 meses bajo acuerdo), el crecimiento, la inflación y el desempleo experimentaron su peor comportamiento: el PBI cayó 1,6% anual, la media inflacionaria fue del 398,8% y el desempleo subió 15 puntos porcentuales.

    “Si se divide esta etapa en dos períodos, antes y después de las hiperinflaciones de 1989 y 1990, se revela que en el lapso de 1982 a 1988 el crecimiento fue menor (0,4% anual) y la inflación promedió 286,3% anual, con un aumento del desempleo de 2 puntos porcentuales. En el período posterior a la hiperinflación, 1991-2001, la expansión del producto bruto fue 3,3 % anual promedio, más alta que en el lapso previo, aunque de 1999 a 2001 el PIB cayó continuamente; la inflación, anclada en un tipo de cambio fijo, fue de solo 3,5% anual; pero el desempleo creció 13 puntos porcentuales, pasando de 6% en la segunda medición de 1990 (octubre) a 19% en igual medición de 2001”, destaca el estudio de Brenta.

    La explicación a esta situación descansa en el modelo detrás de las recomendaciones de la institución nacida tras los históricos Acuerdos de Bretton Woods: por un lado, el ajuste fiscal, las subas de impuestos y tarifas -que reducen el ingreso de la población- la política monetaria ortodoxa que eleva las tasas de interés e inhibe el crédito, y el endeudamiento externo, ya que la mayoría de los programas acordados no incluyeron límites a esta variable.

    De hecho, los firmados con la Junta Militar en 1976 y 1977, que no incluían metas de deuda, derivaron en una sextuplicación de la misma, generado el incremento más fuerte de los pasivos externos de toda la historia nacional y condicionando enormemente a la política económica de los años venideros.

    Más: entre 1996 y 2000, bajo supervisión reforzada del FMI y acuerdos de condicionalidad fuerte sin cláusulas de límites al crecimiento de la deuda externa, ésta creció un 38%, pasando de 90.000 millones de dólares a 124.000 millones a fines de 2001, cuando Argentina declaró su default soberano. Tampoco hubo cláusulas en el Stand By de 2018.

    Es que bajo la mirada del Fondo, en la transición hacia el equilibrio fiscal, el financiamiento debe venir desde afuera, es decir, de los mercados internacionales de crédito, ya que el interno solamente debería atender a la inversión privada.

    ¿Será diferente?

    Desde algunos sectores ligados al oficialismo, se entusiasman al señalar que el Fondo, cambió. Los resultados arriba enumerados -no son privativos de Argentina- habría llevado al organismo que dirige la economista búlgara Kristalina Georgieva a modificar su actitud.

     De hecho, según adelantó el periódico "El Cronista", el acuerdo de metas plurianuales que anunció el presidente el domingo, y que será presentado a la oposición, tiene metas de déficit menos duras que las impuestas en el pasado y no exige reformas estructurales, como por ejemplo, la laboral, lo que le valdría el apoyo de una parte importante del sindicalismo argentino.

    Sin embargo, se esperan cambios importantes en el sistema tributario -es sabido que el FMI siempre miró de reojo al Monotributo- y, obviamente, reducción de subsidios para las tarifas de los servicios públicos, lo que podría estar más en línea con la postura clásica del Fondo.

    Según el medio capitalino, el Gobierno espera tener refrendado el acuerdo para los primeros meses de 2022.

   Que el cambio de postura sea real y no un mero maquillaje sólo se sabrá con el tiempo, aunque los más desconfiados insisten en señalar que en el Fondo, nada cambió.

   En rigor, no será la primera vez que se se espera por un cambio de actitud del Fondo para con sus miembros más pequeños, centrándose en rescatarlos de sus situaciones problemáticas en lugar de arrojarles un salvavidas de plomo.

    De hecho, la recordada invitación en 2018 del expresidente Mauricio Macri a “enamorarse” de la por entonces directora gerente del FMI, Christine Lagarde, aventurando incluso que se venía una nueva etapa en la relación entre ambas partes, es una prueba muy reciente de eso.

      Así, el tiempo demostró que, como advierte el refranero popular, hay amores que matan.