Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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“En la violencia social abreva la novela negra. Las historias están ahí, sólo hay que remover los escombros”

Guillermo Orsi es un escritor que está radicado en un pueblo de Córdoba y los especialistas aseguran que es uno de los grandes maestros del género negro.

Mario Minervino / mminevino@lanueva.com

   “El jefe de gobierno de Buenos Aires respondió que el gobernaba una ciudad tan santa como Jerusalén y que los malvivientes ingresan del cinturón más pobre del Gran Buenos Aires, sin que eso deba ser interpretado como que todos los pobres son malvivientes –aclaró para oscurecer”. Guillermo Orsi, Ciudad Santa.

   Guillermo Orsi es escritor. Un entusiasta, premiado y excelente escritor, aunque alcanzar ciertos logros, premios, traducciones y ediciones signifique que sea conocido o popular. No es un oficio, el de escritor, que genere el reconocimiento que debiera para quien es capaz de contar historias, generar tramas, crear sensaciones, educar.

   Este año cumplirá 75 años de vida en un pequeño pueblo de Córdoba, donde se instaló hace décadas, “por razones personales” relacionadas con situaciones de vida, la necesidad de modificar ciertas costumbres. Pero no es esa tranquilidad pueblerina-serrana algo que lo entusiasme. Sigue sintiéndose porteño, extraña el ruido de Buenos Aires, no le molesta la gran ciudad ni es la paz cordobesa lo que le resulta más favorable para su trabajo. Pero allí está.

   Orsi es reconocido por una suerte de novela muy particular. Los especialistas lo ubican como “uno de los grandes maestros del género negro”. También suele ser nombrado como “novelista criminal”, estilo que se encuentra en sus libros El vagón de los locos (Premio Emecé 1978), Cuerpo de mujer (1983), Tripulantes de un viejo bolero (1995), Sueños de perro (Premio Umbriel de la Semana Negra 2004) y Buscadores de oro (2007). Con Nadie ama a un policía (2007) ganó el Premio Internacional de Novela Negra de Carmona, y con Ciudad Santa el premio Hammett que concede la Semana Negra de Gijón, en España. Es autor además de Fantasmas del desierto (2014) y Siempre hay alguien a quien matar (2015). Su obra ha sido traducida el inglés, francés, alemán, griego y chino.

   En su último trabajo, Ciudad Santa, ambientado en el gran Buenos Aires, señala que para que la ciudad crezca necesita expulsar, “reproducirse en los márgenes, en excrecencias tumorales como la feria del Riachuelo o el esperpento de Tierra Santa sobre Costanera Norte”, una historia que se desata cuando un político es ejecutado en el conurbano. Ubicada en un país, el nuestro, que, menciona, “cuando todo parece haber sido dicho y aunque pretende callar lo evidente, habla a través de sus muertos”.

   En entrevista exclusiva con “La Nueva.”, Orsi cuenta cómo es su rutina como escritor, cómo nacen sus historias, cuánto ayuda la corrupción argentina a dar verosimilitud a sus tramas, cómo hace creíble el perfil de la policía bonaerense y la federal a la hora de contar sus historias.

   --¿A qué tipo de novela o estilo refiere la condición de “género negro”? ¿Es una forma de narrativa? ¿Se relaciona con la trama? 

   --Clasificar la literatura es una necesidad de académicos, investigadores y vendedores de libros. Aparece como indispensable para ordenar el material que se produce y se edita. No sucede lo mismo cuando te sentás a escribir ficción. Pero son ellos los que califican de esa manera mis historias. 

   --¿Una vez que cae en esa clasificación queda como encorsetado?

   --Que te clasifiquen como autor de género negro no te obliga a escribir una novela negra. A menos que hayas firmado contrato con un editor que pugna por reproducir el éxito de tu primera novela negra. En tal caso dejás de ser un escritor libre para convertirte en asalariado. Por lo general, sin los beneficios que para el asalariado prevén las leyes sociales. Algo así como un monotributista sin vacaciones pagas y conminado a terminar su historia en el menor tiempo posible.

   --¿No siente cómodo cuándo se imponen esas condiciones?

   --La literatura tiene poco que ver con estos condicionamientos, aunque para acceder al lector necesitemos publicar la obra, difundirla, explicar de qué trata o, como dicen en España, “de qué va esa novela, tío”. 

   --¿Sus novelas se acercan mucho a la ficción o hay un intento porque las historias tengan relación con hechos y personajes de la realidad?

   --Soy poco afecto y bastante inútil cuando me piden que cuente de qué va lo que cuento. Sucede que al comenzar una historia, en los primeros párrafos, no tengo demasiada idea de adónde voy. No conozco el desarrollo ni mucho menos, el final. Hay autores que sí lo saben, que se levantan una mañana iluminados por el resplandor de las musas y todo lo que deben hacer entonces es “coser y cantar”, como decía Jorge Semprún al referirse al proceso creativo.

   --¿Transita por caminos desconocidos y sin un final conocido?

   --Los autores de ficción somos peregrinos de una fe sin doctrina, percibimos que hay algo más allá de lo evidente, que el día no se agota en sus rutinas sino que ofrece la posibilidad de lanzarnos a peripecias enriquecedoras, al armado de historias cuyo final desconocemos, con situaciones y personajes que conforman una tierra incógnita, un continente inexplorado a cuyo magnetismo no podemos sustraernos.

   --¿Tiene un esquema de trabajo, de determinados horarios o condiciones para escribir?

   --No es mi caso. Y no sé si esto es una limitación o la oportunidad, tan poco frecuente, de emprender una aventura que imagino formidable, sin otros riesgos que los derivados del excesivo sedentarismo. Escribir ficción no debería asociarse al sacrificio, a la voluntad de encerrarse durante horas cada día sin atender a nadie, envuelto en la nube de la sagrada inspiración como un escultor que talla la piedra en medio de una polvareda que él mismo provoca con su trabajo. O un compositor que atormenta a sus vecinos con solos de trompeta hasta encontrar la armonía sobre la que descansará su obra. 

   --Pero necesita concentrarse, tener cierta calma.

   --Es una tarea solitaria, aunque escribas en una redacción periodística donde tus compañeros tejen historias con la realidad que cae en sus manos. Escribir ficción puede ejecutarse con esas mismas reglas, no exige un ámbito recoleto aunque encerrarte y echar cerrojo a puertas y ventanas parezca ser lo ideal. Podés imaginar y alimentar una historia en un bar, por ejemplo. Claro que esa historia no será la misma que pudiste escribir entre cuatro paredes y con Haydn sonando en la versión de algún pianista austríaco.

   --¿Siempre tuvo esa tendencia a lo policial negro?

   --No. La novela negra irrumpe en mí con toda su potencia no hace tanto. No era lector frecuente del género. La mayoría de las novelas policiales eran de autores norteamericanos y nunca me gustó someterme a las horribles traducciones de muchos de ellos, que en mi juventud eran las más frecuentes.

   --Dios existe, el hombre sólo a veces.

   --Las novelas de Orsi son violentas. Hay asesinatos, crímenes por encargo, deseos de torturas, secuestros. Hay ambientes de mala muerte, olores a encierro y a suciedad. No faltan las traiciones, los rencores y los males de amores. Sus personajes son ya condenados al infierno que viven en un infierno (terrenal), va con ellos, “a todas partes, para que al morir no haya sorpresas y pisen territorio conocido”

   --¿Tiene algún origen ese estilo de historias?

   --La novela negra nace en los márgenes de la literatura policial. Después de la Segunda Guerra la ficción criminal dejó de mirar al presunto culpable de ingeniosos asesinatos y se centró en la violencia urbana, en los conflictos de una sociedad capitalista que había enviado a la muerte a millones de ciudadanos para defender sus negocios e imponer el control sobre territorios en disputa desde años antes. Acabada la ordalía de sangre de las guerras mundiales, el capitalismo encontró que ya no era necesario desplazar grandes ejércitos para ocupar países y sojuzgar a sus poblaciones. Los imperios descubrieron que el demoníaco ajedrez podía jugarse en los bancos, en las bolsas de valores, en la explotación de los recursos naturales mediante contratos y concesiones que no requerían del humo de la pólvora sino de “febriles negociaciones” en las que, para variar, seguía perdiendo el más débil y ganaba el más corrupto. 

   --Una nueva sociedad, nuevas reglas para el mundo.

   --La concentración de riqueza fue resultado lógico de ese proceso que se aceleró con la revolución tecnológica. Prescindir del trabajo humano dejó de ser utopía revolucionaria para convertirse en fundamento de una nueva esclavitud. Enormes masas de desocupados, de desterrados, de migrantes corridos por el hambre y las guerras tribales, conforman hoy unos ejércitos de la derrota que ya no anticipan mundos sombríos. Los plasman cada día. 

   --Los temas están al alcance de la mano, o de los ojos.

   --La violencia bélica se ha vuelto violencia social y en ella abreva la novela negra. Las historias están ahí, sólo hay que remover los escombros de un mundo que gasta millones en destruirse a sí mismo. Las sospechas ya no recaen en el mayordomo, las historias policiales dejaron de ser acertijos. Todos sabemos quién mata y quién muere cada día, quienes manejan los hilos que sostienen a los asesinos, qué mascaras usan. Es fácil descubrirlos. Pero descubrirlos para qué, ¿para denunciarlos y exigir el castigo? ¿O para convivir con ellos?

   --En su libro Ciudad Santa no hace falta demasiado para descubrir barrios y lugares que todos conocemos o transitamos

   --Ciudad Santa no es la novela de una urbe imaginaria. No es la Metrópolis cuyo cielo surcaba un periodista disfrazado de “hombre de acero”, sólo vulnerable a la kriptonita. Es la megalópolis del cono sur de nuestra América, la que creció mirándose en el espejo de París, la que atrajo a centenares de miles de provincianos para confinarlos en las villas miseria, la ciudad de la que huye cierta clase media cada vez que puede, la meca del tango, la página gris de un libro que trasciende la novela y donde la realidad es por momentos un ejercicio alucinatorio, el recuerdo de lo que fue y el anticipo de lo que será. Y la descripción de una sociedad que busca su expiación en los crímenes de unos pocos, de los que se atreven a matar. 

   --Lo interesante es como en medio de tanta violencia y falta de sentimientos usted se encarga de desarrollar una historia de amor.

   --Que en esa ciudad pueda contar también una desolada historia de amor es mi privilegio, la facultad que me arrogo para compensar el abandono, la nostalgia por un pasado que nunca existió pero que, al ser narrado con alguna belleza, adquiere la fuerza de lo irrecuperable.