Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Ni Europa ni Estados Unidos

"¿Nos sentimos disminuidos por no ser como otros países? Lo vergonzante es la falta de memoria  de muchos compatriotas". Escribe María Cristina Muñoz.

   Dice la psicología  que,  como humanos, seres individuales y sociales,  somos lo que somos con nuestra historia personal y familiar a cuestas. Que  las experiencias vividas en nuestra infancia, desde los 0 a los 7 años aproximadamente, son las que marcan con mayor intensidad nuestras vivencias, sentimientos, creencias, prejuicios,  temores, frustraciones y también expectativas, proyectos, fortalezas,  ansiedades, y más. Y que luego, con la maduración de la personalidad es nuestra tarea encontrarnos y ser nosotros, no sin el dolor que implica ese  aprendizaje.  

   ¿Para los pueblos, naciones o países será algo así?  Es posible, porque a la vista de las evidencias  no es lo mismo haber nacido en algún país de África -continente  colonizado y expoliado hasta mediados del siglo XX por los que llamamos hoy “grandes potencias” e independizados hace tan poco- que  haber nacido en uno de los grandes países centrales de Europa, con siglos de historia, protagonistas de la conformación de los estados modernos en los siglos XV y XVI, de luchas  religiosas, territoriales y/o políticas para hacerse del poder. De regímenes feudales, monárquicos, imperiales,  autoritarios y usurpadores de y en “las colonias”.  Devenidos  muchos de ellos en repúblicas después de las devastadoras guerras del 1914 y 1940 en pleno siglo XX. con su secuela de horror, memoria y aprendizaje en pos de una convivencia más pacífica y democrática aunque con las casi mismas costumbres de soberbia estigmatizante hacia lo que no es europeo. 

   Distinto también de los EE.UU., con otro origen.  Inmigrantes de Inglaterra, blancos y con modos de vida, cultura, instituciones y creencias propias que trasladaron a Norteamérica. Un desarrollo ya  obtenido.  Que en pos de sus intereses territoriales y económicos apostaron al exterminio de indios, verdadero genocidio,  producto de la “repugnancia racial” y la necesidad  de apoderamiento de sus territorios. Al decir de Carlos Fuentes “En gran medida el éxito de los EE.UU. radica en haber sido una cultura de transplante”.   

   No fue el caso de los colonizadores españoles que ingresaron por Sur América y encontraron una cultura ya existente,  avanzada en términos de localía y con la que se “mezclaron”;  porque no tenían  “repugnancia racial“ como los ingleses. “El drama de la independencia Latinoamericana radica en haber sido una cultura del mestizaje”, dice Fuentes. “Es una cultura nueva (…) Es mucho más difícil partir de una gestación nueva que del simple transplante”. 

   Y nosotros, argentinos, que aún estamos gestando nuestra historia:  ¿Nos sentimos disminuidos por no ser como estos países de occidente? ¡Poco “serios”! ¡Poco previsibles! Lo que resulta poco serio y vergonzante es la falta de memoria  de muchos de nuestros compatriotas;  curiosamente  los más favorecidos.  La falta de arraigo y genuino amor por esta tierra que, no sin dificultades y desigualdades, nos dio todo lo que somos y poseemos... ¡Nación!  Identidad,  cobijo territorial,  prosperidad -a no pocos-   vínculos históricos, afectivos familiares e idiosincrasia argentina hecha por sus habitantes y su cultura.  

   Seguramente en tiempos de 40% de pobreza desearíamos mucho más.  Pero esa tarea inmensa  es responsabilidad de los argentinos que no degradan a su país, En el reconocimiento de nuestra historia y del amor de haber nacido, y sido,  en este suelo.

María Cristina Muñoz vive en Bahía Blanca.