Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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A un siglo de una historia de amor que conmovió a la ciudad

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

"La cobardía es asunto/ de los hombres, no de los amantes./Los amores cobardes no llegan a amores/ni a historias: se quedan allí". De "Oleo de mujer con sombrero", Silvio Rodríguez.

A las 4.30 del domingo 11 de mayo de 1919, el veneno terminó con la vida de Carolina Beltri, luego de nueve días de agonía.

Pocas horas antes, la compañía de operetas que encabezaba junto a su padre y a su hermana había brindado una nueva función en el teatro Colón, de calle Rondeau (actual Don Bosco). Carolina tenía 20 años y había tomado una dosis fatal de bicloruro de mercurio, desbordada por una pena de amor.

 

Divino tesoro.

"Entró al cuarto en el momento en que Melquíades rompió un frasco de bicloruro de mercurio. --Es el olor del demonio- dijo ella". De "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez.

 

Carolina Beltri era hermosa. Con una belleza propia de estos tiempos. Y era joven: Sus rasgos daban cuenta de sus veinte años, plenos de vida y entusiasmo .

Nacida en Méjico y criada en Cuba, formaba parte de una familia de artistas que recorría América con una compañía integrada por sesenta personas, entre coristas, actores, músicos, decoradores y electricistas.

Carolina era, pese a su corta edad, la cabeza de ese grupo, como "primera tiple". Su padre, Enrique, era el administrador y su hermana menor, Josefina, revistaba como "segunda tiple".

Cada actuación en una ciudad duraba, al menos, dos meses, para permitir que el empresario que las contrataba justificara su inversión. Eso obligaba a los actores a protagonizar cerca de 45 obras diferentes.

La llegada a Bahía Blanca fue el 2 de abril de 1919, contratada por Juan Migliorini, para actuar en el teatro Colón (hoy, Don Bosco).

Carolina debutó con la opereta en tres actos "La duquesa de Bal Tabarín", encarnando a una "frou-frou" ideal.

La primera noche de función disfrutaron del espectáculo, entre otras, las familias Laspiur, Castagnet, Régoli, Brunel, Pagano, Godio y Lucero.

En los días siguientes actuó en "El barbero de Sevilla", "La viuda alegre" y "La verbena de la Paloma", entre otras.

Pero, detrás de su gracia y talento, reconocido por el aplauso y el oropel, en los días de Carolina estaba a punto de desatarse una tragedia.

Amores contrariados

Carolina, o mejor dicho, su corazón, se enamoró del director de orquesta de la compañía, el talentoso Franco Gil Sáenz. Bastante mayor que Carolina, separado. Carolina sabía que su padre jamás permitiría esa relación, porque era demasiado estricto y la cuidaba exageradamente. Pero no estaba dispuesta a renunciar a ella. Para encontrarse con Franco recurrió a Antonio Monjardín, primer actor, quien organizó algunas citas secretas.

Pero la "familia artística" tenía su trama de envidias y rencores, mentiras y olvidos, y alguien se encargó de que Enrique supiese del romance. Su reacción fue severa: despidió a Gil Sáenz y a Monjardín, al tiempo de exigir a su hija que se olvidara de la relación.

Ese día hubo función, aunque algo no estaba bien.

El teatro Colón a pleno para ver a Carolina

"Carolina tuvo una actuación digna de los aplausos que se le tributaron, si bien la notamos nerviosa y desempeñando su papel con visible muestra de contrariedad que no sabemos a qué atribuir", escribió un crítico.

Al día siguiente, no se presentó a la función "por haber sufrido una intoxicación".

Después se pudo averiguar que la noche anterior. al regresar a su camarín, desbordada por la pena, mandó a comprar bicloruro de mercurio, un veneno de moda, el cual bebió de inmediato. Un intenso dolor abdominal determinó su traslado a la casona que ocupaba con su familia, en Vieytes 851. Hasta allí acudió el doctor Alberto Medús, convocado de urgencia.

Sola con su espíritu

Pueblo chico, infierno grande. En pocas horas la ausencia de Carolina avivó comentarios. "Se susurran unos amores contrariados con un director de batuta. Un padre intransigente. Una lucha sorda. Una resistencia firme y una vida que se doblega con una resolución extrema", publicó una revista.

Atendiéndola en su dormitorio, Medús poco y nada podía hacer para frenar los efectos del veneno. Vómitos y diarrea, sumados a una lesión renal provocada por este tipo de intoxicación tenían un destino final fatal.

Los diarios, sin embargo, daban noticias alentadores: "Podemos afirmar que la distinguida actriz se encuentra en vías de pronto restablecimiento", señalaban.

Su padre, casi indiferente a la situación, anunció que no habría funciones por tres días, que es el tiempo que le llevaría contratar una nueva tiple y un director de orquesta. Resuelta esa cuestión, retomaron las obras.

El martes 6 de mayo Carolina se agravó, "pero aún se cree en su recuperación", se dijo. El jueves, se anunció "una leve mejoría". Mientras tanto, Gil Sáenz, el enamorado, abordó un tren a la Capital Federal, quizá convencido de la recuperación de Carolina. Monjardín, el celestino, organizó unas funciones en el cine Odeón para reunir dinero y también dejó la ciudad.

Finalmente, tras nueve días de sufrimiento, Carolina se rindió al fatal mercurio.

Su fallecimiento hizo que un frío corriera entre toda la sociedad bahiense, testigo, por sentimiento y curiosidad, de una historia pocas veces vista.

 

Todos a verla

El cuerpo de Carolina fue retirado de la casona de calle Vieytes y trasladado a la Cochería Londres, en calle Estomba al 200.

Su padre seguía ausente de la escena, al punto que el empresario del teatro Colón, el señor Marín, decidió hacerse cargo de los gastos del velorio y el sepelio.

Con las primeras luces del día, la gente manifestó su tristeza.

"Esto quedó evidenciado con el desfile de público que, ávido de contemplar el cadáver de la joven artista, mantuvo una especie de verdadera manifestación de duelo ante el local en que se la velaba".

Otros se indignaron por la actitud de la familia: " Qué importa si tu cadáver fue expuesto a la morbosa curiosidad del público, el cual --más inconsciente que malvado-- no sintió ni siquiera el deber de desertar del teatro; tus mismos "compañeros de arte" continuaron sus funciones como si nada hubiera ocurrido", escribió el periodista Arnaldo Rossetto.

Hubo quienes ensayaron palabras de despedida: "Ironías del destino parecían influir en el rostro de la pobre muerta: su cara plácida, tranquila, sin la palidez común de la muerte, daba la impresión de que dormía, de que, aun muerta, deseaba encantar, como lo hacía en la escena, con soplos de alegría, haces de luz, derroches de gracia y juventud. !Pobre Carola!".

Carolina vive

"¡Se ha muerto de amor la pobre niña; ese cortejo fúnebre que por la calle cruza es el de su cadáver! ¡Un hombre pérfido lo ve pasar por entre las celosías de una puerta!... Ríe la muerte, llora la vida, llora, llora!". B. Cifuentes, Ingeniero White, 1919.

 

En tierra ajena, sin la compañía de su amor, de espaldas a su familia, el féretro de Carolina fue llevado al cementerio bahiense.

"Te han llevado en una tarde gris de otoño, cuando el aire, saturado de humedad, parecía hacer gotear lágrimas de las hojas mustias y las flores doblaban su tallo como oprimidas por una ola de llanto", publicó la revista "Arte y Trabajo".

Una multitud la acompañó al nicho donde duerme su sueno eterno. Su belleza ya estaba vedada al hombre. Su pena de amor y su juventud habían puesto punto final a su vida.

"Enrique Beltri agradece al vecindario el interés que demostró durante la enfermedad y entierro de su extinta hija", publicó un diario, dos días después.

Pese a tamaña pérdida, la compañía siguió actuando diez días más, dejando la ciudad la lluviosa tarde del 26 de mayo de 1919.

 

Flores y escritos para Carolina

"Yo sólo pido al cielo/que me dejen dormir quieta/ debajo de la losa". Arnaldo Rossetto, 1919.

Fue el propio administrador del teatro quien mandó hacer una artística placa de mármol para el nicho, vidriada en su parte central, con dos sobrerrelieves: un arpa y un libro de música. En la parte superior, hizo grabar el nombre y las dos fechas: "1898-Carolina Beltri-1919".

¿Cuánto tiempo recordaría la gente esta historia? ¿Cuántos años bastarían para sumergir la historia en el olvido? Nada de eso ocurrió. Cuando el empresario del teatro murió, su hija se hizo cargo de mantener flores en la tumba. En 1939, por su pedido, el Concejo Deliberante eximió de pago al nicho, resaltando la "honda pena que causó en la población la desaparición de la joven", y atento que el lugar era "continuamente visitado por los artistas que vienen por Bahía, al que llevan ofrendas florales como recuerdo póstumo".

Así quedó arrendado a título gratuito, hasta 1964. Ese año el intendente Federico Baeza renovó la ordenanza. Finalmente, en 1999, el sepulcro fue declarado de interés histórico y cultural, lo cual conlleva su conservación perpetua a cargo de la comuna.

Ingresando al cementerio, basta recorrer unos cien metros por la galería izquierda, según se entra, para hallar el lugar de Carolina. Nunca faltan flores en su tumba.

El mármol está escrito con leyendas, firmas y adhesiones desde siempre, 1933, 1941, 1949, 1964, 1973... "Luz y Paz", "¡Adiós Carolina Beltri!" y hasta un moderno "¡Adiós Gilda!".

La leyenda asegura que el cantante Silvio Rodríguez visitó el lugar. Otra firma dice "José Luis Rodríguez, El Puma, 1989".

Pero acaso la inscripción más significativa es la que dice "!Ni siquiera te vino a ver!", en referencia a la actitud de Gil Sáenz, aquel amor prohibido, que jamás visitó el lugar, ni siquiera en 1939, cuando llegó a la ciudad con su propia compañía. Entonces le compró un florero, pero pidió a otra persona que lo llevara. "No tengo valor para ir", dijo.

Un mito

No es simple conformar un mito. No hay manera de asegurar quién, con el tiempo, alcanzará esa dimensión. Quién, desde esa calidad, mantendrá vivo su nombre, renovado y eterno.

Carolina lo ha logrado. Su trágico fin, el misterio de su vida, el expediente de su caso perdido, la leyenda de su enamoramiento de un médico local, su muerte en tierra ajena, las flores de su tumba y su belleza inalterable sostienen esa historia.

Ha pasado un siglo y todos han escuchado esta historia. Imprecisa a veces, sin mayores detalles otras.

Ha pasado un siglo y siempre surge el nombre de Carolina Beltri, la artista que murió por amor.