Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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María Fernanda Ampuero: "Toda mi literatura consiste en buscar monstruos y mostrarlos"

La escritora ecuatoriana habló sobre su libro de cuentos Sacrificios humanos.

   Sacrificios humanos, el nuevo libro de cuentos de la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, puede leerse como la metafísica bestial de lo cotidiano: una huelga, una tarde en lo de una abuela, el bullying a una niña gorda, todo en estos cuentos muestra su sombra y celebra la monstruosidad de una manera aterradora y tierna, casi luminosa.

   Condenados morales, victimarios, seres que avanzan sobre tabúes como la necrofilia o sexo lésbico infantil. Mujeres que apañan a asesinos de mujeres, violadores de esposas y de niños protagonizan los de estos cuentos, escritos por Ampuero casi como contingencia, o por fatalidad, cuando la primera ola del coronavirus prendía fuego Guayaquil y la presión no la dejaba pensar siquiera en leer.

   Con la escena tomada por el virus —cuerpos en las calles, gente sin poder despedir a sus deudos en hospitales y sin lugar para los muertos en los cementerios—, la narradora escribió estos cuentos bestiales, publicados por Páginas de Espuma en el segundo año de la peste, junto al 160 aniversario de la muerte de Mary Shelley, como ella, creadora de monstruos.

   Algo exagerado, de fin del mundo universal, maneja en estos cuentos escenarios de lo más sencillos. En el barrio en huelga, por ejemplo, la narradora cuenta la metafísica de las cosas en escena como una vidente: llama caníbal a la bruja de Hansel, describe al animal que es la angustia, sabe lo que es morir y seguir viva.

   "La literatura es un bombardero de tabúes. No puedes dejar de entrar en alguna habitación por miedo a que lo que hay ahí dentro no sea políticamente correcto. Mis personajes actúan bajo el condicionamiento de su vida, sus aprendizajes, traumas, deseos, afectos y desafectos. Eligen el presente desde su pasado. Como hacemos todas", dice Ampuero.

   Escritora y periodista, nació en abril de 1976. En 2012 fue elegida una de los 100 latinos migrantes más influyentes de España. Recibió el premio Hijos de Mary Shelley por el cuento ¿Quién dicen los hombres que soy yo? y su libro Pelea de gallos fue declarado una de las 10 mejores ficciones de 2018 por The New York Times.

   Traducida al inglés, portugués e italiano, publicó en revistas de crónica y en diarios de Italia, Brasil, Colombia y Ecuador. Estudió Literatura. Por un tiempo fue profesora (miss Ampuero) y vivió en España y México.

   —¿Cómo surgió Sacrificios humanos?

   —De una forma muy extraña. Lo escribí el año pasado, en plena pandemia que, además de todo lo que significó para el planeta entero, a nosotros, los guayaquileños, nos golpeó de una manera especialmente terrible; seguro que recuerdas las escenas de muertos en la calle, de gente desesperada pidiendo despedirse de sus familiares muertos afuera de los hospitales, una locura. Yo estaba en un estado mental terrible, frágil, o mejor dicho, "enfragilecido" por lo que me rodeaba, en una ciudad en la que no me apetecía estar, sola en una casa enorme que no era mía. Todo en mi vida tenía la exacta atmósfera de una pesadilla. En ese contexto, estaba segura de que sería incapaz de escribir algo, lo que sea. Me había quedado como afásica, no tenía concentración ninguna, no podía ni leer. De pronto, tal vez era finales de julio, principios de septiembre, empecé a escribir Biografía, el primer cuento, que es un cuento que siempre supe que escribiría y que llevo leudando en mi espíritu desde 2005, el año en el que llegué a España como inmigrante indocumentada. Lo terminé y se lo mandé a mi editor, Juan Casamayor, que más que editor es ese amigo buen lector y sincero sin crueldad. A Juan le gustó mucho y eso me envalentonó. Empecé a escribirle cuentos a él, para que los leyera él, y a mí, para demostrarme que podía escribir todavía, nada más, sin pretensiones. Así fueron surgiendo Pietá, Sanguijuelas, Edith, Lorena, Hermanita, Invasiones, Creyentes... cuentos que yo quería escribir hace años y no sabía muy bien cómo. Otros, como Elegidas, Silba o Sacrificios los reescribí y Freaks, el último, salió como una luz, como si yo en vez de mujer fuera un faro. Adoro todos los cuentos y a sus personajes.

   —Los relatos se desarrollan en los cuerpos de los personajes. Lo que se repite es la profanación de los cuerpos: de las vivas, de los muertos. El goce en el encuentro propio y ajeno. Todo el libro es cuerpo y, desde ahí, hace pensar en feminismo.

   —Yo, como gorda, siempre he sido calificada por mi cuerpo. No se me ha permitido ser otra cosa que cuerpo, un cuerpo en falta, un cuerpo no disciplinado, un cuerpo desagradable, un cuerpo problemático. ¿Cómo alguien como yo, que ha sentido toda su vida que su cuerpo le falla al mundo, no va a escribir desde ahí? Creo que más bien el feminismo me permitió liberarme de esa tortura, autoinflingida o inflingida por la gente que supuestamente más me quiere y por la sociedad, y ser otra cosa, ¿me explico? Ser algo más que una mujer avergonzada por sus kilos. El feminismo me dio la posibilidad de ser libre por medio de la reconciliación con mi cuerpo. Tal vez insisto tanto en escribir desde la infancia y la adolescencia porque eran momentos de mi vida en los que no conocía el feminismo y sufría como un animal, me odiaba, odiaba haber venido al mundo, me hubiese cambiado por cualquiera.

   —¿Qué es la monstruosidad para vos?

   —La monstruosidad para mí lo es todo, toda mi literatura consiste en buscar monstruos y mostrarlos. Lo que se considera monstruo, lo que significa que nos ronden los monstruos. El dios monstruo, la madre monstrua, el amor monstruo. Un monstruo advierte, muestra, un monstruo redime a los que no sienten que lo son, un monstruo es el "otro", el monstruo es el síntoma de la sociedad.

   —¿Qué escritores y tradiciones literarias formaron tu escritura?

   —Sacrificios es un homenaje a La casa de Asterión, un cuento de Jorge Luis Borges que a mí me marcó mucho la vida, y a la película Revolutionary Road, otro hito de mi educación sentimental, por lo del matrimonio que no puede salir del laberinto del amor muerto. No lo pueden ver, van camino a la destrucción y no lo pueden ver: caminan en círculos cada vez más perversos, como los de Dante. Yo soy muy hija del cine, del cine de los 80 y principios de los 90, de esa época dorada del slasher, de los asesinos en serie (Jason, Freddy, Michael Myers), del cine fantástico de Spielberg, de Alien, de las adaptaciones de novelas de Stephen King. Ese cine me enseñó a narrar. Literariamente, he leído mucha poesía toda la vida, sobre todo la poesía mística de San Juan de la Cruz y Santa Teresa y los poemas de César Vallejo, que conozco de memoria. La Biblia, obviamente. Y todo lo de género de terror, de Poe a Anne Rice. Además de las incursiones en el terror de Pizarnik, Angela Carter, Cormac McCarthy, Quiroga, obviamente, Bierce, Stevenson, Rubén Darío, Cortázar, Henry James, Mary Shelley, Shirley Jackson.

   —Hay un efecto de encantamiento en las reiteraciones de algunos textos. Como un canon, un coro griego, versos que se repiten para que la magia ocurra.

   —En varios cuentos hay una voluntad de imitar el tono de los salmos, los rituales, los hechizos, los cánticos infantiles, las parábolas, los abracadabras, cánticos paganos y, como dices, de coro griego. Toda la vida he creído en el poder de la palabra, no solo en lo que dice, sino en su entonación para conseguir que la magia ocurra. También hay algo de mi absoluta adoración por la poesía, el género, para mí, más difícil y más perfecto, el que nos conduce de forma más cierta a eso que hemos llamado divinidad.

   —Los cuentos de apertura y cierre generan una sensación poderosa y feliz: el mal pudo ser vencido. ¿El terror fantástico puede ser un espacio de resiliencia?

   —En Biografía quien salva es la memoria, la historia de las mujeres que estuvieron antes, la genealogía elegida, una especie de sororidad más allá de la muerte. En Freaks lo que salva es el hermanarse con el otro, la famosa bondad de los extraños. Eso también es el ejercicio de leer lo que otras han escrito: dejarse ir al acantilado con ellas, convertirse en otra cosa, en sirenas, tal vez, en mitología. (Télam y La Nueva.)