Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Cuando la soledad es una epidemia

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   Primero fue Reino Unido, luego Japón y varios países están evaluando la estrategia, pues ingleses y japoneses cuentan con el Ministerio de la soledad para combatir lo que los nipones consideran “la lacra del siglo”.

   ¿La soledad hace estragos?  ¿Se puede estar solo aún rodeado de gente? ¿Se puede vencer la soledad?

   Investigaciones revelan que la soledad significa un riesgo mayor que la obesidad para personas comprendidas dentro de la tercera edad, y que el aislamiento puede aumentar un catorce por ciento las posibilidades de muerte prematura. Las muertes por suicidio merecen párrafo especial.

   El diccionario de la Real Academia Española define que soledad proviene del latín solitas y es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. La Psicología expresa que es la carencia de intimidad, en el sentido que la persona no puede establecer lazos  y relaciones íntimas con los otros.  

   Paradójicamente, en la era de la revolución tecnológica, son reiterados los casos en el que las redes sociales ofrecen la posibilidad de tener “miles de amigos” pero con la imposibilidad de estrechar un abrazo, pues lo virtual y la comunicación a través de la red, no permite el contacto físico; hay conexión pero el interrogante es si se generan vínculos.

   La soledad es comparable a la depresión y la ansiedad y reviste tres características: resulta desagradable para quien la experimenta y provoca angustia; es una sensación subjetiva puesto que la persona puede sentirse sola estando aun en un grupo y, es el resultado de relaciones sociales deficientes. 

   A su vez se  pueden establecer dos categorías: la soledad social que implica la falta de pertenencia a un grupo con el cual compartir intereses y la emocional que equivale a la ausencia de un vínculo intenso con otra persona que tiene como resultado el placer, la seguridad y la satisfacción.

   El Papa Francisco expresó  que “el abandono de ancianos es como la eutanasia”. El ser humano es un ser social y desde el nacimiento la presencia de los otros es imprescindible,  cubrir necesidades de afecto y nutrición en los primeros años es no quedar librado a la muerte física y simbólica. Luego, con el devenir de los años, la presencia de los semejantes y las interrelaciones permiten afianzar la autoestima, revalidar la confianza y construirnos a nosotros mismos.

   Si bien la soledad tal vez por ingratitud y desconsideración  es más frecuente en los ancianos, no es excluyente de generaciones jóvenes y aprender a establecer modelos de relación constructivos es un desafío. 

   Concebirla como un estado transitorio aleja de lo traumático y habilita un espacio para el autoconocimiento y la reflexión. Realizar un viaje hacia el interior tal vez resulta intenso y requiere de coraje, pero en el punto de llegada reside la posibilidad de saber quién soy, cómo me siento y cómo ven, interrogantes que permiten terminar con el exilio. Si bien a veces la realidad parece adversa vencer esa soledad semejante al destierro puede deparar gratas sorpresas.