Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Falta de agua: medio siglo de excusas y promesas hipotecan el futuro de Bahía

El verano presentará un durísimo desafio al sistema de abastecimiento. Los problemas que evidencia el servicio no son nuevos y ponen en riesgo el crecimiento de la ciudad.

Planta Potabilizadora Patagonia de ABSA. (Archivo La Nueva.)

Adrián Luciani

aluciani@lanueva.com

  Una vez más la falta de agua vuelve a generar problemas en Bahía Blanca y todo hace pensar en un verano duro, durísimo, por la permanencia de gran parte de la población en sus casas como consecuencia de la pandemia.

   Se trata de un problema que nació con la ciudad misma, cuando el coronel Estomba se dejó engañar por el espejismo que hace casi dos siglos ya ofrecía el arroyo Napostá, con épocas de caudal abundante y otras de sequía extrema.

   Recién en 1908 y luego de haber padecido varias epidemias por la falta de agua potable, Bahía Blanca pudo contar con un servicio público de cierta calidad, pero ese adelanto no fue consecuencia exclusiva del crecimiento poblacional, sino de las empresas ferroviarias que necesitaban agua en cantidad y calidad como para abastecer a sus locomotoras.

   El sistema cumplió un aceptable rol durante pocos años, hasta que terminó siendo víctima del fluctuante régimen de lluvias y caudales, pasando de torrentes extremos que arrasaban con todo a su paso hasta insignificantes hilos de agua.

   Se intentó también con los surgentes, pero la receta tampoco sirvió, sobre todo porque el muy buen rendimiento inicial de los pozos luego se iba apagando hasta tornarlos inviables para sustentar el sistema de aprovisionamiento general.

   En las décadas del 50 y 60 era frecuente el llenado de bañaderas y cualquier otro recipiente para poder atesorar algo de agua, hasta que a comienzos de los 70 apareció la segunda y última obra de peso concretada para abastecer de agua potable a la ciudad: el dique Paso de las Piedras.

   Desde entonces solo sobrevino una sucesión interminable de parches tras parches y los infaltables anuncios políticos, sin dejar de mencionar a la empresa Azurix, cabeza de una muy cuestionada privatización.

   La vulnerabilidad del sistema, o si se quiere, para ser más directos, su extrema y vergonzosa precariedad, siempre ha sido puesta en evidencia por los motivos más diversos: algas, falta de lluvia y exceso de lluvias que genera arrastre de sedimentos y tapona los filtros fueron algunas de las excusas.

   A esto debe sumarse otras argumentaciones oficiales como roturas de cañerías troncales o acueductos, turbidez y coloración por desprendimiento de incrustraciones y oxidación en caños, falta de infraestructura para traer más agua desde el dique, etc.

   Pese a las carencias hídricas , la dirigencia local –debería extenderse dicha responsabilidad a las provinciales y nacionales, pero esto resulta una utopía—jamás han tomado nota de la importancia excluyente que tiene la provisión de agua para el presente y futuro de la ciudad.

   Medio siglo transcurrió desde la construcción de la segunda obra clave para que la gente pueda tener cubierto el derecho mínimo a hidratarse e higienizarse, o para contar con un servicio de cloacas en aquellos sectores que hoy gozan de semejante “privilegio”.

   La obra del río Colorado fue el último buzón ofrecido a una población cansada de penar por algo tan elemental como el agua, sobre todo en una ciudad que primero aspiró a ser capital de provincia, luego puerta y polo del sur argentino, y finalmente terminó conformándose con ser llamada nodo energético y puerto de aguas profundas de la Argentina, pero claro, todo eso sin agua.

   Hoy las falencias del servicio impactan de lleno en los vecinos e impiden el desarrollo industrial y de nuevas urbanizaciones, exigiendo que pronto se detenga la calesita de anuncios iniciada varios años atrás, cuando la administración Scioli tramitó con éxito un crédito de la Corporación Andina de Fomento (CAF) por 150 millones de dólares.

   Ese fue el comienzo de la ilusión, pero debieron pasar algunos años hasta que en junio de 2018 la obra se licitó durante la gestión Vidal, aunque nunca terminó siendo adjudicada y en marzo de 2019 se decidió suspenderla y volcar 50 millones de dólares de ese crédito a otras obras en el sistema de Bahía.

   Sin embargo, el final es conocido, nada de esto se concretó y ahora ni siquiera se sabe oficialmente el listado de obras a ejecutar ni cuándo se harán.

   Tres grandes cisternas y eliminación de pérdidas son la base del nuevo programa previsto, suena a poco frente a los 150 millones de dólares que la política se encargó de prometer para endulzar los oídos de vecinos y votantes, pero, sobre todo, suena a poco para una ciudad que hace 50 años, por paciencia y comportamiento tributario, viene mereciendo mucho más.