Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Mundo de juguetes

Paulatinamente los juguetes sexuales se han metido en las casas, en las camas y en los cuerpos. Se habla de ellos, se asumen y hasta se ostentan. La vergüenza va siendo desplazada por la necesidad de experimentar con otros objetos, y enhorabuena, ya que donde hay vergüenza es imposible que emerja el placer.

   Desde fines de los 80’ y hasta mitad de los 90’ las canchas de pádel se reproducían por todo el país, a veces en medio de la nada se alzaba una. En esa misma época, se multiplicaban los parripollo, esas vidrieras enormes con parrillas de dimensiones como las de un monoambiente y con todos los pollitos en fila como un metegol esperando para ser consumidos.

   Hoy se multiplican y es imposible no encontrar locales en las tonalidades de verde donde las bolsas con todo tipo de semillas, productos naturales y orgánicos se entremezclan formando parte de la decoración.

   Podríamos decir que la tendencia natural reemplaza a las paletas de pádel o a los aromáticos pollos, sin embargo, lo que se multiplican de manera asombrosa son los conocidos sex-shop o como prefiero llamarlos mundo de juguetes, pues incursionar en unos de esos locales es un viaje de ida.

   No son novedad, pues los juguetes sexuales se remontan a miles de años. Egipcios, griegos y romanos fabricaban figuras fálicas con cera. Las mujeres solteras de la antigua Grecia utilizaban algo así como unos penes de madera que lubricaban con aceite de oliva.

   En la China antigua, los hombres se ataban una cuerda de seda en la base del pene para mantener la erección. El dildo conocido como “consolador” proviene de una palabra italiana “dildetto” que significa complacer; por lo tanto, históricamente el placer es buscado y perseguido desde épocas remotas.

   La cantidad de objetos que ofrece el mercado y cómo se multiplican estas ventas es más que considerable, lo que pone en evidencia que el consumo ha aumentado, que las parejas lo han implementado como parte de sus prácticas sexuales y que hasta pueden ser llevados en la cartera sin ningún inconveniente.

   Paulatinamente los juguetes se han metido en las casas, en las camas y en los cuerpos. Se habla de ellos, se asumen y hasta se ostentan. La vergüenza va siendo desplazada por la necesidad de experimentar con otros objetos, y enhorabuena, ya que donde hay vergüenza es imposible que emerja el placer.

   En otras entregas detallaremos las variedades, usos y funciones con exhaustividad, pero te aseguro que la gama de disfraces, juegos, emulsiones, accesorios, alimentos, fragancias y cuánto objeto se te ocurra excede a la imaginación.

   Hoy nos detenemos en el clásico, el dildo y reniego en llamarlo consolador como si fuera eso, un consuelo, lejos está de serlo. Hay obviamente de diferentes tamaños ya que hay de medidas extremas y unos diminutos y con refinados diseños para ser llevados en la cartera y empelarlo tal vez en el baño de la oficina, la irrupción del deseo no tiene horarios.

   También hay de diferentes colores y texturas, lisos, rugosos, más flexibles o rígidos. El avance de la tecnología permite que del clásico pene se pase a uno con pilas, otros que se enchufan a la corriente eléctrica, con control remoto y también bluetooth. 

   En su momento una reconocida sexóloga estimulaba el uso de hortalizas para dar los primeros pasos. No lo recomiendo de ninguna manera pues el placer debe ser seguro y para eso existen estos juguetes que están testeados y pasan por controles de calidad, además de que encontramos los específicos para cada zona del cuerpo.

   ¿Un mundo por explorar? Sin dudas.  Atrás van quedando mitos como que no se usan en pareja o que si te compras uno es porque algo no funciona o funciona mal; solo se requiere ganas de experimentar, imaginación y por sobre todo deseo de sentir placer.

   Hasta el próximo encuentro. Lic. Magda