Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Josefina Giglio: "Escribir la propia infancia hizo que las cosas fueran menos dramáticas"

En su primera novela, Yo la quise, la investigadora y periodista se desliza por los bordes de la memoria y la ficción para reconstruir la historia de su mamá, Vibel Cazalas, desaparecida durante la última dictadura cívico militar.

Foto: La Voz del Pueblo

   En su primera novela, Yo la quise, la investigadora y periodista Josefina Giglio se desliza por los bordes de la memoria y la ficción para reconstruir la historia de su mamá, Vibel Cazalas, desaparecida durante la última dictadura cívico militar, a partir de recuerdos propios y de testimonios de otras personas que la conocieron, como el escritor Ricardo Piglia, que le permitió imaginar otros pliegues sobre esa vida.

   Josefina tenía siete años, estaba en bombacha porque era una noche de verano cuando un grupo de de tareas irrumpió en la casa donde vivían y secuestraron a su mamá; una vecina de enfrente la alojó esa noche junto a su hermano bebé. Hacía tiempo también se habían llevado a su papá, Carlos Alberto Giglio.

   Josefina Giglio nació en La Plata en 1970 y es periodista, docente e investigadora. Formó parte del grupo fundador de H.I.J.O.S, la agrupación por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio y Yo la quise (Edulp) compone un testimonio literario coral, también luminoso, sobre una etapa plagada de oscuridad y dolor en la memoria del país y en su propia historia.

   —T: Es una ficción enlazada a tu biografía ¿podría decirse que es un libro que estás escribiendo hace mucho tiempo?

   —Josefina Giglio: Tenía muchos datos de lo que había pasado con mis padres, pero siempre te queda la sensación de que es una imagen que no vas a poder recomponer nunca. ¿Quién puede decirme que tiene o que sabe toda la verdad de lo que sucedió? Ese no saber qué pasó también te inmoviliza o paraliza. Pensarlo, ponerle verbo, acción, palabras, hace que sea más real. Y que deje de ser una fantasía, la fantasía siempre es peor que la realidad... Quería escribir una historia, quería contar lo que me había pasado pero también quería contar lo que yo imaginaba que pudo haber pasado.

   —T: Y ¿cómo es hacer ficción con tu propia historia?

   —J.G: No es lo mismo el testimonio ante sede Judicial que ante un periodista. No es lo mismo la primera vez que lo contás para que se dé a conocer un delito que cuando das testimonio para que no se olvide. El juicio por la desaparición de mi mamá hizo que empezara a preocuparme por estructurar mi testimonio. Yo fui testigo del momento en que se la llevaron, así que sentía una carga muy grande y si llegué hasta acá es para poder dar testimonio de lo que pasó y que los culpables vayan a la cárcel.

   Pero además quería un testimonio más completo, que diera cuenta de la militancia de mis viejos, pero también del golpe tremendo que fue su desaparición para mis abuelos, para toda la familia. De lo que significa para alguien como mi abuelo —viejo militante radical, republicano, demócrata hasta el tuétano— que el Ejército que él admiraba hubiera secuestrado y asesinado a su hija y a su yerno. Un testimonio de la ruptura social que significó la desaparición de personas..

   Cuando terminé de declarar y vino la sentencia, el alivio fue enorme. Y ahí sentí la necesidad de dar otra vuelta de rosca con la historia. Quise contar un cuento, algo que tiene mucho de verdad y también mucho de imaginación. Una forma de liberarme también de la historia.

   —T: El libro se estructura a partir de distintos narradores. ¿Ponerte en la voz de Vibel supuso operaciones diferentes a las reconstrucciones que hiciste como hija, por fuera de la literatura?

   —J.G: Primero estuvo presente la estudiante brillante, perfecta que ella fue, luego la militante y la profesional; tardé mucho en llegar a mi madre como mujer, como mamá clandestina escapando con dos chicos, tardé mucho en encontrarme con su humanidad. Los cuentos que uno tiene son los familiares, entonces cuesta conocer o imaginar a tus padres en esos años de formación, la facultad, la militancia, el comienzo de todo. Estuve un año leyendo todo lo que encontraba sobre maoísmo porque el partido de mis viejos era de esa tendencia. Leí, leí, leí. hasta que me dí cuenta de que ahí no estaba lo que yo quería encontrar de mi madre.

   Hay algo doblemente perverso en la figura del desaparecido: es un delito que no cesa —sigue sucediendo en la medida en que no hay un fin, no encontrás ese cuerpo— y a la vez quedás en manos de la fantasía más espantosa: qué le hicieron, qué hicieron antes de desaparecerlo, qué dolores y violencias le infligieron a su cuerpo. Yo no quería revivir el cuerpo desaparecido. Quería recuperar esa humanidad, los sentidos de ese cuerpo antes de que me lo arrebataran: quise sentirla deseante, política, sensual, comiendo, haciendo el amor, teniendo risas y miedos.

   —T: Es a través de la voz del escritor que Vibel aparece tan vital, ¿cómo se articula ese narrador con la figura de Piglia?

   —J.G: Amigas y amigos de mi mamá me habían contado de un supuesto romance entre ella y Piglia durante los años de la facultad. Cuando Piglia publica los diarios de Emilio Renzi, en los que hace una descripción de esos años, encontré una referencia a mi mamá en una de sus entradas. Al mismo tiempo encontré una entrevista que le hicieron a Piglia y él recordaba "una muchacha maravillosa" a la que había dejado escapar en su juventud. Pensé que a lo mejor era mi mamá. Conseguí el mail de Piglia, le escribí, me contestó. Me monté en ese pliegue, en esa voz hasta entonces desconocida para mí para rescatarla a ella como si fuera un antiguo novio que rememora el tiempo que pasaron juntos.

   —T: La nena, la hija, se pregunta "¿qué acto hay más íntimo que leer?", ¿hay acaso acto más íntimo que escribir la infancia?

   —J.G: Cuando fui a vivir con mis abuelos había una vecina que solo dejaba que sus hijos leyeran lo que decía la Iglesia. Todos los meses se publicaba la lista de permitidos. Y yo pensaba ¿cómo pueden controlar lo que leo? No hay nada más íntimo. Escribir la propia infancia hizo que las cosas fueran menos dramáticas. Era una nena mufada, sí. Que leía todo el tiempo, sí. Que no sabía cómo salir de mí misma. Ahora pude escribirlo y ya deja de ser tan dramático. Pude verla a la nena, también.

   —T: Yo la quise se inscribe en un linaje de hijas e hijos que escribieron sobre una generación ¿cómo entendés estas narrativas de la memoria?

   —J.G: La literatura "de los hijxs" o la literatura de la memoria abreva en que cada experiencia en relación al genocidio ha sido y es única. Y eso nos permite desplegar una enorme cantidad de narrativas y de formas de dar cuenta de lo sucedido. Obvio que tiene sus representaciones más o menos directas, pero me refiero también a escritorxs que no tienen relación directa con lo sucedido y sin embargo ahí están, como la novela La habitación del presidente, de Ricardo Romero. Ernesto Semán dice sobre la literatura de los hijos, que escribimos la historia para empezar a ponerle fin a una manera de contarla; escribimos como acción, para, en ese mismo acto de narrar construir nuevas respuestas y cambiar el sujeto de la historia. (Télam)