Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Maradona: el final inevitable

La muerte de Diego Maradona cerró la vida de un deportista enorme con una vida personal de altisima complejidad. 

   El día que cumplió 60 años Diego Armando Maradona dio testimonio de lo avanzado de su deterioro físico. Ese día, a despecho de consejo de sus médicos, concurrió al estadio del club Gimnasia y Esgrima de La Plata para recibir algún que otro obsequio, algunos abrazos y sentarse unos minutos en un trono ficticio.

   Más allá de ese mal estado general –con menos peso, mirada perdida, con apenas capacidad de balbuceo, acompañado por dos desconocidos que cada tanto le bajaban el barbijo o lo ayudaban a caminar--, el ex futbolista no era siquiera la sombra de la sombra de los que era.

  No significa eso que alguien podía imaginar que a Diego le quedaban diez días de vida. Pero dejando de lado el cuidado que siempre se tuvo a la hora de ser sinceros con la descripción de su estado, no había más que lugar para la preocupación.

   Maradona ya no era Maradona. Era lo que quedaba de un hombre que entregó su cuerpo al descontrol y al desorden. Lleno de adicciones, de conflictos, de angustias, de soledad, de desmanejo, de no poder nunca retomar un viaje que quedó hace demasiado tiempo sin rumbo.

   Tuvo un talento en un deporte que es el más popular del planeta y que lo llevó a ser considerado entre los mejores de la historia. Fue un eximio jugador de fútbol, un superdotado de la pelota, del juego. Una maravilla que además logró logros trascedentes con la camiseta de la selección argentina.

    Eso lo colocó en un lugar de la historia que nadie puede discutir, ni dejar de valorar e interpretar. Después eligió otra vida, de la cual él se sintió parte y a la que decidió no renunciar.

   Vivió 60 años. Sus 60 años. Murió mientras dormía. Cuando su corazón ya no tuvo más fuerza. No era Dios ni un superhombre. Por razones no simples de explicar era así considerado por millones de personas que lo lloraron y los despidieron en todo el planeta.  Respeto y consideración hacia su memoria es lo único que debiera ahora primar.