Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Advierten sobre las consecuencias psíquicas de la crisis económica

Se observan más casos de trastornos de ansiedad, tal como sucedió en 2001. Alertan sobre riesgos de rebrotes o nuevas patologías en pacientes con cierta predisposición.

Por Cecilia Corradetti / ccorradetti@lanueva.com

   El resultado electoral del domingo pasado generó consecuencias de todo tipo en una Argentina que ya tiene cierta gimnasia en los vaivenes políticos y económicos.

   Pero las crisis también resultan costosas en términos más intangibles en lo que tiene que ver con los daños a la salud, que pueden ser agudos o arrastrarse en el tiempo.

   Pueden tener impacto psicológico y también en todo el organismo. Incluso pueden generar rebrotes de patologías o disparar otras en personas que poseen cierta predisposición.

   La psicóloga Andrea Casali (MP 092), especialista en trastornos de ansiedad, dijo a “La Nueva.” que en los últimos meses aumentaron de manera significativa las consultas por desbordes, pánico, depresión por agotamiento y otras patologías asociadas.

   Una situación similar, recordó la especialista, ocurrió durante la crisis de 2001.

   Es que pocas situaciones resultan más angustiantes que los eventos económicos que golpean en el bolsillo de las familias.

   Y aparecen, así, numerosas sensaciones corporales asociadas, tales como sudoración, irritación o taquicardia, hipertensión e hipotensión arterial, malestares gástricos, cefaleas, diarreas, que canalizan esa tensión en el cuerpo.

   Claro que a nivel psíquico, los cimbronazos económicos tampoco resultan gratuitos en términos de nuestra salud: insomnio, angustia, depresión, miedo y ataques de pánico, por ejemplo, suelen ser moneda corriente.

   La angustia y la ansiedad bajan las defensas psíquicas y físicas y, de este modo, las personas tienen mayores posibilidades de enfermarse. Y hay más: las pérdidas económicas llevan muchas veces al alcoholismo y a otras adicciones.

  La doctora Julieta Mena (MN 128.366 / MP 2.806), especialista en Psiquiatría, coincidió con Casali en que existen herramientas que ayudan a no perder la calma y a hallar la mejor manera de transitarlas.

   Mena consideró que nuestro país ha vivido innumerables situaciones similares; que las crisis son acotadas y que no duran eternamente.

  Por lo tanto, debemos transitarlas de la mejor manera posible o con los elementos que tenemos al alcance para una adaptación a la situación, dijo.

   “No vamos a poder modificar el medio, pero sí, en cambio, decidir cómo cada uno responde y se adapta”, advirtió, para sugerir que si, eventualmente, la persona se siente sobrepasada, fuera de control y marcadamente afectada en su vida diaria, puede pedir ayuda a un profesional de la salud mental.

   Casali, por su parte, recordó que adaptarse no es acostumbrarse a la crisis, pero tampoco normalizar la inestabilidad.

   Por eso, aconsejó, en la medida de lo posible debemos utilizar herramientas para mitigar la angustia y la frustración.

  Ese predominio de emociones negativas hace que no tengamos la percepción más adecuada sobre el presente y el futuro, explicó. “Vemos la situación con los lentes del dolor, del sufrimiento, de la tragedia máxima, del sin salida”, enumeró.

   Si hay una emoción negativa, dijo, la gente se entrega y tiene menor resistencia. A nivel cognitivo, esto crea una preocupación excesiva, angustia, quita tranquilidad y encajona a la persona a tener una “visión negra” del país. “Ante realidades tan duras, es saludable tomar distancia por unos momentos de la situación, lo que no quiere decir divorciarse de los asuntos que ocurren alrededor”, diferenció.

   En definitiva, instó a hacer el esfuerzo por entender que tomar un recreo mental, ya sea estudiando, viendo películas, compartiendo momentos con amigos, hace algo más tolerable la situación.

   “Alejarse es una forma de resguardarse, preservar espacios de normalidad en la rutina dentro de la crisis y también representa una forma de cuidarnos”, aseguró.

   Agregó que no es recomendable permanecer todo el tiempo involucrado en la situación de crisis y tampoco es sano --aclaró-- alejarnos y vivir ensimismados sin considerar el contexto que nos rodea.

 

“En alerta”

   La doctora Mena sostuvo que el proceso de adaptación a un medio conlleva presentar distintas emociones “y hay que estar alertas a la intensidad y la afección que puede provocarnos en la vida cotidiana”.

  Aquí aparece la ansiedad, una emoción normal que experimentan los seres humanos frente a diferentes situaciones sociales, familiares, laborales y personales que se relacionan con el futuro y pueden llegar a resultar amenazantes.

   El problema es cuando estas emociones se vuelven incontrolables y aparecen síntomas que afectan nuestra vida cotidiana. En definitiva, si bien los trastornos de ansiedad se asocian a una predisposición genética e individual para el desarrollo de los síntomas, el factor ambiental resulta significativo como desencadenante.

   Casali recordó que la relación entre malestar económico y daños cardiovasculares es la más conocida.

   En ese sentido, hizo mención a un estudio muy citado perteneciente a Enrique Gurfinkel, cardiólogo de la Fundación Favaloro, fallecido en 2011, que correlacionó la crisis de 2001 con el incremento de la mortalidad por episodios cardíacos.

   "El aumento en las tasas de mortalidad que observamos fue sorprendente y superior a las tasas de mortalidad esperadas de acuerdo con proyecciones anteriores del Ministerio de Salud. Observamos una tendencia constante hacia peores resultados durante la hospitalización, lo que indica una asociación entre la crisis financiera y la morbilidad y mortalidad cardíacas", señala el estudio, publicado en 2005 en Thrombosis Journal.

   Las muertes fueron hasta tres veces más de las esperadas.

   Pero el corazón no es el único órgano damnificado en un contexto de estrés.

   Los infartos son lo que se padecerá primero, pero habrá más enfermedades infecciosas e inmunes, depresión y suicidios, como consecuencia de la crisis.

   Hoy, los epidemiólogos lo denominan muertes por desesperación.

   “La palabra clave es estrés, que no sólo está relacionada con el modo de vida moderno, sino que es algo más profundo e involucra la supervivencia de todas las especies, no sólo la humana”, remarcó la licenciada en Psicología.

 

   El estado de permanente hipervigilancia y baja satisfacción prolongado ha sido mencionado muchas veces como un “caldo de cultivo” de patologías de todo tipo y una garantía de reducción de la expectativa de vida.

   Por lo tanto, para afrontar un ambiente hostil con carencia de recursos y sin futuro es necesario desplegar mecanismos fisiológicos que sacrifican unas funciones a expensas de otras: por ejemplo, la inmunidad.

   “Se vive en un estado inflamatorio permanente, con gran excitación, con objetivos a corto plazo y con incertidumbre respecto de los recursos para sobrevivir al día siguiente”, sintetizó Casali.

   Y amplió: “No existe un escenario peor para la salud humana”. En ocasiones, el temor se convierte en patológico, al punto de paralizar a la persona que lo sufre.

   “En algunas personas el miedo al futuro es tan grande que excede la capacidad de manejarlo”, concluyó.

Estrés, angustia, depresión

    Casali explicó que las crisis socioeconómicas en una sociedad provocan un deterioro significativo en la salud mental de los ciudadanos generando altos niveles de estrés, angustia y depresión.

   Este vaivén emocional, que sube y baja de acuerdo con las expectativas de cambio, termina agotando el cuerpo y la mente.

   La incertidumbre va mermando la capacidad para las respuestas adaptativas y resolutivas, las capacidades cognitivas y de procesamiento de información interna y externa.

  Bajo el nombre de “emociones de la crisis” se describe a un conjunto de derivados emocionales como miedo, rabia, tristeza, frustración; es decir, un predominio de emociones negativas.

   Las personas se encuentran en un constante estado de alerta que puede tener consecuencias a largo plazo.

   Mena expresó que la situación política y económica actual, traducida en caos e inestabilidad, genera mayores situaciones de malhumor, irritabilidad, ansiedad, preocupación e incertidumbre hacia el futuro.

  Es decir, además de afectar a la población en general, esta situación favorece la aparición de síntomas en personas predispuestas y la reagudización en cuadros ya diagnosticados.

   “¿Cómo seguir adelante? Siempre que llovió paró. Busquemos herramientas como las mencionadas, pero si el cuadro se agrava, se sugiere en una primera instancia una consulta psicológica y, de ser necesario, en función de las características de cada caso, diagramar el tratamiento más oportuno”, finalizó.

¿Qué es una crisis?

   “Se desarrolla cuando el individuo está expuesto de forma directa o indirecta a un evento peligroso o estresante, donde los recursos o capacidades se ven sobrepasadas. Es decir, la persona no sabe cómo reaccionar ante una situación determinada, experimentando una sensación de vulnerabilidad e inestabilidad”, definió Casali.

   La palabra clave es estrés, insistió, “que no sólo está relacionada con el modo de vida moderno, sino que es algo más profundo e involucra la supervivencia de todas las especies, no sólo la humana”.

   Para afrontar un ambiente hostil con carencia de recursos y sin futuro es necesario desplegar mecanismos fisiológicos que sacrifican unas funciones a expensas de otras: por ejemplo, la inmunidad. “Se vive en un estado inflamatorio permanente, con gran excitación, con objetivos a corto plazo y con incertidumbre respecto de los recursos para sobrevivir al día siguiente.

   No existe un escenario peor para la salud humana”. En ocasiones, el temor se convierte en patológico, al punto de paralizar a la persona que lo sufre. “En algunas personas el miedo al futuro es tan grande que excede la capacidad de manejarlo”, recalcó.

Algunas recomendaciones

-- Buscar apoyo en círculos cercanos, fortalecer y mantener los vínculos y la solidaridad con los más cercanos familiares, amigos, etc. Esto ayuda a ser resilientes, es decir, tener la capacidad para superar situaciones adversas. Aislarse de quienes nos rodean puede aumentar el riesgo de experimentar síntomas físicos e incrementar malestar. Por el contrario, debemos buscar apoyo en el grupo social, buscar al vecino, comunicarse con la familia, expresar lo que se siente. Esto nos ayuda a volver a sentir quiénes somos y ver la realidad tal y como es.

--En casa puede sentirse un ambiente tenso. El malestar se manifiesta de diferentes formas. Las personas son sensibles a cualquier estímulo. La tensión es natural. Una discusión es algo que puede suceder, y que seguramente va a suceder, en cualquier familia, y eso genera angustia. Entender que esto puede pasar es un primer paso para no tomarnos personalmente una discusión. Después, también es importante pedir disculpas”.

 --Usar técnicas de relajación y organizar nuestras prioridades. Respirar profundo y hacer un diagnóstico de nuestra situación, determinar cuáles son las dificultades y cuáles las fortalezas, qué tenemos y qué necesitamos, y así comprender nuestra situación lo más claro posible. Llorar también es natural para drenar los sentimientos.

--Expresar nuestros sentimientos y comprender que cada persona maneja la crisis de forma distinta. Encontrar un espacio para conversar sobre cómo nos sentimos con nuestras personas de confianza puede ser una acción positiva. Debemos, asimismo, respetar la opinión y la postura de otros. Experimentar rabia, tristeza e indignación en situaciones como la que se transita, es normal y válido, pero es importante modular la forma en que expresamos esas emociones.

--Evaluemos nuestros pensamientos y su impacto emocional, no exageremos las posibles amenazas ni las reacciones. Ocupemos la atención en actividades productivas.

--Ser solidario y generoso siempre es reconfortante.

--Mantengamos rutinas y distracciones tratando de preservar espacios en nuestra vida diaria que nos hagan sentir bien. Sabemos que no es fácil pero realizar actividades de esparcimiento como compartir películas, estudiar y hacer ejercicio son factores protectores.

--Intentemos generar espacios de esparcimiento. Parece irónico hablar de relajarnos en un momento como el que se atraviesa, pero es muy importante para mantener la salud mental; leer, compartir juegos de mesa, cartas o dominó, salir a caminar a lugares cercanos, o hacer ejercicio.

--No "engancharse" en las redes sociales. Tener acceso a la información es un derecho. Sin embargo, el enganche en las redes es un nuevo fenómeno que pareciera funcionar con el mismo esquema de las adicciones tradicionales. Paradójicamente, mucha gente “vive” en las redes para no contactar con su propia realidad. Las redes sociales pueden ser un traje hecho a la medida que deja por fuera muchos elementos. Las redes sociales sirven como un canal para contar experiencias, drenar frustraciones, etc.

--Por otra parte se debe ser selectivo con la información, pues no toda es confiable. Debemos dosificar la cantidad de información que manejamos diariamente. No es saludable pasar muchas horas en las redes sociales buscando información acerca de lo que ocurre. Mantengámonos informados pero no sobreexpuestos, ya que puede generar más embotamiento y angustia.

--Verifiquemos que las fuentes de información de la que disponemos sean fidedignas, páginas confiables. No caigamos en rumores que sólo aumentan la sensación de incertidumbre y el caos.

--El arte es una buena forma de buscar la relajación, encontrar la calma y liberarnos del estrés. La arteterapia es la herramienta más actual e innovadora en la problemática de ansiedad y en la regulación de toda emoción negativa que pueda interferir en la calidad de vida de una persona. * Busquemos ayuda profesional si sentimos que la situación se está saliendo de control.