Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Alberto y la dura faena para recuperar protagonismo

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   El Presidente se muestra dispuesto a redoblar la fortaleza de los ejes de su discurso. Como se sabe, fuertemente cuestionado desde la oposición, pero también del ciudadano común que se expresa en las encuestas y que marca una larga curva descendente en la imagen si se la compara con las elevadas consideraciones que cosechaba allá por marzo o abril, en el arranque de la lucha contra la pandemia de coronavirus.

   No sería ése el único eje sobre el cual el Presidente busca pivotear para mantener a salvo su discurso. Se trataría más bien, dicen a sus costados, de una jugada a dos puntas. La primera, la ya apuntada de imponerse desde la palabra a quienes  -en su óptica y en general en la de todo su gabinete- lo atacan para desgastarlo. Habría en segundo término en esos afanes la búsqueda de reafirmar principios de autoridad interna que claramente estarían siendo cuestionados. 

   No es solo la cantinela que creció en estos meses sobre dónde está el verdadero eje del poder en el gobierno del Frente de Todos. Si en la Casa Rosada y Olivos, pandemia mediante, o en la presidencia del Senado.  

   Fernández machaca ante sus íntimos con la idea de que necesita reforzar la mirada, y lanzarla al ruedo en modo de mensaje político, de que está haciendo lo correcto. En esa línea hay que leer las afirmaciones del jefe de Estado en al menos dos o tres actos de los últimos en los que participó de manera presencial o virtual. “Estoy cumpliendo cada una de las cosas que dije que venía a hacer”, reafirma en función de esa estrategia de sostener el discurso y además tornarlo creíble. 

   El archivo de estos nueve meses largos no lo ayuda y las recurrentes contradicciones en las que ha incurrido el discurso albertista permite poner en algún grado de duda al menos el propósito presidencial. Nadie dudaría seriamente sobre la intención sino de su posterior aplicación en los hechos. Nadie, al fin, le negaría al Presidente la sinceridad de su planteo. Otra cosa es que factores externos pero también internos le permitan convertir deseo en realidad.

   Muestra de un mismo botón son los esfuerzos para reafirmar autoridad interna dentro de su gabinete. La relación con Cristina y el grado mayor o menor de autonomía que le adjudican según desde que vereda se mire, cabe insistir, es otro tema. Pero para empezar el Presidente siente que necesita reafirmar el camino y que sus decisiones van en el camino correcto. 

   El caso más puntual de ese casi ¿desafío? a la autoridad que Alberto pretende restaurar es la diferencia mayúscula que hubo entre Martín Guzmán y Miguel Pesce en torno al endurecimiento del cepo al dólar. El ministro rechazaba y todavía lo hace ese mecanismo para evitar que los ciudadanos compren u$s 200 por mes en sus cuentas bancarias mientras la máxima autoridad monetaria aseguraba lo contrario: que si no endurecía en semanas o un par de meses a lo sumo el país se quedaría sin reservas líquidas.

   La resolución de ese conflicto tal vez sea, por estas horas en los que se amontonan infinidad de otros problemas a las puertas del despacho presidencial, la piedra que más molesta en su zapato.  Es que Alberto, como ya se sabe, laudó a favor del titular del Banco Central y provocó un miniterremoto interno. Otra vez y a la par, en lo que parece ser a estas alturas una falla de fábrica del albertismo, sin una adecuada apoyatura de comunicación.

   El mandatario buscó esta vez salir como pudo de la encerrona y de allí su propuesta más novedosa que consiste en aconsejarle a los argentinos que ahorren en pesos y no en dólares. Una idea que obviamente tiene tantos adeptos en la propia tropa como detractores en el otro lado de la grieta. Y que Santiago Cafiero reforzó luego al sostener que el afán de los ciudadanos por ahorrar billetes verdes es “una punción cultural” y no una consecuencia de la depreciación a niveles paupérrimos del peso.

   Hay una segunda estrategia que el Presidente buscaría poner en marcha y de la que esperaría salir fortalecido, que se codea con la manifestación que la CGT planea llevar a cabo el 17 de octubre.  Alberto buscará que ese día se muestre un respaldo no solo de los dirigentes sindicales sino también de gobernadores, intendentes y legisladores, además claro del variopinto arco peronista. 

   ¿Cuál sería la razón central de esa demostración en la que ya se ha confirmado que será el orador central? “Mostrar musculatura”, dicen entusiasmados a su lado. Basados en una impresión que tiene el innegable sello albertista: el convencimiento de que el Presidente es víctima de ataques a su investidura de parte de la oposición y de algunos medios de comunicación, aunque también de actores internos muy puntuales, que buscarían mostrar un generalizado descontento contra su gestión. Tanto desde la política pura y dura, como desde el ciudadano de a pie montado en un hartazgo social por la pandemia y el derrumbe de la economía.

   Son esos sectores y actores a los que Alberto llamó esta semana “extremistas” o “irracionales”, sin detenerse a diferenciar demasiado entre quienes está convencido que “trabajan” para terminar de pintar aquel escenario. Toda una novedad constituiría un dato fresco que surge de los mismos costados presidenciales y que sonaba impensado hasta hace un mes atrás: el Presidente sospecha que Horacio Rodríguez Larreta entró en esa “variante desestabilizadora”.

   También barrunta que el Instituto Patria es a veces una “usina” desde la que no se defiende precisamente la imagen del presidente “fuerte” que busca afanosamente construir.