Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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San Martín, el protector del Perú

Culminada la ofensiva militar en el Perú y habiendo tomado Lima, un solo hombre estaba en situación de fundar un Estado y, a la vez, continuar la guerra de independencia. A diferencia de lo sucedido en Chile –donde existía un líder de talla, Bernardo O´Higgins–, esta vez San Martín aceptó gobernar.

Ricardo de Titto / Especial para “La Nueva.”

   Partiendo desde Chile, el 20 de agosto de 1820 las fuerzas del Ejército Unido -ex “Ejército de los Andes”- se hacen a la mar. Thomas Cochrane es el jefe de la Escuadra, Gregorio Las Heras, el Jefe de Estado Mayor del ejército. Son ocho naves de guerra y varias lanchas cañoneras que transportan casi seis mil hombres entre oficiales y tropa, 4.300 terrestres y 1.600 navales. Cargaba además 800 caballos, miles de cajones de municiones y equipo para artillería. Los jefes de división son Juan Antonio Álvarez de Arenales y Toribio Luzuriaga; los secretarios administrativos, García del Molino, Monteagudo y Dionisio Vizcarra, y hay varios jefes de regimiento: Conde, Alvarado, Necochea, Martínez, Deza y Luna, de los argentinos. También participan, con otras responsabilidades, el doctor Paroissien, Guido y Álvarez Jonte. La división argentina totalizaba 14 jefes, 120 oficiales y 2.213 hombres de tropa, la chilena, 9 jefes, 153 oficiales y 1.805 de tropa.

   La escuadra se constituye con los navíos San Martín, O’Higgins, Lautaro, Independencia, Galvarino, Araucano, Pueyrredón y Montezuma, ordenados por tonelaje y armamento en cañones mientras que el transporte de las fuerzas expedicionarias se organiza con trece naves en su mayoría apresadas a los españoles, entre las que figuran la Consecuencia, la Emprendedora, la Mackenna, la Santa Rosa, la Peruana y la Argentina. El almirante Cochrane, montando la O’Higgins lleva la vanguardia, el Estado Mayor viaja en el San Martín que, cierra la marcha enarbolando la enseña del generalísimo.

   Para San Martín la empresa es la razón de su vida. Ya les había proclamado su visión a los peruanos en 1818: “los anales del mundo no conocen revolución más santa en su fin, más necesaria a los hombres, ni más augusta por la reunión de tantas voluntades y brazos”.

Desembarco en El Callao y campaña de la Sierra

   En la mañana del 8 de septiembre la primera división del ejército libertador del Perú mandada por Las Heras desembarcó en las arenosas playas de la bahía de Paracas y cinco días después completan el descenso todas las fuerzas terrestres que acampan en el valle de Chincha, 250 kilómetros al sur de Lima. En el fuerte de la villa de Pisco se establece el cuartel general.

   Allí el Virrey del Perú ha dispuesto la presencia de una división de 500 infantes y 100 jinetes con dos piezas de artillería, al mando del coronel Manuel Quimper. El solo amago del desembarco los puso en fuga. San Martín orienta la acción política de sus soldados: “Ya hemos llegado al lugar de nuestro destino, y solo falta que el valor consume la obra de la constancia. Acordaos que vuestro gran deber es consolar a la América, y que no venís a hacer conquistas sino a libertar pueblos. Los peruanos son nuestros hermanos: abrazadlos y respetad sus derechos como respetasteis los de los chilenos después de Chacabuco.”

   Se cuenta que la actitud de Pezuela al notificarse del desembarco fue despreciativa: “A cada puerco le llega su San Martín”, exclamó jactancioso. En realidad, estaba en uno de sus peores momentos políticos porque, por orden de Fernando VII,  debía hacer jurar la Constitución española hechas por las Cortes de Cádiz en 1812, cuyos aspectos liberales él repudiaba. 

   El ejército libertador toma posiciones defensivas y realiza algunas acciones menores con el objetivo de confundir al enemigo. Arenales marcha hacia Ica y promueve el levantamiento de los habitantes locales. Con el objetivo de ganar tiempo –aspecto que también interesa a San Martín– el Virrey envía parlamentarios con los que se acuerda un armisticio. Así, el 26 de septiembre, se concreta el acuerdo de Miraflores.

   Al mes siguiente San Martín siente confianza para iniciar una ofensiva. Arenales toma el camino de la Sierra, por la cordillera mientras él asciende por la costa. El 30 de octubre desembarca en Ancón, 36 kilómetros al norte de Lima pero, acosado por fuerzas realistas, decidió reembarcarse para avanzar un poco más de cien kilómetros; desde allí comenzó una intensa campaña política para sublevar a los pueblos peruanos. 

  Un capitán de granaderos, que ya se había destacado en los combates de Chile, se convierte en una pieza vital para el avance de las tropas de Arenales en la campaña de la Sierra. Se trata de Juan Galo Lavalle, que con un arrojo y valentía que lo distinguirán, logra dos importantes triunfos en Nazca y en la Cuesta de Jauja, el 9 de noviembre. Abierto el camino, las fuerzas de Arenales el 6 de diciembre se enfrentaron en Pasco con una fuerte división realista a las órdenes del general O’Reylli. A pesar del mortífero fuego de artillería realista, los recios ataques del batallón Nº 2 de Chile, del Nº 11 de los Andes y las intrépidas cargas de Lavalle con los Granaderos y  los Cazadores a Caballo permitieron a los americanos un triunfo completo. Las bajas españolas ascendieron a 41 muertos, 15 heridos y 320 prisioneros, entre los que estuvo el propio general O’Reylli, mientras que los americanos solo perdieron a 5 hombres y tuvieron 12 heridos y conquistaron 2 piezas de artillería y 360 fusiles, el parque y la caja militar. Conquistado Pasco, el ejército de Arenales estaba, en paralelo, a la misma latitud que el de San Martín.

   Luego de su exitosa campaña, la división de la Sierra se reúne con el ejército principal el 8 de enero de 1821. Los realistas, al mando del general Mariano Ricafort, también abandonan la sierra y se dirigen a Lima.

Cambio en la conducción realista

   Cochrane es un hombre de agallas y, a veces, actúa de modo imprevisto. En la bahía del Callao permanecía buena parte de la flota española: una fragata, una corbeta, 2 goletas, 2 bergantines y 3 buques mercantes armados en guerra. El 5 de noviembre de 1820 el almirante inglés ordena a varios de sus barcos retirarse mar adentro simulando levantar el bloqueo del puerto. Los españoles educen su vigilancia y la nave capitana es tomada por asalto por 14 botes de la marina dirigidos por el mismo Cochrane. y el capitán Martin George Guise. La operación de captura infringió 160 bajas españolas y costó 40 americanas. La fragata La Esmeralda se incorporó a la escuadra chilena y pasó a llamarse Valdivia.

   Los éxitos patriotas abrieron fisuras políticas en el enemigo. El coronel peruano Andrés Santa Cruz y el coronel colombiano Tomás Heres, con su caballería y el regimiento Numancia, se pasan a los americanos. En Guayaquil se subleva la guarnición y declara la independencia de la provincia. La intendencia de Trujillo, dirigida por el general marqués José Bernardo de Torre-Tagle también se subleva a fines de 1820 y así se suma a la causa libertadora toda la zona peruana septentrional.

   El virrey Pezuela, a pesar de sostener una fuerza de 7.000 hombres, muy superior a las de San Martín y Cochrane, no puede sostenerse ante el cerco tendido por mar y por tierra y por las crecientes adhesiones populares a la revolución. El virrey evidencia incompetencia para la guerra y los dos jefes militares, el jefe del ejército José de la Serna y el jefe del estado mayor José Canterac, ambos integrantes de una logia liberal, lo deponen el 29 de enero. La Serna es electo como nuevo virrey y promueve inmediatas tratativas de paz. En febrero de 1821 se realiza una conferencia en Torre Blanca pero los términos de La Serna –jurar la constitución de 1812 y participación en las Cortes– resultan inaceptables para los patriotas cuya condición básica es que se declare la independencia. San Martín, por su lado, se entrevista con el comisionado real Manuel de Abreu y le propone firmar un largo armisticio sobre la base de la independencia del Perú y la instauración de un régimen monárquico coronando a un infante de la Casa de Borbón. Abreu interesa a La Serna y se inician las tratativas en Punchauca, cerca de Lima. Los delegados patriotas son Tomás Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Rosa.

   El mes de mayo pasa así sin avances en las negociaciones. Ante ello, San Martín forzó una reunión personal con La Serna, el 2 de junio, donde realizó una audaz propuesta: declarar la independencia del Perú nombrando una regencia presidida por La Serna con dos coregentes o vocales, designados por ambas partes, hasta la llegada de un príncipe que encabezaría una monarquía constitucional. Además, los dos ejércitos se unirían en un solo para respaldar el convenio.

Expedición y armisticio

   La Serna fue seducido por la propuesta pero la oficialidad española la rechazó por completo. Los realistas, entretanto, lograron tomar posiciones en la Sierra pero San Martín ordenó un doble avance, de Arenales de norte a sur y de Miller sobre la costa, para cerrar los caminos realistas. La operación del teniente coronel Miller, hecha en conjunto con Cochrane, se inició el 13 de marzo y es conocida como “expedición de los puertos intermedios”. Entre mayo y junio –el 12 se firmó el armisticio de Punchauca que paralizó las acciones– logró tomar posiciones en el sur peruano. Pero, lo más importante es que desorientó a los realistas que creyeron que se preparaba una gran ofensiva hacia el Alto Perú, lo que permitió que Arenales avanzara en la Sierra casi sin encontrar dificultades. El 6 de julio La Serna abandona Lima al expirar los plazos de Punchauca y deja en la ciudad al marqués de Montemira para que haga la entrega al Libertador y encomienda a la generosidad de San Martín el cuidado de los muchos enfermos y heridos que permanecen en los hospitales limeños.

El príncipe que no fue 

   Las Provincias Unidas de Sudamérica, el mandato del 9 de julio de 1816, se sustantiva con el ingreso de San Martín en Lima, exactamente cinco años después. San Martín no quiere entrar como “conquistador” sino como “libertador” y esperó a las puertas de la ciudad hasta que una comisión lo invitara a entrar en ella nombrándolo Protector de Lima. El 9 las tropas son aclamadas y el 10 a la noche, con sigilo, entra San Martín evitando homenajes. El Protector toma las primeras medidas: reapertura del comercio, restablecimiento de los tribunales judiciales vigentes siempre que con contradijeran el nuevo orden, prohibición de perseguir a la numerosa población española, reemplazo de los símbolos reales por un Escudo Nacional. El 14 de julio una Junta de Notables limeños se expresa a favor de declarar la independencia. La Jura y proclama se hace el 28 con gran fervor popular. San Martín, desde un tablado levantado en la Plaza Mayor, despliega la bandera creada en Pisco y declara: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y de la justicia de la causa, que Dios defiende”.

   ¿Quién gobernaría el nuevo Estado? No había un partido revolucionario, no había un caudillo respetado por el pueblo y, además, la mitad del territorio seguía ocupada por los realistas. Esta vez San Martín acepta gobernar y el 3 de agosto asume como Protector del Perú. En el acto consagra el ideal americanista: obtener la “fraternidad y unión sincera con la nación chilena y una constante resolución de auxiliar a los demás pueblos libres de la América, para que prevalezca en ellos la libertad y el orden”.