Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Los vecinos del geriátrico, entre la sorpresa y el miedo

Desconocían que funcionaba un hogar para personas mayores en la cuadra. Se enteraron por las noticias.

Fotos: Rodrigo García-La Nueva. / Edición video: Francisco Villafáñez

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

   El celular marca 8 grados. La cuadra del hogar no habilitado de Avellaneda al 700, en el barrio Noroeste, está prácticamente desierta.

   Pasadas las 10 algunos vecinos empiezan a circular con bolsas o changos para hacer las compras del día; la mayoría son adultos mayores con barbijos, bufandas y algún que otro gorro.

   Es un barrio de gente grande, tal como describe un comerciante.

   La casa que anoche se transformó en el centro de atención por la muerte de una residente que tenía coronavirus —internada desde el sábado por un cuadro de neumonía— tiene las persianas bajas. No se escuchan ruidos: los vecinos creen que la familia propietaria vive en una casa trasera y que adelante funcionaba el hogar no habilitado —como unos 300 en la ciudad—, donde anoche evacuaron a los adultos mayores.

   Algunas personas observan desde lejos si hay algún movimiento. Pero no. Solo el ir y venir de camarógrafos y periodistas interrumpe el silencio del lugar.

   En la vereda de enfrente un policía vigila la entrada desde un auto. Y cada 20, 30 minutos se observa un patrullero pasando por el sector.

   Los comerciantes de la cuadra anterior —hay una pollería, una verdulería, una sucursal de la Cooperativa Obrera— como así también los trabajadores de la farmacia de la esquina siguen con su tarea habitual. 

   —Desde que abrimos el local esta mañana no entró nadie, la gente debe tener un poco de miedo. Nosotros no sabemos quién vive en esa casa, capaz vinieron a comprar pero no lo sabemos —dice un comerciante que trabaja a media cuadra y se enteró del caso por las noticias.

   Los locales atienden con las medidas de prevención requeridas: guantes, barbijos, máscaras y (en algunos casos) un material plástico que cubre el sector de cajas para evitar el contacto con clientes. Todos sus trabajadores coinciden en lo mismo: no se sabe quiénes son los dueños de la casa donde residían adultos mayores.

   La Cooperativa Obrera de calle Avellaneda también funciona con normalidad. Algunas personas se acercan y preguntan si está abierta; tienen dudas porque leyeron un mensaje en las redes sociales que anunciaba su cierre transitorio. Es falso. Con el habitual control de temperatura, el alcohol en gel en la entrada y la desinfección de changos, decenas de vecinos entran para comprar o pagar impuestos.

   La mayor preocupación se observa en la farmacia de la esquina, donde trabajan unos 8 empleados. En la entrada un cartel reza que solo se permite un máximo de tres personas. El que llega se asoma por el vidrio de la puerta para contar cuántos hay. Si la suma da más de tres, retrocede y espera su turno. Si hay menos, ingresa y se coloca detrás de la línea marcada en el piso.

   —Atendemos a muchos de PAMI, es probable que gente de ese hogar, que no sabíamos que funcionaba, haya venido a comprar. Nos sorprendió mucho la noticia; esta mañana tuvimos mucho menos movimiento que el habitual.

   La farmacéutica habla desde el otro lado del mostrador que está separado con un material protector. Lleva puesto el barbijo, como todas sus compañeras. Cuenta que cumplen estrictamente el protocolo sanitario y que anoche estaban de turno y vieron un gran movimiento en la cuadra, pero no comprendían qué sucedía.

   El desconcierto es el denominador común. Ni trabajadores ni vecinos estaban al tanto de lo que pasaba en esa casa ni identifican a sus dueños.

   —Hace años cuido a una mujer de 90 años, que es como mi abuela. Ella no sale para nada y solo tiene contacto conmigo que me guardo porque también tengo una bebé. Tampoco sabía de esta situación, cuando escuchamos lo del geriátrico pensamos que se trataba del hogar que está a dos cuadras y funciona hace mucho tiempo —señala una mujer que trabaja al cuidado de una persona mayor desde la vereda opuesta al hogar.

   Sale de la casa para dejar una bolsa y antes de cerrar la puerta pregunta: "¿Está confirmado que la mujer murió por coronavirus?".

   Al rato y por esa misma vereda pasa otra señora con las bolsas de las compras. 

   —¿Qué pasó? ¿Dónde? No sabía nada... —dice con cierta sopresa mientras trata de localizar el hogar de adultos mayores. 

   Lo mismo pasa con un grupo de hombres que trabaja en un galpón ubicado del mismo lado del hogar. 

   —No tenemos ni idea. Nosotros venimos a trabajar y nos vamos, nunca vemos movimiento en esa casa —responde uno de ellos a través del portero eléctrico.

   No hay mucho para decir, todo es asombro y confusión. Pasaron solo 12 horas desde que el hecho salió a la luz y hay mucho para procesar: vecinos que alojan adultos mayores sin autorización, una mujer fallecida por COVID-19 y una evacuación a metros de sus hogares.

   Nadie lo esperaba, fue un balde de agua fría.

   Mientras se aguardan los resultados de los test de los otros residentes, muchos de sus vecinos (sin saberlo) observan la situación desde adentro, con temor a salir. Otros son la contracara: hablan de paranoia y psicosis, sin renunciar a su rutina habitual.