Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Fernández fortalecido, o no, según quien lo mire…

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   Como podía esperarse, un gesto que ya exhibió cuando Cristina Kirchner objetó a los “funcionarios que no funcionan”, Alberto Fernández volvió otra vez a entregar entre sus íntimos su propia visión del cierre de listas en el Frente de Todos. Aquella vez, contra todos los pronósticos, había considerado la filípica de la vicepresidente como “un elogio” a su gestión. Con un pie en el avión que lo trasladó a Perú para asistir a la asunción de Pedro Castillo, el mandatario dijo ahora sentirse “fortalecido” en medio de algunas escaramuzas que existieron entre cristinistas, albertistas, y hasta massistas, por el llenado de los casilleros de las listas.

   Confidentes del presidente que lo frecuentan a diario hacen valer un principal argumento para justificar el entusiasmo de su jefe, después de algunos “gestos de poder” que se sucedieron por aquellas horas febriles que marcaron el sábado, último día para presentar las listas de candidatos.

   “No entregó a (Santiago) Cafiero”, pareciera ser a juicio de quienes integran el albertismo la cucarda mayor que tiene para exhibir el presidente tras esos minués al calor de la interna. El Jefe de Gabinete parecía, aunque nunca nadie en definitiva lo puso en papel escrito con su firma al pie, el “trofeo” que los seguidores de la lideresa política del Frente de Todos perseguían, más por el afán de sumar un puesto clave en la administración central para el cristinismo que por las dotes de candidato potable que puede haber exhibido.

   Entre líneas, no fueron pocos los funcionarios de la Casa Rosada que advertían que el ofrecimiento de la candidatura a Cafiero era un puente para la designación de un cristinista puro en su lugar. Fernández, hay que decirlo, se negó con firmeza a dar ese paso. Y de allí que en su círculo más cerrado festejaban tras el cierre de listas esa postura.

   Pasó también, cuentan aquellos confidentes, con la salida del gabinete de Agustín Rossi, Daniel Arroyo, Victoria Tolosa Paz y Martín Gill además de otros dos funcionarios de la segunda línea de gestión. “Fue una decisión de Alberto que lo fortalece la de reclamarle la renuncia a los que vayan a ser candidatos, es otro gesto de autoridad”, ponderan en la Casa Rosada.

   El gesto pareciera agigantarse en el caso de Rossi. Resistió un primer pedido amistoso de parte del presidente, apalancado en su pertenencia al cristinismo puro, y su lealtad sin fisuras a la propia Cristina. Sucedió entonces que Rossi trastocó los planes de presidente y vice, que reclamaban una lista de unidad en Santa Fe con el gobernador Omar Perotti, única aunque lejana chance de imponerse al socialismo. El santafecino se atrincheró y ahí el presidente hizo valer su autoridad: le pidió la renuncia a caballo de aquel “concepto moral” que esgrimiría después (que los candidatos deben abandonar el gabinete) y que corrió también, aunque de modo pacífico, para Arroyo, Tolosa Paz, Gill y el resto.

   Del otro lado de la escena, donde se paran quienes adscriben sin fisuras a la vicepresidente y frecuentan el Instituto Patria, se esmeraron en sostener algunas desprolijidades en el manejo del cierre de la lista de candidatos y los movimientos en el gabinete por parte del presidente. Y dicen que un botón de muestra es la salida de Arroyo, que irá a ocupar un poco auspicioso lugar número doce en la lista de candidatos nacionales por la provincia que encabezará Tolosa Paz. Suena más a una mirada exagerada: todos sabían o tenían algún dato a la mano desde hace tiempos sobre el pedido de Arroyo al propio presidente de abandonar su cargo, cansado de lidiar con un ministerio “loteado” entre los distintos sectores que componen el Frente de Todos y por si fuera poco por los influentes y poco amigables movimientos sociales.

   Lo que quedó como saldo de todo ese movimiento fue un presidente que dicen que sale fortalecido en medio de otra de las peleas duras que le toca afrontar como la por ahora perdidosa lucha contra la falta de vacunas para el Covid, o la tardía llegada de millones de inoculantes, mientras hay casi seis millones de argentinos que claman por la segunda dosis de la Sputnik V o en su reemplazo alguna de las otras vacunas que se venían aplicando, como la china Sinopharm, o la china-canadiense Cansino, para completar el proceso de inmunidad ante el virus o precaverse contra la llegada de la temida variante Delta.

   Resulta curioso cómo aquellos funcionarios leales al presidente resaltan ahora gestos de firmeza de su jefe al margen de algún éxito en el armado de listas. Luego de largos meses a la defensiva ante la caída en picada de la imagen del primer mandatario por los desaguisados oficiales en el manejo de una cuarentena eterna o la gravedad de los números de la economía cotidiana, que determina que sólo en el primer trimestre la inflación consumió el 29 por ciento de aumento que Martín Guzmán prometía para todo el año.

   Uno de esos gestos que se destacan es la batalla interna ganada --para los albertistas-- por el DNU que firmó el presidente para destrabar la llegada de millones de dosis de la vacuna norteamericana Pfizer, que tanto ruido hizo puertas adentro del oficialismo en especial cuando los socios mayores de la coalición defendieron en su momento a capa y espada la alianza con China y Rusia en desmedro de los buenos oficios del presidente Joe Biden, ahora escuchados.

   Del mismo modo que celebran el acuerdo de Guzmán con el Fondo para que el país pague los vencimientos del préstamo del organismo a Macri. Antes o después de las elecciones es casi una anécdota. Importa el gesto de autoridad, sostienen los albertistas.

   Ninguno dice lo que es un secreto a voces en la entraña del poder: una muy prudente Cristina es la que manejó los hilos, a sabiendas de que un mayor desgaste de la autoridad presidencial podría ser fatal de cara a las PASO y las primarias de noviembre.