Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Al Gobierno le llegó la hora de “humanizar” la cuarentena

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   De algún modo, y por aquello de que bien vale un pan duro en medio de la miseria, el Gobierno celebró por segunda vez en poco más de una semana un anuncio que suena a maná llovido del cielo, como es la decisión de la Universidad de Oxford, en asociación con laboratorios nacionales y filántropos argentinos y mexicanos, de producir en el país una vacuna contra el coronavirus que podría empezar a aplicarse a los grupos de riesgo, en una primera etapa, a mediados del primer semestre de 2021.

   El Gobierno, hay que decirlo, acumula optimismo allí donde se puede. Venía de celebrar con bombos y platillos la semana anterior el acuerdo con los bonistas extranjeros, que no solo despeja de malezas el futuro de la otra gran negociación que se viene que es la deuda con el FMI que contrajo la gestión de Mauricio Macri, sino que también le otorga al país un horizonte de previsibilidad frente a potenciales inversores, y despeja el panorama de pagos de la deuda hasta fines de 2027. 

   El anuncio del miércoles no es menor ni mucho menos, sin entrar a profundizar en el impacto que produjo el hecho en el oficialismo y en particular en el presidente Alberto Fernández, en especial cuando ya aparecen algunos cuestionamientos a “la paternidad” del Gobierno sobre este extraordinario paso. Porque se produce en medio de otro hecho significativo como es el alargamiento apenas con retoques mínimos de la larguísima cuarentena que se inició el 20 de marzo pasado.

   Sonaba razonable el entusiasmo en la palabra presidencial al realizar el anuncio, aun cuando ya se sabe que el emprendimiento es absolutamente privado entre aquella universidad inglesa y los laboratorios, que financiarán “a riesgo” las fundaciones del argentino Hugo Sigman y del mexicano Carlos Slim.  

   El Gobierno estaba necesitando de una buena noticia, y de hecho esta lo es, cuando el sostenimiento de la cuarentena en buena parte del país, pero con eje en el AMBA, empezaba a ser cuestionada hasta en algunos nichos del Frente de Todos, aunque es cierto que en otros hasta se clamó esta semana por volver a Fase 1 ante el dramático crecimiento del número de contagiados y fallecidos.

   De hecho, por primera vez durante esta larguísima saga el equipo de infectólogos que asesora al presidente le pidió “aflojar” con las presiones, a punto tal que se le recomendó en lo posible “borrar” de su léxico la palabra cuarentena. En boca de uno de los médicos que integran ese grupo de especialistas, llegó la hora de “humanizar”  la cuarentena. 

   Por caso, permitir a familiares despedirse de sus seres queridos o mayor solidaridad con médicos y enfermeros.  Sin relajarse, es necesario esquivar ese tipo de definiciones emparentadas directamente con la expresión del hartazgo social que se vuelca en todas las encuestas. Y en todo caso, como empezó a hacerlo Alberto cuando anunció la producción local de aquella vacuna, apelar a la responsabilidad ciudadana. 

   El Estado pasaría a ser el “gran rector” del encierro ciudadano administrado, hasta donde sea que deba ser extendido. Pero desde ahora serán los ciudadanos los que a la vez deberán afrontar sus propios riesgos si no asumen que quedarse en sus casas en aislamiento es por ahora y hasta tanto haya una vacuna, el único remedio para no contagiarse.

   No es casual ese giro y hay elementos a la mano que no tenían, hasta ahora, antecedentes dentro del equipo de especialistas. Se trata de la inclusión de psiquiatras, psicólogos, sociólogos y otros profesionales de la salud no necesariamente vinculados a la infectología. 

   No solo profesionales independientes sino reportes elaborados por encargo del Gobierno comenzaron a alertar días atrás sobre las “otras pandemias” que vienen creciendo a la par del largo encierro social como depresión, miedos, tristeza, desesperación por el futuro incierto y tendencias al aumento de consumo de comidas, bebidas y tranquilizantes. 

   Por citar un ejemplo, el neurocientífico Facundo Manes, muy respetado en el Gobierno, alertó esta semana sobre uno esos factores contraproducentes. “No podemos tener una cuarentena eterna porque ocho de cada diez jóvenes están sufriendo de depresión”, dijo el profesional en línea directa con quienes sostienen la necesidad de “empezar a entregar horizontes temporales precisos ” para el fin de este largo proceso.

   En medio de esos enjuagues, el presidente Fernández una vez más se ha visto obligado a mediar entre las posiciones de Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. El gobernador tiene sobre sus espaldas todo el peso de una pandemia que se expande en su territorio y le impide pensar por ahora en flexibilizar nada, en especial por el reclamo de intendentes propios y ajenos sobre los peligros de un desmadre sanitario y económico en sus territorios. 

   El alcalde porteño tiene a la vista algunas cartas para jugar por contar con mejores datos de una curva que se ameseta mucho más que la de su vecino. Larreta carga en todo caso con otra cruz, que es la creciente presión del ala dura del macrismo para que se despegue de Fernández y muestre un poco más de dureza frente a los constantes ataques que recibe de parte del gabinete bonaerense, en especial de la dupla Gollán-Kreplak que parecen hacerlo responsable de sus propios males.

   Todo seguirá igual por las próximas dos semanas. Pero si hubo un cambio fue el repliegue a que se vio obligado el presidente por consejo de su equipo médico, que cree que la altísima sensibilidad social aconseja por ahora guardar el “botón rojo” de una drástica vuelta atrás.