Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Ante la necesidad de un último relanzamiento

   La versión menos acartonada que podía escucharse el jueves por la tarde en los despachos de la Casa Rosada luego del novedoso mensaje de Mauricio Macri ante la Asamblea Legislativa sostenía que el objetivo es “llegar al Mundial”. Después se verá, podría añadirse a tono con esa premisa futbolera, al cabo de un par de meses en los que cada cuatro años los argentinos se sumergen en los vaivenes que entrega el rodar de la pelota, mientras las penurias y los desencantamientos quedan a un costado del campo de juego. Así ha sido siempre, y todos los gobiernos, conviene recordarlo, han echado mano a ese recurso. Las cortinas de humo suelen ser de vuelo corto, pero en el caso de Rusia 2018 conlleva un gran riesgo. Todo irá para adelante si Argentina consigue el título. Un fracaso por el contrario desatará corregidos y aumentados los malhumores sociales que se pretendería barrer bajo la alfombra mientras todos nos distraemos asombrados por las genialidades de Messi.

   Otros comentarios de funcionarios con asientos en el gabinete, más entusiasmados, decían que el que pasó por el Congreso para desplegar un discurso “zen” es “otro Macri”. Es un presidente necesitado de reinventarse a sí mismo para afrontar los dos últimos años de su primer mandato, donde parece que ya no alcanza con echarle la culpa a la pesada herencia porque como también sucede históricamente, todo lo que pase de aquí en adelante, lo bueno y lo malo, será responsabilidad suya. Se insiste: para bien o para mal, la sociedad espera ahora con bastante menos paciencia que en los dos años que transcurrieron que Macri les resuelva los problemas y los deposite de una vez por todas en la tierra prometida, sin que a estas alturas les importe si las dificultades para alcanzar ese objetivo tienen su pecado original en los desaguisados de los que estuvieron antes.

   ¿Hay un nuevo Macri? Es la pregunta que se hacían después del mensaje en el Congreso no pocos analistas y observadores. Habría que escarbar en las razones y sobre todo en las urgencias que atosigan ahora mismo al presidente para responder al interrogante. Pero el propio Macri parece haberse adelantado a ofrecer una respuesta sin que nadie se lo pregunte. Fue el viernes en la reunión de gabinete ampliado en el CCK. “Ya no somos los mismos”, les dijo a ministros y secretarios, dando a entender que justamente ya no gozan del crédito de los esperanzados, de los que no quieren volver al pasado, y que la táctica de prometer que el semestre que viene sería mejor ya no paga nada por ventanilla.

   Cerca de Marcos Peña dirán que el apoyo a la gestión del presidente se mantiene, que ronda el 50 por ciento según las encuestas que esta semana dejó en los aposentos presidenciales el ecuatoriano Durán Barba. Que a ojos de cualquier avisado resultarían tan sospechosas como las que Artemio López podría confeccionar para Cristina Fernández y dieran que hoy conserva el 60 por ciento de apoyo de la gente. De la que es incondicional y de los que se sumaron tras desencantarse con la novedad de Cambiemos. La verdad, algún trabajo en esa dirección descansa hoy en un escritorio del Instituto Patria.

   Resulta cuanto menos curioso, aunque el dato no es menor para entender las razones de aquel cambio de discurso, y se verá en el andar si también en materia de gestión, del presidente ante diputados y senadores. Desde las propias filas del macrismo salieron a mentar en estos días el famoso Plan B. Que no es otro que la candidatura presidencial de María Eugenia Vidal para 2019 en el caso de que Mauricio llegue “con algunas dificultades” y comprometa o ponga en riesgo el segundo mandato de la coalición en la Casa Rosada. Del lado del macrismo de paladar negro dicen que sin Macri no hay futuro, y que si ocurriera la hecatombe tan temida pero que ninguno de ellos imagina ni en el peor de los sueños, no hay salvadores. “Nos lleva puesto a todos”, dicen. Convendría advertirles que habituales confidentes platenses del “vidalismo” no opinan de la misma manera.

   Es cierto, y en esto hay una coincidencia casi general tanto dentro como fuera del gobierno, que el presidente ha decidido dejar atrás la pelea de la famosa grieta kirchnerismo-antikirchnerismo que marcó a fuego los últimos catorce años de la política argentina. Que le permitió a Macri transitar sus dos primeros años y hasta servirse de ella para generar la esperanza de los que votaron por el mal menor, que siguen siendo más que los que lo hicieron por amor a la flamante coalición que desembarcaba por entonces en el poder. Ese espanto al pasado podría estar en franca disminución en la medida en que el gobierno no encuentra soluciones rápidas para los problemas de la economía de todos los días, mientras persiste en tropezar una y otra vez con la misma piedra de la falta de ética y transparencia que tanto le endilgaron los que llegaron a los que se fueron. Y esto más allá de las encuestas optimistas que circulan por la Jefatura de Gabinete.

   Ya han dicho con picaresco acierto otros cronistas que el presidente hizo suya aunque no textualmente aquella vieja frase de Menem: “estamos mal pero vamos bien”. Y que hasta volvió a comprometerse con “la teoría del semestre” al anunciar que lo peor ya pasó. Necesita, dato crucial si los hay para orejear el futuro que nos espera, que la gente le crea. Y mejor que eso, que lo palpe en sus bolsillos.