Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Doncho Aleksoski, el yugoslavo que aprendió a jugar en Bahía Blanca

Alejándose de las secuelas de la Guerra, a los 4 años dejó su tierra y junto con su familia se vino para la Argentina. Se identifica con Liniers. También jugó en Napostá y San Lorenzo.

Doncho, en la cancha donde tantas veces picó la pelota. Fotos: Pablo Presti-La Nueva, archivo y gentileza Roberto Seibane

Por Fernando Rodríguez

(Nota publicada en la edición impresa)

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

 

   “Nunca me gustó festejar los cumpleaños. Soy medio perro verde. Igual, reconozco que está bien lo que hace la mayoría, ¿eh?; quien está equivocado soy yo, je”, admite Doncho Aleksoski, cuyo apellido quedó en la historia de Napostá, Liniers y San Lorenzo, aunque en el presente se relaciona más con Sebastián, su hijo, actualmente técnico de Napostá.

Sebastián su hijo mayor, festejando un triunfo con Napostá.

 

    Doncho nació un día como hoy, de 1950, en la aldea Ohrid (en Macedonia), la ex Yugoslavia, un país cuya selección de básquetbol ya fuera potencia  mundial antes de pasar a integrarse exclusivamente por jugadores nativos de Serbia y Montenegro.

   Sólo 4 años vivió Doncho en Europa. Sus padres, impulsados por Dasko, su abuelo paterno, dejaron todo y partieron en busca de un futuro mejor del que se proyectaba en esas devastadas tierras, con marcadas secuelas de la guerra.

    “Mi abuelo había venido escapado de la primera Guerra Mundial. Pasó un tiempo solo y siete años después, finalizada la Segunda Guerra, en la cual participó mi padre, que era partisano, nos vinimos todos para acá”, relata.

  Así, el por entonces menor de la familia, arrancó la travesía de la mano de sus padres Boris y Dola Simonovich, su abuela Ristana y sus hermanos Yivana y Lázaro.

La familia Aleksoski a pleno.

 

   “Los únicos recuerdos que a veces se me vienen son los del barco en el que viajamos. Fuimos de Macedonia a Belgrado, de ahí a Génova (Italia) y nos embarcamos durante 40 días. Éramos rubios, de pelo bien blanco, je, je”, rememora, con un dejo de melancolía.

   El contraste de nuestro país con lo que habían dejado en Yugoslavia era muy fuerte.

   “Mi viejo se la pasaba todo el día laburando; era sufrido, trabajador...

   “Es que ellos –argumenta- la habían pasado mal allá, ni comida tenían. Por eso mi viejo no podía entender cómo acá había gente que pasara hambre; hasta se sorprendía cómo las banquinas no estaban sembradas. Era pura abundancia”, compara.

   Lo que significa tener que acostumbrarse a otra cultura, a diferente idioma y sufrir el desarraigo de su tierra, durante el primer tiempo los Aleksoski lo compensaban con la posibilidad de trabajar y comer dignamente.

   Y así se fueron haciendo, afianzando y consolidando en Bahía Blanca.

   “La Argentina en esa época daba para todo. Nosotros siempre vivimos bien acá, gracias a lo laburante que fueron mis viejos”, elogia.

En el Sagasti, con el fondo de Juan Espil, a quien llegó a tener de compañero.

 

   La felicidad familiar se multiplicó al año de haber inmigrado, con la llegada de José David, el menor de la familia. Él vivió en Bahía hasta 1973, cuando se radicó en La Plata para estudiar Arquitectura.

   Poco después, los Aleksoski comenzaron la pesadilla eterna. El 22 de octubre de 1976 fue secuestrado mientras cumplía con el servicio militar obligatorio en el Regimiento de Granaderos a Caballo.

   “La desaparición de mi hermano fue lo que lo terminó a mi viejo. Nunca lo entendió. Un día, mientras se recuperaba de un ACV, alcanzó a pedir que me cuidaran, seguramente porque yo era el más vago de todos, y nunca más habló. Nunca pudo superar la pérdida de un hijo...”, asegura Doncho, exteriorizando el inevitable dolor con el que debió aprender a convivir la familia.

   Curiosamente, Doncho continúa siendo extranjero. De hecho, le prohibieron jugar un Provincial porque sólo se permitían jugadores nacionales.

   “Mi vieja y mi hermano volvieron a Yugoslavia hace 10 años, lógicamente encontraron todo distinto, pero mi hermano mantiene vínculo con algunos tíos y primos. Después fue mi hermana con su marido. El único rebelde soy yo; lo que se dice, la oveja negra de la familia. Inclusive, nunca me nacionalicé”, reconoce, aunque aclara que es un argentino más.

Picando y pateando

   La cercanía con Napostá (vivían en Sarmiento al 300) lo acercó al club de la Avenida Alem. De todos modos, paralelamente jugaba picaditos de fútbol en Liniers.

   “Yo era muy vago de chico. No puedo negarlo. Un día caí en Napostá y a los 16 años ya debuté en Primera”, apuntó.

   Su personalidad lo llevó a enfrentar nada menos que a un referente de la institución.

   “Cuando tenía 17 o 18 años me peleé con Cacho Feliziani, me vino a ver Liniers y me fui. Esas peleas de pibe, yo era muy rebelde”, repite.

San Lorenzo, campeón de Segunda del torneo de 1970, que finalizó en el '71. Arriba de izquierda a derecha, Francisco Bocanegra (DT), Doncho Aleksoski, Daniel Morando, Roberto Capdeville, Jorge Panisse, Héctor Forcelli y Rubén Ozonas. Abajo: Román Avecilla, Hugo Córdoba, Hugo Adúriz y Héctor Pachetti. También participaron Carlos Adúriz, Daniel Bombara, Daniel Gallardini, Bruno De Marchi y Roberto Seibane.

 

   “Jugué en menores y dejé. La verdad -reconoce- actué mal. Y al año siguiente me fui a San Lorenzo, donde ascendimos (1970). Pero el último partido no jugué, porque me habían expulsado; sufrí como un perro desde afuera...”.

   —Una de las tantas veces, ¿no?

   —No muchas, pero... Me expulsó el mejor árbitro: Rodolfo Gómez. No me acuerdo ni con quién me peleé. Sí recuerdo que me dijo “Doncho, andá, sentate en el banco... No pasó nada...”.

   —Eras bravo...

   —Yo quería ganar siempre y a veces no me daba el cuero. De grande hasta alcancé a meter varios triples, je. Me sentía un pibe, aunque de viejo quería hacer cosas que no hice a tiempo, como salir a correr, entrenar, no faltar, todo lo contrario a mi época de joven, cuando me escondía, faltaba... De todas maneras, nunca traicioné a nadie y siempre fui de frente.
Tras su paso por San Lorenzo regresó a Liniers y, salvo en 1982, cuando pasó por Napostá, siempre lo hizo en el Chivo: salió campeón de Segunda en 1985 y de Primera en 1986.

Doncho y Marcelo Dalimier, refuerzos de Napostá, junto a Darío Miranda, en 1982.

 

   —¿Con cuál te los clubes te identificás más?

   —Yo soy de Liniers. Aunque tengo muy buena relación con Napostá. Inclusive, Cacho Feliziani me quería como a un hijo. En Liniers hubo grandes dirigentes, como Pocho Severini, que también fue un gran técnico, un adelantado.

Con Liniers, campeón de Segunda 1985. Parados, desde la izquierda, Esteban Frisón, Marcelo Dalimier, Marcelo Junca, Raúl Álvarez, Daniel González y Martín Sagasti. Abajo: Claudio Queti, Fernando Olmedo, Edgardo Coccia, Juan Espil, Doncho Aleksoski y Osvaldo Coccia.

 

   —Vas poco y nada a ver los equipos de tu hijo, ¿no?

   —Fui a ver dos partidos. Me pongo muy nervioso, soy muy calentón y como siempre hay algún desubicado, prefiero evitar problemas. Igual, entiendo que cada uno tira por su club.

   Más aplomado, disfrutando junto a su esposa Susana de su nieto Mateo  (hijo de Ramiro), a Doncho le toca hoy festejar los 70. 

   Y aunque no lo exteriorice, entre sus deseos más profundos va brotando uno a medida que pasan los años.

   “Quizá, ahora de viejo, me gustaría volver y conocer mis raíces... Será por lo que me contaron mis hermanos cuando fueron. Tuve la oportunidad de acompañarlos, pero no sé por qué no quise ir”, se pregunta.

   La decisión, acaso, llegue envuelta en papel de regalo...

 

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