Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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La economía que viene: el que se enoja pierde y no cambiar cuesta caro

Seguir el camino hacia la radicalización o la irracionalidad solamente traerá más y nuevos problemas.

Francisco Rinaldi / frinaldi@lanueva.com

   La vida está repleta de finales alternos. De esos donde uno no puede evitar preguntarse ¿qué hubiera pasado si…? 

   En el plano deportivo, quienes fuimos adolescentes en los 90´s, todavía nos preguntamos cual hubiese sido la suerte del seleccionado nacional en el mundial de USA 94 si el antidoping no le hubiese tocado a Diego Maradona, o, más acá en el tiempo, si el bahiense Rodrigo Palacio hubiera tocado esa pelota por abajo del arquero germano. 

   En el plano político-económico, tenemos innumerables situaciones de idéntico sentido. Por ejemplo, varios historiadores económicos plantean el interrogante sobre cual hubiera sido el rumbo de nuestro país si líder justicialista Juan Domingo Perón, en lugar de haber sido derrocado, hubiera podido implantar su volantazo “pro-mercado”, con un acercamiento al empresariado nacional, al capital extranjero y al sector agropecuario incluidos. 

   También en los 90’s, las disyuntivas entre quienes analizan la economía de nuestro país se centran en futuros alternos que consideran una salida “ordenada” del régimen de Convertibilidad o, ya con Cristina Fernández en el poder, la aplicación de la famosa sintonía fina de su discurso de enero de 2012, tras el rotundo triunfo de octubre de 2011. 

   Y precisamente, hoy, a pocas horas de cerrados los resultados electorales, estamos frente a un escenario semejante. Tanto, que los historiadores volverán, en algunos años, a evaluar el 15 de noviembre de 2021 en términos de ¿qué hubiera pasado si….?

   La respuesta a esa pregunta, tanto hoy como en el futuro, es imposible. Pero hay pistas. Algunas, muy recientes: la reacción de los mercados a un visiblemente enojado Maurico Macri post derrota en las PASO de 2019 fue una corrida contra el peso, y la realidad demostró que no haber modificado el rumbo en 2011, tras la victoria aplastante del kirchnerismo, fue una mala idea para la economía nacional. 

   Tanto, que el propio premio Nóbel de Economía Paul Krugman, varias veces ponderado por el kirchnerismo por sus loas a la política económica de Néstor, lo sintetizó en un “el problema de Argentina es que fue heterodoxo durante demasiado tiempo”. 

   Es que, como reza el saber popular, el que se enoja, pierde y no cambiar a tiempo puede traer varios dolores de cabeza. 

   ¿Y cuáles son las cuestiones que exigen un cambio de rumbo? Por un lado, el problema de la deuda, ya que si la propuesta del Gobierno va más por el lado de la radicalización o el enojo adolescente (“no vamos a pagar nada”) que por el de la negociación inteligente, la respuesta previsible será un mayor malestar para la economía nacional: si se repudia la deuda con el Fondo, ¿permitirían los países que lo integran la indispensable importación de piezas y bienes de capital que la industria nacional necesita para funcionar? 

   La respuesta es muy simple: en un mundo donde predominan las cadenas globales de valor y un producto o servicio se produce con la integración de las partes que fabrican empresas diseminadas a lo largo del globo, luce totalmente irracional esperar que un no arreglo con el Fondo pueda ser algo bueno para la economía.

   Tanto, como esperar que una emisión monetaria de casi 3% del PBI, con gente que desea tirar los pesos por la ventana y que los conserva cada vez por menos tiempo y únicamente gracias a un cepo cambiario que se cierra cada día más, no genere una mayor inflación. 

   La respuesta a los desafíos planteados no puede ser ni el enojo ni la irracionalidad. Cada crisis económica genera pisos de pobreza de los cuales difícilmente se puede bajar. Es bueno que la clase política lo sepa.