Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Epecuén: ·"A las 3 de la mañana, vi como se rompía el terraplén"

El empresario Rubén Besagonill fue testigo del momento en que el agua comenzó a avanzar sobre la villa turística.

Fotos: Archivo La Nueva.

 

Por Rubén Besagonill (*)

   Lago Epecuén Ville, como se llamó en aquella época, nació a principios del siglo pasado, impulsado por el gobierno de Hipólito Irigoyen. Para ese entonces, la hotelería se encontraba en Carhué, a unos 8 kilómetros, pero el lago -que había estado a 12 cuadras del centro, producto de las cíclicas sequías- había comenzado su retirada.
Esto incomodaba a residentes y turistas que, con medios de transporte rudimentarios, debían recorrer mas de 3.000 metros para acceder al agua.

   Fue entonces que un grupo de inversores propició un loteo aprovechando la situación, lo que hizo que hasta la década de 1950 se construyera hotelería y servicios en Carhué y en Epecuén al mismo tiempo, siendo este último el ganador de la pulseada a partir de ese momento, ya que toda la inversión se dirigió hacia la villa; incluso la ferroviaria.

   En ese momento, el lago de 10.000 hectáreas que había visto nacer el turismo de salud, se había reducido a una décima parte en un largo ciclo de sequía, preparando reservorio para cuando vinieran las grandes precipitaciones. Sin embargo, en la década de 1960, Epecuén y Guaminí impulsaron la construcción del canal colector Amheguino y consiguieron llenar las 7 lagunas Encadenadas del Oeste: la séptima era lago Epecuén.

   Luego llegaron las lluvias.

   Con residencia en Carhué, mis Padres Alfredo Besagonill (1910) y Juana Argentina Briozzo (1923) habían construido en 1950 dos locales en la esquina de Mitre y Talcahuano, de Lago Epecuén, y a mediados de la década del 60 agregaron un pequeño residencial de 14 habitaciones.

   Con el tiempo, ese lugar fue llamado “la esquina Chic", porque en las cuatro esquinas había mucho movimiento comercial, pero sobre todo porque en una de ellas se encontraba el Recreo Bailable Bim Bam Bum, que todos los días abría sus puertas a las 19 con las famosas tardecitas de tango, hasta las 21, y luego de un receso de una hora, a las 22 habilitaba el local gigante donde entraban hasta 2.000 personas, con música de todos los ritmos y tiempos, y con veladas que se extendían hasta las 5 de la mañana.

   En otra de las esquinas se encontraba la famosa pizzería La Gallina Verde, que también desde temprano y hasta altas horas deleitaba a turistas y residentes con sus exquisitas pizzas y empanadas.

 

Apenas rotas las defensas, "se podía ver un gentío enloquecido, que ya comenzaba a pedir ayuda para las personas que habían sido sorprendidas durmiendo".

 

   Unos días antes de la tragedia, junto a Carlos Ruberttone -quien fue el constructor y propietario del Residencial Lituania, lindero al Residencial Besagonill-, con una manguera de nivel y una de riego añadidas, sacamos los niveles desde el lago, que estaba a tres cuadras, hasta la esquina de Mitre y Talcahuano. En ese momento constatamos que, de romperse la defensa, el agua llegaría hasta ahí, como finalmente ocurrió.

   Desde la esquina del residencial vi -junto a un grupo de vecinos y luna gigante de por medio- como se rompía el terraplén sobre calle Talcahuano, el domingo 10 de noviembre a las 3 de la mañana.

   A solo 100 metros, en la esquina de Mitre y 25 de Mayo, estaba el Hotel Apolo -lugar de festejo de mi casamiento-, vecino del Residencial y Bar de María Briozzo Coradini, hermana de mi madre, en pleno centro Epecuén. Me dirigí hacia ahí y ya se podía ver un gentío enloquecido, que ya comenzaba a pedir ayuda para las personas que habían sido sorprendidas durmiendo.

 

Cuando el agua se llevó todo

 

   Con mi esposa e hija de un año, vivíamos hacía dos años en Epecuén, dado que le arrendábamos el residencial a mis padres para recibir turismo social durante 1984, año en que Epecuén -a mi criterio- tuvo la llamada “mejoría de la muerte”.

   A partir de la inundación, quienes habían nacido y se habían criado en Epecuén, sobre todo las personas mayores, sufrieron un desarraigo y un desalojo de sus vivencias, muy difícil de soportar. La tristeza y la desesperación invadieron a quienes no tenían otro medio de vida ni otra vivienda ni otro lugar en el mundo que no fuera Epecuén.

   Los que hoy están, porque hubo quienes buscaron otros rumbos y otros que perecieron tristemente en la añoranza, aún luchan controversialmente entre su vida fructífera en Carhué y su sentimiento de pertenecia.

   Epecuén, destinado a servir al turista, lo hizo en la alegría de su esplendor y hoy lo sigue haciendo desde su conmovedora historia que inspira a numerosos artistas, genera enseñanza y, sobre todo, le dice a nuestra descendencia lo que no hay que hacer con la naturaleza.

(*) Empresario hotelero y titular del Parque Hidrotermal Mar de Epecuén