Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Análisis: el extraño caso de las primarias sin primarias

El sistema de PASO fue utilizado únicamente en 32 de las 225 ofertas electorales que hubo en Bahía Blanca desde 2011.

Archivo La Nueva.

Mariano Buren / elpais@lanueva.com

 

   Las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo 11 de agosto tendrán un costo cercano a los $ 4.500 millones, según las estimaciones oficiales. 

   Sin embargo ninguna de las agrupaciones políticas presentará competencia interna para la categoría de presidente y vice, gobernador bonaerense o intendente de Bahía: cada sector definió sus candidaturas tal como sucedía antes de la Ley 26.571, sancionada a fines de 2009 bajo el nombre de "Democratizacion de la representación política, la transparencia y la equidad electoral".

   Una primaria sin primarias es básicamente la nada misma. Pero si su realización implica, además, el desembolso de casi US$ 100 millones de las arcas de un Estado anémico, endeudado y con infinitas postergaciones en el rubro del bienestar social, es absolutamente válido cuestionar para qué sirven. 

   A lo sumo puede argumentarse que una derogación de las PASO 2019 -que requiere la aprobación por mayoría absoluta de ambas cámaras del Congreso- resultaría sumamente desprolija. La anulación de la normativa supondría un cambio de reglas justo en el comienzo del proceso electoral, una equivocación mayúscula para un país que intenta recuperar la imagen de previsibilidad jurídica ante el mundo. En todo caso, la discusión debería centrarse en función de las legislativas de 2021.

   Ahora habrá que conformarse con respetar el guión burocrático para que algunas fuerzas menores queden fuera de competencia, al no poder alcanzar el piso del 1,5% de los sufragios exigidos para participar de las generales. Y que, una vez producido ese trámite, quienes sí logren franquear el límite de votos puedan contar con mayor sustentación para sus postulaciones, para así evitar presidencias o gobernaciones con debilidad de origen.

   No hay mucho más para rescatar, pero es lo suficiente como para preguntarse cuán diferentes fueron los últimos cuatro comicios, por caso, de los celebrados entre 1983 y 2009. 

   ¿Realmente alguien cree que la puesta en funcionamiento de las internas obligatorias perfeccionó en algo el sistema electoral argentino? ¿Hay espacios políticos superadores? ¿Mejores dirigentes? ¿Subió en algo la calidad del debate? ¿O de las propuestas? 

   Las respuestas de la práctica se desparraman como un manchón de tinta sobre las páginas blancas de la teoría.

Cuestión de números

   En cifras concretas, un votante bahiense tuvo la oportunidad de definir candidaturas en primarias para la categoría presidencial sólo en 2015 (3 agrupaciones tuvieron internas sobre 11 en competencia), para gobernador en 2011 (1 de 9) y 2015 (3 de 10), para diputados nacionales en 2011 (3 de 9), 2013 (1 de 10), 2015 (3 de 14) y 2017 (1 de 17), senadores nacionales en 2017 (3 de 17), senadores provinciales en 2011 (3 de 9) y 2015 (2 de 10), intendente en 2011 (2 de 10) y 2015 (4 de 7), y concejales en 2013 (1 de 10) y 2017 (2 de 11). 

   Este año, en tanto, no habrá internas en ninguna de las boletas.

   Es decir que el sistema fue empleado únicamente para dirimir 32 de las 225 ofertas electorales que hubo en Bahía Blanca desde su aplicación. Apenas el 14,22 % de las veces. Como mínimo, suena a poco.

   Quienes defienden la utilización de las PASO sugieren con cierto voluntarismo que este procedimiento fortalece las instituciones porque promueve el debate partidario entre los aspirantes a cargos electivos, enriqueciendo la discusión general, a la vez que sostienen que, en todo caso, lo que debe analizarse es cómo optimizar el recurso para que sea más funcional, tanto a los espacios políticos como a la sociedad. 

   Pero después de casi una década los resultados están a la vista: la competencia interna prácticamente no existe porque la mayor parte de las dirigencias partidarias quiere evitarse no sólo las riñas domésticas delante del electorado sino también los potenciales disgustos del escrutinio. Entonces cada dos años se gastan cifras multimillonarias para poner en marcha eso que muchos denominan como "una gran encuesta" que sólo sirve para especulación.

   Podrían hacerse muchos cálculos acerca de cómo reutilizar esos $ 4.500 millones en un país con el 51,7% de los menores de edad en estado de pobreza. Pero no. La política argentina prefiere contemplar espejos antes que asomarse a las ventanas.  

   Las PASO representan otro de esos lujos inentendibles que suele darse una Argentina que ya ni siquiera puede explicarse a sí misma.