Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Alberto y el dilema shakespeariano de ser o no ser…

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

NA y Archivo La Nueva.

   Un funcionario que suele mantener calma discursiva en medio de tanta tormenta sanitaria, económica y política, reconocía en medio de esa navegación turbulenta que sabían que las tensiones internas en algún momento iban a florecer. Lo que no imaginaba, confiesa, es que fuese tan temprano. A apenas siete meses de haber asumido el poder. Para ponerlo desde un plano más directo, quienes desde el arranque de esta historia estuvieron junto a Alberto Fernández, es decir desde aquel 18 de mayo de 2019 cuando a través de las redes sociales Cristina Fernández anunció que sería su candidato a presidente, entendieron que se sumaban a un frente donde no todos, ni mucho menos, pensaban igual.

   Para justificar las andanadas de fuego amigo que otra vez el presidente ha tenido que sufrir durante la última semana, en sus alrededores sostienen que cohabitar una coalición con otros pensamientos aunque se trate de un mismo origen partidario histórico, por caso kirchneristas, cristinistas puros, albertistas incipientes, peronistas federales o históricos, de centro derecha o de centro izquierda, es complicado. Por no decir un difícil equilibrio de ejercicio diario, como se ha visto en estos días.

   Para algunos observadores cercanos al gobierno, la irrupción de la pandemia de coronavirus a mediados de marzo distorsionó los límites, y los contenidos políticos, de la variopinta alianza peronista que se encolumnó tras el sello del Frente de Todos. “Alberto sabía quién era la jefa del espacio que nos convocaba y lo sigue sabiendo ahora, lo demás son matices o desubicaciones propias de un gobierno donde no todos pensamos de la misma manera”, refleja aquel funcionario para separar los tantos.

   Ocurre que en medio de la pandemia pasaron cosas, que de a poco fueron instalando en el escenario político y en el ciudadano de a pie la idea de que Alberto es una especie de delegado de Cristina en el Sillón de Rivadavia. Que se trataría más bien para gusto y paladar de los quejosos de un “régimen vicepresidencialista” donde el que lleva la lapicera, que en lo formal es obviamente el presidente, no es el que toma las decisiones. O no tiene toda la autonomía que desearía --y hasta tal vez estaría buscando-- a la hora de plantear las columnas centrales de la gestión.

   Ya se ha dicho que Alberto buscaría mostrarse como un dirigente moderado y alejado de los extremos duros y guerreadores que encarnan Cristina y Mauricio Macri. Lo hizo con gestos en esa dirección mientras la vicepresidente y el ex presidente se dedicaban a profundizar la grieta que los divide y que divide cada vez más duramente a quienes toman partido detrás de una o del otro.

   Fue, por citar dos hitos emblemáticos, aunque las acechanzas más internas que desde la oposición no decrecieron, cuando pidió dar vuelta la página de la historia de las relaciones con las fuerzas armadas. Eso ocurrió el 21 de febrero pasado, un mes antes de que lo peor de la pandemia irrumpiera en la escena. Más atrás, el 14 de enero, había empezado a cargar las tintas y a complicar la convivencia con su jefa cuando dijo que a su juicio en el país no había presos políticos en referencia a los ex funcionarios kirchneristas detenidos por decisión de los jueces, acusados de corrupción.

   En medio de esos enjuagues, el presidente tuvo que empezar a escuchar voces que le marcaban la cancha y sostenían que el único liderazgo político del Frente de Todos es el que ostenta Cristina. Sergio Berni, Aníbal Fernández, Julio De Vido, Juan Grabois, dirigentes de derechos humanos, y referentes sociales fueron algunos ejemplos en aquel entonces. Todos ellos, a no dudarlo, siguen pensando igual.

   Todo se disparó en los últimos días al calor de las tensiones por la pandemia pero también de las idas y vueltas del presidente. El caso Vicentín fue quizá el catalizador de esas tensiones. El presidente asistió al anuncio de una senadora mendocina ultracristinista sobre la expropiación de la empresa santafecina, para finalmente admitir que se equivocó. Lo que ha habilitado algunas reflexiones sobre ese “ser o no ser shakespeariano” que parece por momentos atrapar al presidente.

   Dicen que el presidente buscaría dotar de una impronta personal, alejada de fanatismos, a su gestión. El tema es que a veces no lo dejan. La furiosa carta con la que Hebe de Bonafini le reprochó haberse rodeado de empresarios en el acto del Día de la Independencia mereció de su parte una respuesta que mucho se pareció a un pedido de disculpas. Pocos dudaron, con data o por simple deducción, que Cristina estuvo directamente detrás de esa queja de la dirigente. Del mismo modo que parece haber ocurrido en el último capítulo de esas idas y venidas en torno a la posición del gobierno argentino sobre Venezuela.

   Oficialmente el representante ante la ONU, Federico Villegas Beltrán, condenó las violaciones a los derechos humanos del gobierno bolivariano. Una posición que avaló el canciller Felipe Solá. De nuevo, menos de 24 horas después Fernández debió salir a dar explicaciones y asegurar que apoya al presidente Maduro. Primero tuvo que llamar al programa de Víctor Hugo Morales para aclarar, luego que el periodista dijera que sentía ”vergüenza” por la posición argentina. Sergio Massa cerró la zaga blandiendo su vieja posición: dijo que en Venezuela hay una dictadura.

   Hay un hecho palpable que no dejó de llamar la atención. En medio de aquellos disparos de fuego amigo, el peronismo hizo mutis por el foro. Hubo un solitario defensor frente a las embestidas. Fue Agustín Rossi, que dijo que “hay que bancar” al presidente. ¿Bancarlo ante quién? Pistas: En el Instituto Patria deslizan ante sus visitantes que “desde siempre” advirtieron que si el gobierno “desviaba el rumbo” lo saldrían a criticar.

   “No aprendemos más, le hacemos el juego al macrismo, mientras ellos se pelean los que salimos en los diarios somos nosotros…” reflexionó con amargura aquel hombre calmo.