Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Los desafíos de Alberto para finalmente ser el líder

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   El manejo de la pandemia de coronavirus le ha servido al presidente Alberto Fernández, a modo de primera conclusión de los esfuerzos que realiza desde que asumió para construir un mandato con poderes propios y no delegados, como la verdadera oportunidad que existe detrás de toda crisis.

   Desde su posicionamiento moderado y previsor -a medida que la magnitud de la peor tragedia sanitaria mundial de los últimos cien años llegaba a estas tierras con su carga de contagios y muerte- Alberto encontró su validación como el general en jefe al frente de esa batalla en las encuestas de opinión pública. 

   Resultó favorecido por la aprobación social a niveles inimaginables no sólo desde aquel 10 de diciembre del año pasado, cuando su aceptación popular no superaba el 30 %, hasta los picos de 80 % de imagen positiva que recogía a mediados de abril. También si se lo compara con una casi inexistente presencia en esos sondeos cuando fue elegido a dedo como candidato presidencial en el lejanísimo mes de mayo de 2019.

   Ése, aunque hay varios otros, podría ser el primero de los desafíos que enfrenta el presidente y que deberá inexorablemente vencer para alcanzar lo que necesariamente es un objetivo central de su gestión: mostrar que no es el gerente de la empresa en la que las decisiones las toma el dueño sino el responsable ejecutivo y político de ese emprendimiento.

   Fernández no solo deberá salir airoso de la batalla contra el coronavirus, justamente porque un fracaso en ese cometido marcaria a fuego su futuro presidencial y tal vez su propia carrera política, sino que debe enfrentar y vencer otros desafíos. 

   Un acuerdo razonable con los acreedores externos de bonos de la deuda argentina, que se dilucidará para el lado de un acuerdo o para el lado del default el 22 de mayo como último plazo, figura a la par del coronavirus en la agenda del presidente y su equipo.

   Alguien en las cercanías del poder al momento de compartir el análisis de estas cuestiones invitaba a recordar el derrotero de Mauricio Macri, hoy casi un político retirado sin chances de revancha luego de la sucesión de errores y fracasos que jalonaron su presidencia y en especial sus dos últimos años de gestión. 

   El presidente pareció entender sin necesidad de mayores explicaciones los riesgos de enfrenar esos desafíos. En el caso de la pandemia, sin ir más lejos, resulta claro por estas horas observar el cambio de modos, y hasta de convicciones del mandatario. Alberto pasó de defender a ultranza la opción entre la preservación de la vida y la marcha de la economía. “De un default se vuelve, de una muerte no”, era no hace mucho su latiguillo preferido. 

  Sin embargo en las dos últimas semanas pareció virar en redondo respecto de esas rigideces conceptuales y entendió que no se puede ser indolente ante el derrumbe de la economía. Porque como bien le mandó decir el economista Juan Carlos de Pablo, de no cambiar es probable que no se muera más gente por coronavirus, pero se morirá mucha gente de hambre  por no tener qué comer.

   Su decisión de esta semana de permitir flexibilizar la cuarentena con la apertura controlada de fábricas y comercios, de flexibilizar el uso de transporte y hasta de sugerir las salidas recreativas, es hija directa de aquel giro nacida a la luz de los desesperados reclamos de empresarios grandes y chicos, de comerciantes y cuentapropistas, y hasta de la dirigencia sindical de amplio espectro que a cambio aceptó rebajas salariales o suspensión de aumentos de sus trabajadores. 

   En buen romance, el presidente aceptó de repente algo que hasta ahora rechazaba: se hizo cargo del hartazgo social por el prolongado encierro ciudadano, del fastidio y hasta de la desesperación de los habitantes por una amenaza que parece no llegar nunca, que es la del pico de la pandemia y la caída de la curva de contagios y muertes. “La gente compra cada vez menos los beneficios de la cuarentena”, razonaron en altos despachos del ministerio de Salud.

   El tercer gran desafío que Alberto tiene por delante, lo dicen en sus cercanías, es vencer de una vez por todas el fantasma del doble comando, de su dependencia en cada decisión que toma del visto bueno final de su mentora y dueña de la mayoría de los votos que llevaron al Frente de Todos a la Casa Rosada. “Alberto reniega de la imagen de un presidente puesto”, grafican a su lado quienes lo secundan desde hace años. 

   No le resultará fácil cumplir con el sueño de dejar de ser una especie de accionista principal de una coalición que tiene a su jefa siempre activa y por algún costado amenazante jugando desde las sombras. Cristina le impuso a Alberto el lugar de la reunión que mantuvieron esta semana. 

   Él le propuso visitarla en Recoleta, pero ella decidió que sería en la residencia de Olivos. Ocurrió en medio de versiones nunca confirmadas sobre cierta dureza que jalonó ese té compartido de más de tres horas. Los esfuerzos de Alberto por construir su propio liderazgo tropezarían a cada paso. No habría sido casual, por caso, que tras ese encuentro el presidente haya salido a declarar que no aspira a la reelección en 2023 ni menos a “perpetuarse” en el poder.

   La foto de Máximo Kirchner, “Wado” De Pedro y Mariano Recalde, es decir la cúpula de La Cámpora, sentados codo a codo en la ceremonia de jura de Andrés “Cuervo” Larroque como una suerte de comisario político en el gabinete de Axel Kicillof, impacta de lleno en aquellas aspiraciones. “Alberto es para nosotros un presidente de transición”, se envalentonan en la agrupación que conduce el hijo de Cristina. Que comenzaría a bosquejarse como el candidato de “la orga”, pero también de la vicepresidenta, cuando llegue la hora de cerrar los planes sucesorios para dentro de cuatro años.