La segunda ola

Redacción de La Nueva.

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   Los números marcan con rigurosidad y realismo que la segunda ola del coronavirus ha llegado a Bahía Blanca con más fuerza y contundencia que la de contagios registrada en 2020.

   Quizá ni siquiera deba llamarse de esa manera. Quizá haya que asumir que el virus nunca ha marcado su retirada, que nada ha ocurrido para que sea parte del recuerdo y que la llegada de la vacuna abre un campo alentador a futuro, pero en poco modifica el presente.

   Ha quedado en claro además que todo el 2020 en cuarentena y aislamiento no ha sido suficiente para reforzar el sistema de salud en la medida adecuada, de manera que el aumento de contagios ha puesto a los hospitales en la zona roja, al límite de sus posibilidades.

   Se menciona, con razón y con mucha lógica, que la gente se cansó de la cuarentena y poco a poco ha dejado de tener los cuidados necesarios para que los contagios estén controlados.

   Quizá no se trate solo de cansancio, sino también de atender necesidades. De trabajar, de estudiar, de renovar los contactos sociales, de quebrar crisis de angustia, de atenderse de otras dolencias, de retomar prácticas y costumbres necesarias para una vida de calidad.

   Pero además, y sin ánimo de caer en culpas, se ha registrado un quiebre en la conducta de los jóvenes, que han decidido, sin decirlo ni planearlo, dejar de usar barbijos, de mantener distanciamiento y cada fin de semana volcarse sumarse  reuniones y fiestas sociales a las cuales se tilda de “clandestinas” precisamente por no respetarse en ellas las normas mencionadas.

   La segunda ola exige un esfuerzo adicional. De cuidado. De límites y de conductas adecuadas. Se está más cerca de volver a la normalidad. Pero mientras tanto hay que tener una conducta adecuada. El coronavirus no se ha sido. Por el contrario, ha mutado y sigue presente. No hay que temerle, pero si quitarle su poder de contagio y presentarle batalla desde el cuidado y la prevención.