Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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“La Familia Exterior”, de Sebastián García Uldry

Una obra de autoficción acerca del impacto de una muerte absurda, escrita con habilidad y delicadeza.

Sebastián García Uldry, autor de la novela.

Fernando Monacelli / fmonacelli@lanueva.com

   “En toda familia hay alguien que muere primero. Ya no lo pienso ni vivo alrededor de las estadísticas de la muerte, pero cuando viajo en micro y me fijo donde está el martillo de emergencia, se trata de eso, de ser uno de los que llegan a salvo, ser de los que después pueden contar, por ejemplo, cómo el asfalto se lleno de vidrios”.

   Es el brillante inicio de la novela recientemente publicada por el escritor Sebastián García Uldry. ¿Porque brillante? Porque en esas pocas líneas, el autor encuadra lo que a lo largo de unas 150 páginas será la historia. Una muerte real y de ficción al mismo tiempo, una muerte que sigue ocurriendo, como todas la muertes, pero que a la vez ya sucedió, una muerte próxima que “ya no lo hace vivir mirando las estadísticas”, aunque ha dejado el camino de su vida bastante lleno de vidrios entre los que no puede evitar seguir andando. 

   La Familia Exterior, publicada por la editorial Penguin Random House, para la colección Casi Verdad es una novela de las llamadas obras de autoficción o literatura del yo (¿qué novela no lo es de una u otra forma?) que cuenta, en primera persona, con un tono medido, amable y certero con el que el lector se sentirá de inmediato a gusto, la historia de una familia atravesada por una dura pérdida. 

   Si es la familia del autor u otra inventada, o se trata de una mezcla de ambas cosas, ni al libro ni al lector le importará demasiado al cabo de unas páginas. La realidad es la historia y este es, entre otros varios, uno de los grandes aciertos de la obra.

   García Uldry tiene poco más de 40 años, escribe relatos y críticas en medios especializados y dicta talleres de escritura de la Escuela que dirige Santiago Llach. Además, es piscoanalista orientado a niños con trastornos de la personalidad graves. La Familia Exterior es su primera novela publicada.

   --¿Es posible objetivar la propia experiencia a la hora de escribir autoficción?

   --Al escribir no podés ser imparcial ni prescindir de tu punto de vista, tampoco la literatura te lo pide. El tema es cómo introducís ese punto de vista en la historia. En la autoficción hay una relación cercana entre el yo del narrador y el yo del autor, pero aunque intentes contar lo que realmente te pasó, encontrás los mismos problemas técnicos, de procedimiento y estilo, que tenés al escribir literatura fantástica. Me parece que el solo hecho de escribir, es decir, pasar a la representación escrita, ya supone un proceso de objetivación. Finalmente, trabajás con las palabras, con un pequeño universo objetivado.

   --¿Creés que es un proceso, el de la autoficción o si querés el de la escritura, que es mejor hacerlo con la ayuda de un tercero?

   --Sí, soy de los que creen que la escritura es una experiencia colectiva. Me parece fundamental no aislarse y juntarse con otros que estén en la misma que vos, poder hablar de literatura y de lo que cada uno escribe, intercambiar textos y pedir opiniones.

   --Cuando la materia prima de una obra es el propio pasado, qué pasa con ese pasado, ¿se enriquece? ¿se corrompe?

   --Corromper el recuerdo es una buena definición para la autoficción. Partir del recuerdo y romperlo. Es algo que va en línea con el psicoanálisis. Freud te hacía contar los sueños dos veces para marcarte las diferencias entre un relato y otro. Con eso buscaba mover la relación fija, a veces traumática, que tenemos con nuestros recuerdos. Además, era una manera de demostrar cómo los recuerdos también tienen su costado ficcional. Para mí, involucrar la ficción en el propio pasado tiene el objetivo de soltar la verdad de los hechos y encontrar una verdad narrativa, es decir, una verdad que surja del propio texto.

   --Leer “La Familia Exterior”, más allá de que es la historia anterior y posterior a una muerte muy traumática, no duele, sino que te genera un espacio de empatía casi agradable, probablemente gracias al tono. Ahora bien, escribirla debe haber dolido...

   --Más que doler, me puso en cierto estado de melancolía. Los primeros manuscritos eran pura descarga emocional, pura catarsis, pero después entendí que tenía que soltar las amarras del drama personal y pasar a la literatura, centrarme en los procedimientos literarios y crear una buena historia para el lector. 

   --Una vez publicada, cuando esa historia ya es de todos, ¿lo viviste como un paso adelante o tuviste que hacer un duelo también del recuerdo íntimo?

   --Lo viví como un paso adelante. Quería publicar y lo pude hacer. El recuerdo íntimo dejó de serlo al empezar a escribir, al compartir los textos con conocidos o en talleres literarios. Ahora el duelo tiene que ver con el haber terminado un proyecto de varios años.  

   --¿Quiénes son tus influencias?

   --Creo que todo lo que leo me influencia de algún modo. También las películas, series y otros consumos culturales. Dentro de la literatura, lo que más me gusta es el realismo norteamericano: Salinger, Cheever, Mc Cullers, Roth, Ford, Carver, Yates, Munro, Moore, Poissant...

   --La Familia Exterior es una historia que invitaría al descontrol emocional, ¿cómo lograste ese tono que suena tan amable para contar cosas tan duras?

   --Como te decía antes, me centré en el procedimiento, en la artesanía que supone escribir una novela. Quizás fue un escudo para no quedar frente a frente al drama personal, pero también fue necesario para lograr que el tono de algún modo contraste con la historia narrada y sea más amable con el lector. 

   --¿Qué se va a encontrar un lector cuando avance a través de La Familia Exterior?

   --Va a encontrar una historia honesta y verdadera. Pero una historia al fin. No importa si sucedió o no en la realidad.

   --¿Cuándo muere una familia? Porque en general son organismos muy resistentes, ¿no te parece?

   --Coincido. Las familias son nucleares. Son tan resistentes que toda la vida consiste en el desafío de formar o no, o de qué modo, una nueva familia. Nuestra época rompió el paradigma de la familia tipo, aún así, la pregunta de la adultez siempre gira en torno a quién elegimos para compartir nuestra vida. Uno puede dejar de ver a sus padres, a sus hermanos, a la gente que te cuidó cuando eras chico, algunos incluso se van a vivir a miles de kilómetros de distancia, pero esa familia nuclear siempre está ahí, en tu vida o en tu cabeza, como comunidad, negación o tormento. Conclusión: la familia no muere nunca.

   --¿Para quién escribiste esta novela y para quién escribís la que sigue y en general?

   --Creo que la escribí para mis hermanos. O en todo caso, para esos cuatro chicos que fuimos juntos. No fue algo consciente. Lo puedo decir hoy con el diario del lunes. En cambio ahora sí, estoy terminando de escribir una novela para mi ex novia. Todo está dirigido a ella. 

“Lo normal es una construcción social  precaria y endeble”

   --Sos psicoanalista especialista en chicos con problemas serios. Algo que me imagino debe ser reconfortante pero duro, ¿por qué esa elección?

   --No sé bien por qué empecé, no podría explicarlo. De lo que estoy seguro es que los chicos me ayudan a recordar cómo la razón, el sentido común o todo lo que se considera normal, no es más que una construcción social precaria y endeble. Sobre todo, los niños con problemas serios. Ellos son la prueba de que la singularidad de cada ser humano es irreductible a toda convención social. En ese sentido, mi práctica profesional no me parece dura si tu ética de trabajo consiste en intentar darle algún tipo de lugar a esa singularidad y no supirmirla.