Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Otra semana demasiado complicada para Alberto

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   El presidente, dicen y repiten a su lado, tiene claro cuáles son las prioridades de su gestión. Se ha dicho y repetido, pero vale la pena refrescarlos: acordar con el FMI  en abril para recuperar confianza externa, vencer en la batalla contra el coronavirus, reactivar la economía, doblegar el potro de la inflación con la mirada clavada en las elecciones de octubre, y avanzar con los aspectos centrales de la profunda reforma judicial que propicia.

   Lo que a Alberto Fernández no le queda tan claro, y ha despotricado seguido en los últimos días delante de su grupo más cercano, es la razón por la que buena parte del tiempo tiene que andar aclarando aquí y allá sobre cuestiones de comandos tan remanidas a estas alturas, o sobre si tal o cual proyecto es de su autoría o se lo han impuesto desde otro lado, cuando no renegar con varios de sus funcionarios o con declaraciones imprudentes de dirigentes del palo que son verdaderos despropósitos.

   La pasada ha sido una semana complicada para el Presidente y en general para el Gobierno. En medio de un escenario dominado por la indomable pandemia, las marchas atrás -una vez más- en temas como en el cierre de las exportaciones de maíz y la insólita propuesta de Carla Vizzotti de vacunar a más gente en vez de dar una segunda dosis a los ya vacunados, cuando se sabe, y ella debería ser la primera en no desconocerlo, que las dos dosis de la vacuna rusa Sputnik V no son iguales, son distintas. La segunda dosis complementa la primera. 

   “El Presidente se enojó mucho. Ella no puede cometer ese error, agrega confusión en medio de la confusión”, dijo uno de los voceros que tiene claro un detalle: Vizzotti responde como funcionaria al presidente, pero sus preferencias ideológicas están al lado de Cristina Fernández.

   En el caso del conflicto con el campo -que algunos sectores interesados quieren emparentar con aquella otra batalla de 2008 por la Resolución 125, aunque en nada se le parezca- cerca del presidente aseguran que bramó varias veces frente a un escenario que no le cierra: “¿Por qué cerramos lo que dos días después terminamos abriendo si se sabía de antemano que con 3 millones de toneladas, sobre un stock de 8 millones de toneladas, asegurábamos el abastecimiento interno?", se preguntó un funcionario del albertismo que conoce esas rabietas del mandatario. 

   Dicen en la Casa Rosada que muchas miradas se dirigen hacia el ministro de Agricultura, Lui Basterra, porque al parecer hizo bastante menos de lo que estaba en sus manos para evitar ese nuevo tropiezo del Presidente.

   El punteo de la semana le deparó otra mala noticia a Alberto Fernández que fue el crecimiento de la inflación en diciembre, que alcanzó el 4 % y redondeó un 36,21 % para todo 2020. No es que el dato de un salto de la inflación no haya sido prevista por el Ministerio de Economía. El problema es que condiciona directamente las proyecciones para el año: según varios estudios privados el alza de precios rondaría el 50 %, mientras los planes de Martin Guzmán suponen que no superará el 30 %. En consonancia, vale añadir, con las conversaciones que mantiene con los funcionarios del FMI para lograr cerrar un acuerdo en abril sobre bases sólidas. Hay 20 puntos de diferencia entre una proyección, la privada, y la pública. “Alguien está haciendo mal los cálculos”, sospechan en la Casa Rosada.

   El exabrupto de la diputada ultracristinista Fernanda Vallejos, que dijo que el país “tiene la maldición de las exportaciones”, siendo que 7 de cada 10 dólares que ingresan al fisco provienen de las ventas al exterior, no cayó bien en el entorno presidencial y se dice que en el propio Alberto. Consideran que la de Vallejos es claramente una declaración “más ideologizada que política propiamente dicha”, porque lisa y llanamente es como “patear el propio nido”, según definición de uno de los quejosos. 

   “Es de economía de primer año, exportar genera ingresos de divisas y cientos de miles de puestos de trabajo directos o indirectos, hay que preguntarse si es necesario escuchar declaraciones de ese tipo, o cuál es la necesidad en medio de tantos frentes abiertos que tenemos”, se quejó otro confidente del albertismo.

   A la par, el caso Vizzotti -pero antes el patinazo de Victoria Donda, que le provocó al Presidente otro disgusto- repuso sobre el cierre de la semana el tema de los cambios de gabinete. Otra vez la presión del cristinismo sobre Matías Kulfas y Paula Español, pero también la mirada del propio Alberto sobre algunos de sus ministros, un tema que estaba larvado, pero no olvidado. Se sabe que tienen boleto de salida de sus cargos Felipe Sola y Ginés González García. Que el presidente reprueba que el ministro Nicolás Trotta haya sido prácticamente “entornado” por los gremios docentes, que son los que decidirán cuando comienzan las clases.

   Da vueltas por allí un dato firme: Alberto no hace cambios porque supone que esas vacantes serán cubiertas por el Instituto Patria. Le pasó con Fernanda Raverta (La Cámpora), reemplazante de Alejandro Vanoli en la Anses, y con el ultracristinista Jorge Ferraresi, quien ingresó al Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat en lugar de María Eugenia Bielsa. Frente a ese panorama, pragmático, Alberto prefiere seguir como está, al menos hasta que el panorama aclare un poco más.

    El viernes el Presidente tuvo su revancha: presentó como una victoria personal la sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, una de sus promesas de campaña. “Cumplí con mi palabra”, pudo ufanarse esa vez.