Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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La Copa América

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   Fue emocionante el abrazo entre Lionel Messi y Neymar. Una demostración de caballerosidad deportiva impecable. En estos tiempos de diferenciación, grieta y  enfrentamiento, en ese gesto hay una gran lección: es suficiente con ser rivales, no hay necesidad de ser enemigos.

   Cada uno luchó por su equipo, y Neymar en especial dejó todo por ganarle a la Argentina. Pero una vez resuelto el partido fue a saludar al amigo, que hasta hace unos minutos era su adversario. Como debe ser siempre, en todos los órdenes de la vida.

   Los argentinos volvieron a ser felices con la obtención de la Copa América por parte del seleccionado nacional de fútbol.

   Como aquellas cosas que tanto se desean, la concreción del sueño trae aparejada la felicidad de alcanzarlo.

   Los que vivieron aquellas gloriosas consagraciones mundiales pudieron abrazar nuevamente a sus hijos con el último pitazo de la final en el estadio Maracaná y hacerles sentir esa emoción que nunca vivieron y que los mayores de 50 sí fueron privilegiados de experimentar.

   Parecía que la Argentina, que tantos peldaños ha bajado en todos los aspectos en los últimos  años, también en esa actividad deportiva, en la que el mundo nos incluye entre los mejores,  estaba en franca decadencia. 

   Y, como siempre, hay que aprovechar cada ocasión para sacar las mejores enseñanzas, a la usanza del Martín Fierro, cuando daba algunos consejos a sus hijos. Es importante sacar conclusiones laterales de este hecho deportivo, para ahondar la comunicación con nuestros hijos respecto de lo que el país podría empezar a hacer, para acercarse en su conjunto al círculo de los mejores.

   Messi no jugó un buen partido. Incluso se dijo que lo hizo en inferioridad de condiciones físicas. Pero su presencia era esencial en la cancha. Esto lleva a reafirmar una idea: solo los mediocres necesitan un salvador que les resuelva los problemas. Los que saben y pueden trabajar en equipo, dando lo que es necesario para el conjunto, no necesitan de salvadores, necesitan conductores, que tengan las ideas claras y saquen del conjunto lo mejor de cada uno.

   La multitud festejó la conquista de la Selección con pasión y felicidad. Algunas veces se escucharon críticas hacia ese sentimiento. Lo han llamado patriotismo barato. No es así. Tal vez hace falta desarrollar el patriotismo en otras áreas de nuestra vida social. Más racional y más metódico, pero hay mucho y buen patriotismo en festejar abrazados, por las calles, borrando toda diferencia; económica, social y religiosa, por un triunfo logrado bajo la bandera que nos iguala a todos.

   Quizá los resultados que se consiguen en el fútbol, la calidad de los jugadores argentinos desparramados por todo el mundo, nos esté señalando algo aplicable a cada lugar en el que nos desempeñamos.

   Todos conocen las reglas y las aceptan. Transgredirlas conlleva una sanción, lo saben y las acatan. La autoridad, una vez acordadas las reglas, se respeta: aun cuando se reclama, se sabe que es inapelable. Los espectadores, millones de ellos, saben de qué se trata, Quieren saber más de lo que está ocurriendo  en la cancha, donde la emoción de un país está en juego. 

   El que ocupa el puesto es el más talentoso, o el más dedicado, el que se ha preparado mejor. Es una zona libre de influencias, es la zona del premio al esfuerzo y la vocación. Para integrar el equipo no sirve  ser hermano de nadie, ni amante, ni amigo, ni dueño de algo. A la cancha entran los que saben, o se esmeran más, y el que queda en el banco sabe que tendrá que superarse, trabajar y ser comprometido para ganarse su sitio.

   ¿Se podrá aprender a ser campeones en otros ámbitos además del fútbol?

   Por ahora, a disfrutar. ¡Vamos Argentina!