Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Tardía pero saludable reacción del gobierno

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   “No hay peor gestión que la que no se hace”, reza un viejo proverbio. El Gobierno se subió un poco tardíamente, pero en un gesto no menos saludable, a la tarea, que se anticipa como descomunal,  de atender la pandemia de coronavirus que alarma al mundo y ha provocado el peor terremoto financiero desde el lunes negro de 1987.

   El Gobierno, con bastantes pruebas a la mano, recién pareció tomar conciencia de la gravedad de  la situación y de esa suerte de ninguneo en que había incurrido mientras le tocaba mirar desde afuera lo que pasaba en el mundo, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia de coronavirus. 

   Por citar dos casos: el presidente Alberto Fernández que apareció preocupado y ocupado el jueves en su primera cadena nacional, al margen de las obligadas en el Congreso por su asunción y el inicio de las sesiones ordinarias, no tuvo nada que ver con el que apenas una semana antes decía que había que “preocuparse” pero “sin generar alarmas” que consideraba innecesarias.

   No fue menos irresponsable la postura del ministro de Salud, Ginés González García, pasado desde este jueves a cuarentena no sanitaria sino política por decisión del propio presidente, cuando reconoció que su olfato de antiguo sanitarista le sugería que el coronavirus no llegaría tan temprano a la Argentina. 

   El rol fundamental que asumió en las últimas horas en reemplazo de la gestión comunicacional de Ginés su viceministra, la infectóloga Carla Vizzotti, es un dato elocuente de la consecuencia de ese mal paso.

   Puede decirse a su favor que el Gobierno descubrió tarde pero seguro que el cisne negro que se abatió sobre buena parte del planeta también llegó a la Argentina, y todo indica que para quedase un buen tiempo. 

   El propio ministro de Salud, antes de su apartamiento comunicacional, había advertido que el coronavirus en el país “recién empieza”. 

   En consonancia con las advertencias del gobierno de Brasil, nuestro principal vecino, que ya tuvo hasta al presidente Jair Bolsonaro con barbijo y cuidados especiales hasta que se comprobó que no se infectó de coronavirus. 

   Además, información oficial que obra en poder del gobierno argentino asegura que el coronavirus está en el país en su fase de “contención”, pero que irá inexorablemente hacia la segunda fase, de “mitigación”, que recién se desplegaría sobre la población en el mes de mayo o junio. Enorme interrogante abierto. 

   Un dato no menor en medio de este cuadro fue el llamado del presidente Fernández a “la unidad” de todos los argentinos sin distinción de banderías políticas. 

   El mandatario pareció apuntar a dos frentes con ese mensaje conciliador. Por un lado a la oposición política, que debería sumarse al esfuerzo común y de ningún modo sacar partido de algunos faltantes como los que ha mostrado el gobierno antes de aquella toma de conciencia.

   El otro costado del mensaje, que reconocían en reserva el viernes algunos funcionarios, sería hacia el interior de su propia coalición. No es un secreto que el ala más progresista del Frente de Todos, que se referencia fundamentalmente en el cristinismo duro, buscó cargar las tintas sobre el macrismo por el lamentable estado en que el actual gobierno encontró el sistema argentino de salud en su conjunto. 

   Menos todavía quisiera Fernández que se instale la idea, esgrimida en las redes y hasta en algunas publicaciones, dado que energúmenos también existen en el periodismo, acerca de la condición política “de derecha” del coronavirus, por el estrato social más o menos acomodado al que parece estar afectando. Faltó, aunque un excéntrico comunicador kirchnerista lo deslizó, que le echaran la culpa a Macri por la llegada del coronavirus.

   El presidente encuentra en esta grave crisis de la pandemia de coronavirus su propia oportunidad de erigirse como un estadista, alejado de aquellas mezquindades, manifestadas o todavía larvadas en ambos lados de la grieta. 

   Casi un dato de color, pero que refleja esa impronta, fue su negativa hasta que no le quedó más remedio que aceptar por la presión de sus colaboradores, y la gravedad en aumento registrada hora a hora en el país y en el exterior, de anunciar el Decreto de Necesidad y Urgencia con las medidas de prevención a través de la cadena nacional.

   Si el Gobierno, en apariencias indolente al principio, sobreactúa ahora la escena para ponerse en línea con la alarma mundial que el coronavirus provoca, sería en todo caso un detalle comprobable pero menor frente al desafío de preparar a la población para un futuro incierto. 

Lo que abunda no daña, dirán funcionarios al ponderar que Fernández se haya puesto a la cabeza de los esfuerzos del Estado y con medidas contundentes no solo desde lo sanitario sino hasta con el Código Penal en la mano para castigar a los temerarios o irresponsables.

   Es que en el Gobierno reconocían el viernes que nadie sabe a ciencia cierta en estos momentos cuán lejos llegara el coronavirus en la Argentina, con su no descartada secuela de infectados y muertes, en este caso para la franja etaria mayor a los 65 años como foco de primerísima atención. 

   “Estamos como en una guerra, sin bombas ni edificios destruidos, pero con una enorme incógnita sobre lo que va a pasar con la gente”, lo graficó con pesadumbre un funcionario del área presidencial en medio de aquellas horas calientes del pasado jueves. 

   No cabe sino ponderar en estas horas dramáticas que gobernantes tan distantes en lo ideológico como Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta, hayan coincidido en lo sustancial: ponerse codo a codo sin mezquindades ni golpes bajos para enfrentar la pandemia. En buena hora.