Bahía Blanca | Sabado, 01 de abril

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40 años después, el legado de Arturo Illia como norte

Revisar nuestra historia, repensar nuestro pasado, nos ayuda a actuar mejor en el presente y con perspectiva hacia el futuro.

Por Pablo Daguerre (*)

En la extensa historia argentina, cada uno de los sucesos que nos marcaron como país, pueden ser observados de distintas formas. Obviamente, depende de la mirada desde la que se posen nuestros ojos para observarlos. Lo que no podemos negar, es que hay protagonistas que reúnen ciertos consensos generalizados. Es decir que, determinados actos, han sido pensados, impulsados y realizados para el beneficio de la comunidad.

Revisar nuestra historia, repensar nuestro pasado, nos ayuda a actuar mejor en el presente y con perspectiva hacia el futuro. Es ahí cuando recordamos a Arturo Umberto Illia, quien en su desempeño como Presidente de la Nación, desarrolló cada una de sus acciones pensando siempre en cómo Argentina podía despegar. No lo hizo con una mirada individualista de la política; sino con una mirada amplia, dialoguista y repleta de valores. 

Como Arturo Umberto Illia también hubo otros hombres, mujeres y jóvenes que, incluso, desde el anonimato trabajaron incansablemente para imprimir en la ciudadanía una transformación positiva. A 40 años de la desaparición de Illia, un hombre del radicalismo y del interior profundo del país, su figura enaltece a la política y marca un rumbo. Pero no cualquier rumbo, sino un rumbo en el que la salud y la educación marcaron y pueden marcar el cambio que necesita el país. Justamente, a 40 años de la recuperación de la Democracia en Argentina.

Si bien los tiempos y los contextos cambian, una constante para el desarrollo debe ser la educación. Así lo entendió Illia; así obró antes, durante y luego de su presidencia. Como mencioné antes, Don Arturo fue un militante político y social del interior del país. Simple. Honesto. Adelantado a sus tiempos. Impulsor de prioridades beneficiosas para la ciudadanía. Austero. Estratega. Cercano. Tiempista. En fin, Illia fue garante de un cúmulo de valores y su figura se agiganta con el tiempo.  

Don Arturo, como suele llamarse con cierta admiración y respeto, gobernó el país desde el 12 de octubre de 1963 al 28 de junio de 1966. Fue ahí cuando su presidencia se vio arrancada de cuajo a través de un golpe de Estado perpetrado para detener los avances que Illia estaba convencido de impulsar con su equipo de trabajo. Nunca hay un por qué para tamaño arrebato democrático. Nunca hay ni habrá, porque nada puede justificar la interrupción de un gobierno elegido a través del sufragio.

Evidentemente, las políticas públicas que impulsó durante su gobierno en beneficio del país, iban en contra de los planes macabros de los responsables del Golpe de Estado que no querían un país educado y con salud desde la cuna. Illia estudió medicina, se vinculó con la estructura partidaria del radicalismo y entendió la centralidad de la educación. Se involucró en política, dejó su sello social y, sin dudas, reprodujo las prioridades en su vida, durante el tiempo que gobernó la República Argentina.

Ello es así, porque durante su gobierno se impulsaron avances fundamentales en diversos aspectos. Él tuvo la decisión política de impulsar determinados cambios positivos para el país. A fin de cuentas, nada se puede lograr si no hay interés genuino en llevar adelante los cambios. Fue así que durante su gobierno destinó un porcentaje histórico a la educación: el 23% del presupuesto nacional. No impulsó esa acción de manera aislada, sino que lo hizo con un plan de alfabetización integral en todo el país. Illia quería un pueblo educado y para eso trabajó.

También, durante su gestión impulsó un gran acompañamiento a la industria nacional; trabajó incansablemente para bajar la desocupación y la deuda externa. Tuvo la decisión política para que en el Congreso de la Nación se sancionara un paquete de leyes sumamente necesarias, como la Ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil y la Ley de Medicamentos. Por otro lado, dio un puntapié en la lucha por nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas, cuando se aprobó la Resolución 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, como una acción fundamental en cuanto al reclamo de nuestro país.

A 40 años de su desaparición, en Argentina nos quedan sus valores, sus ejemplos y el coraje para la toma de decisiones. La política de hoy, si se mira en ese espejo, seguramente podrá contribuir al cambio positivo que necesita Argentina, con una educación y un diálogo maduro que nos incluya y con el que podamos empezar a encontrar juntos el desarrollo. Podremos decir que, recién ahí, la obra de Illia y de tantos protagonistas invisibles puede hacerse realidad.

(*) concejal UCR (bloque Juntos) y presidente del comité UCR Bahía Blanca