Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

Entre el internismo y la errática política exterior

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   Resulta notorio que el presidente Alberto Fernández ha dado en los últimos días pasos concretos para empezar a construir una de las patas principales en las que se asentará su deseo de gestionar con éxito la segunda mitad de su mandato. 

   Es decir de generar autonomía, tanto de lo factores de poder  interno, político, sindical o empresario, como de condicionamientos externos que encuadrarían al dedillo en las actuales trabas para encauzar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

   Fernández, para variar, incurre en marchas y contramarchas  tanto en aquel plano interno donde busca mostrar que efectivamente es el presidente al mando de la nave insignia, del mismo modo que lo hace a la hora de intentar demostrar esa misma autonomía de manejos en materia de política exterior.

   Veamos primero este aspecto, relacionado con una incógnita: dónde está parada la Argentina en materia de política exterior y dónde quiere ubicarla el jfe de Estado. 

   Es un dato palpable que en aquel esfuerzo por demostrar que las decisiones finales en el Gobierno tanto en política interna como en materia exterior son suyas y de nadie más, el mandatario ha incurrido en algunas inconsistencias. Ha ido y vuelto sobre un mismo tema en cuestión de días con opiniones que se daban de palos una con  otra.

   Fernández, hay que recordar, casi se obsesionó desde el comienzo con restablecer las relaciones con los Estados Unidos una vez concluida la era de Donald Trump, y en especial con entablar una gestión amigable con el presidente Joe Biden. Y dio pasos concretos en esa dirección, hasta llegar casi a la adulación en un gesto durante la última cumbre del G-20 que dio que hablar en diarios y redes. 

   Sin embargo, Alberto Fernández acaba de dar dos pasos en materia de política exterior que van directamente a contramano de las chances de un acercamiento amigable con el jefe de la Casa Blanca. 

    El gobierno argentino una vez más se opuso en la Organización de Estados Americanos (OEA) a condenar al régimen de Daniel Ortega en Nicaragua en la sesión de esta semana por el encarcelamiento de dirigentes políticos y sospechas de fraude escandaloso en las elecciones del 7 de noviembre pasado donde no participó la oposición. 

   Estados Unidos ha fijado posición inequívoca respecto de esas violaciones. Alberto quedaría mal parado en esa encerrona que podría alejarlo, más que acercarlo, a Biden. 

   En pasillos de la Cancillería se defienden con el argumento poco creíble de que el embajador argentino en la OEA, Carlos Raimundi, “no siempre” se ajusta a las instrucciones de sus superiores.

   El Presidente había recibido al mismo tiempo una invitación de Biden para participar de la Cumbre por la Democracia, un foro de más de cien países de los que estaban excluidos entre otras China, Rusia, Venezuela, Nicaragua y Honduras, consideradas autocracias por el grueso de la comunidad internacional. 

   Fernández finalmente aceptó participar tras algunas idas y vueltas y se supone que luego de superar presiones internas por la conocida posición favorable a esos gobiernos del ala cristinista del Frente de Todos.

   El Presidente incurre seguido en el vicio de avanzar un paso y retroceder dos: Argentina se opuso al boicot encabezado por los Estados Unidos contra los Juegos Olímpicos de Invierno que se realizarán en China en febrero próximo. 

   No entra en este análisis si las razones expuestas, presuntos ataques a minorías étnicas, son razonables. Lo que se objeta es la doble vara con la que se encara una cuestión sensible mientras se busca estrechar la relación con Biden.

   Suele decirse en pasillos diplomáticos en tono de amarga reflexión, que el embajador ante la Casa Blanca, Jorge Arguello, hace finísimos equilibrios entre sus intenciones de conseguir una bilateral en el mítico Salón Oval que el propio Presidente alienta, y las inconsistencias de la política exterior. 

   Al embajador le adjudican en fuentes diplomáticas cierta desazón en medio de tantos esfuerzos para enderezar la relación con el FMI sin tener en cuenta el poderío norteamericano en el organismo multilateral. 

   Está fresco además el esfuerzo para enderezar los desaguisados del embajador en Chile, Rafael Bielsa, que primero asistió en una tarea consular que no le correspondía al supuesto líder mapuche Facundo Jones Huala, detenido en el país trasandino por delitos contra la propiedad. 

   Y luego tras su largo párrafo para denostar por “enemigo de la Argentina” y compararlo con Trump y Bolsonaro al candidato presidencial derechista José Antonio Katz, que ganó la primera vuelta de las elecciones en el país vecino y tiene chances de convertise en el sucesor de Sebastián Piñera si supera en el balotaje a  Gabriel Boric, candidato de la coalición progresista Apruebo Dignidad. El canciller Cafiero debió salir a poner la cara frente a semejante derrape.

   Mientras tanto, el Presidente viene de dar pasos acelerados respecto del plan maestro que pergeñó con su equipo más fiel para encarar los dos últimos años de gestión sin tutelajes o madrinazgos, de modo de llegar con chances de pelear la reelección en 2023 desde una base absolutamente autonómica. 

   El último parece el más osado: al hablar en un evento internacional y ante una pregunta puntual, Fernández aseguró que con Cristina Kirchner no están de acuerdo en todo. Y que si hay que zanjar una diferencia, “el que baja el martillo es el Presidente”.