Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Héctor, “Cuca” y una historia de amor de más de 70 años

Se conocieron en 1946. Ella tenía 14 y él, que en dos años cumple 100, quedó flechado enseguida. “El secreto es callarme a tiempo”, bromea Héctor. “Sigo muy enamorada”, aclara “Cuca”.

Cecilia Corradetti

Ccorradetti@lanueva.com

 

   Corría 1946 en Bahía Blanca. Héctor Mario González, un marinero rosarino de 24 años, entró a un casamiento sin invitación. Buscaba integrarse, divertirse, pero sin imaginar lo que finalmente sucedió: quedó “estaqueado” por aquella jovencita de 14, bonita y presumida, que todos cortejaban en plena fiesta.

   Se trataba de Celia Esmeralda Bruno, “Cuca”, bahiense de pura cepa y amiga de la novia. Atento, él la miraba de lejos. Y apenas encontró la ocasión, la sacó a bailar.

   Empezó, así, una historia de amor y respeto que se prolonga nada menos que por 73 años: tres de noviazgo y 70 de matrimonio. “Una historia de las de antes, forjada en una ciudad diferente y con costumbres que ya no se ven”, aclara Ana Marcela, una de sus hijas, que prepara con dedicación un festejo familiar para el próximo sábado 27.

 

 

   En la Catedral Nuestra Señora de la Merced, el 28 de abril de 1949, dieron el “Sí”. La iglesia estaba repleta. Junto con “Cuca” y Héctor también se casaron Rosa Bruno, prima de la novia, y Jorge Santos.

  Dicen que aquella noche, las calles de esa cuadra de Sarmiento se cortaron por la gran cantidad de gente que no quería perderse aquella boda de a cuatro.

   En la casa de la novia, que lució un hermoso vestido confeccionado por su tía, se realizó un festejo íntimo. A lo largo de tantas décadas transcurridas, hubieron tiempos buenos y también de los otros. Pero siempre prevaleció el respeto y la convivencia armoniosa.

   Por ejemplo, la premisa fue siempre no irse jamás a dormir enojados. Y lo pudieron cumplir.

   “Es que yo me enamoré perdidamente en el mismo momento de conocerlo, esa misma noche”, justifica Cuca, y aclara que el éxito del matrimonio radica, entre otros muchos motivos, “en la dedicación y el amor por la casa, los hijos y el marido”. “Hoy, soy consciente de que esto casi no se ve.

 

   La mujer en general ha cambiado y no lo veo bien”, se queja ella, que saluda a Héctor con miles de besos cada mañana... como si no hubiesen dormido juntos.

   “¿Secretos? Generalmente me callo la boca antes de cualquier discusión”, dice él, un poco en serio, otro poco en broma.

   A esta altura, aprendió a la perfección cómo abordar a su esposa. De hecho, cuenta Ana, tanto resultado le dio esa receta, que cuando ella se casó, Héctor le aconsejó a su yerno “taparse la boca tantas veces sea necesario”.

 

Familia numerosa.

   El 6 de junio de 1957 nació Héctor Horacio, su primer hijo, que es médico y vive en Rosario. Dos años más tarde, el 20 de noviembre de 1959, llegó Ana Marcela, docente, y finalmente el 23 de junio de 1966, Susana.

   Sus tres hijos les dieron siete nietos: Nicolás, Mariana, Alejo, Estanislao, Guillermo, Alejandro y Luca. Y un hermoso bisnieto, Benicio, de dos años.

   “Hay que tratarse bien, ser justo y lograr un equilibro”, resume Héctor.

   “Encontré al mejor hombre del mundo”, acota Celia. Bahía era una ciudad sencilla y tranquila, según coinciden.

 

 

   Héctor se desempeñaba como suboficial mayor enfermero de Marina y mucho tiempo estuvo destinado en Puerto Belgrano. Iba y venía todos los días.

   Apenas se casaron vivieron en Zapiola al 400 y más tarde se mudaron a 19 de Mayo al 500, donde aún viven. Nunca les faltó nada y Héctor fue siempre un verdadero “caballero”, aseguran en la familia.

   “Pidió mi mano a mi padre, como corresponde, como solía acostumbrarse. Yo no dudé un instante. Hemos disfrutado de la familia, de los hijos, de los nietos”, resume Cuca. Hoy, en un presente apacible, los González-Bruno siguen construyendo su historia, que nunca, en tantos años, ha dejado de crecer.