Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Veinticuatro por siete

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   Días pasados, cuando recién se estrenaba la cuarentena, me llegó un video, de esos que circulan en las distintas redes, en el que un hombre, en pantalón corto, ojotas y remera, sacaba a pasear a su perro.

   A juzgar por la advertencia policial no era la primera vez que salía, paso siguiente es subido al patrullero “con perro y todo”. La nota distintiva de la anécdota eran los gritos desesperados de su esposa, quien de manera desgarradora pedía por la mascota y no por su compañero.

   ¿Compartir más tiempo del habitual puede generar conflictos? ¿Convivencia 24 x 7 es la antesala de rupturas y separaciones?

   Las consultas se reiteran como una letanía, el argumento común es ¿cómo pasar este tiempo?

   ¡Estados alterados!

   Es evidente que la incertidumbre propia de “este Coronavirus” tiene efectos colaterales por doquier; angustia y ansiedad son los estados típicos que ocasionan el encierro, máxime si las medidas habitacionales conspiran y los espacios de circulación dentro de la casa son reducidos.

   Algunos se atreven a asegurar que este tiempo de encierro está ocasionando un aumento en la tasa de separaciones, sin embargo “la culpa” no es del confinamiento, lo que sucede es que en esta “convivencia full time” se agudizan aspectos negativos y se potencias conflictos ya existentes; todo aquello no resuelto también se propaga dentro de la cuatro paredes de la casa.

   Así como circula el virus, también circulan las desavenencias preexistentes al Covid-19, problemas latentes y tal vez de larga data, encuentran en esta cuarenta el suelo fértil para que emerjan y hasta el motivo más trivial desencadena discusiones y altercados.

   Todos, en cierta medida atravesamos una experiencia inédita en las que las “fórmulas” se van creando “sobre la marcha”. Evitar discutir por nimiedades y controlar el enojo, impiden que las controversias que debieran durar minutos se prolonguen por horas o días.

   Generar y preservar un tiempo para uno mismo, aleja de la idea de tener que hacer todo “de a dos”, evitar el contacto social no implica “pegotearse con la pareja”, sino que cada uno deberá conservar en la medida de lo posible algunas rutinas y espacios de intimidad.

   Entender que la pareja no es plomero, gasista, electricista, chef, pintor, albañil, jardinero y cuanto oficio demandes conlleva a entender que si bien hay tiempo para hacer ciertas cosas de la casa, no se puede recargar al otro para todo tipo de servicios.

   ¿La obligación trae oportunidades?

   Siempre digo que “la solución está en el problema”, por ello este tiempo obligado y no elegido tal vez trae consigo la oportunidad para dialogar; es habitual mirar y hasta con lupa lo que el otro hace, y en ese afán por acumular defectos ajenos dilapidamos un tiempo que puede ser constructivo.

   Este tiempo obligado y no elegido, tal vez habilite la posibilidad de abordar con serenidad aquello que se ha venido postergando, de encontrar el momento de expresar sin agravios lo que molesta y lo que se desea, de diseñar nuevas formas de relación y nuevos con-tratos, para también llegado el momento poder aceptar que al menos el intento no fue en vano.